Algo
destemplado se había levantado Andrés y por esto, su estado
anímico, estaba un tanto revuelto. Ana siguió durmiendo mientras él
salia a la calle.
Los
mechos poblados y puntiagudos del cabello que le caía por la frente
conjuntaban con el negro de su cazadora, ya sabéis, recta y de piel.
Paró el ascensor y antes de que la gente de su alrededor pudiese
darse cuenta, su cuerpo ya, algo inclinado y trasversal a las puertas
del ascensor salía.
Escondido
entre sus pensamientos, bebía lentamente el café. Los colores
estaba más apagados aquella mañana y se giraba, con los brazos, por
los codos, apoyados en la barra del bar, y veía lo que le rodeaba en
tonos grisáceos. Mientras su cara salía en primer plano, salía el
bocadillo en el cual él se decía que mejor hubiese sido seguir en
la cama aquella mañana. Pero no, las séptima partida era esta
tarde. Lo estaban jugando muy bien y entre los dos, las ganancias
eran más que apetecibles.
Igual
que Ana jugaba sacándole las tripas a las probabilidad, con calculo
y nomotécnica, Andrés conocía, intuitivamente, a el resto de los
jugadores. De que van, como eran pero y sobretodo, cuando mentían.
Todo
dentro de control salvo algún detalle de aquel tal Pedro.
Manteniéndose en nivel, es decir, con algunas perdidas absolutamente
inevitables, realizaba algunos gestos, motivos y acciones que estaban
desconcertando a Andrés. Observaba y vigilaba a cada uno de la mesa,
tenía especial interés en Ana y se pensaba que en él. Pudiéndose
jugado dinero, aceptado el riesgo propio del poker, no entraba a las
corridas. ¿Literato buscando inspiración?, no, tal y como manejaba
las cartas, muchísimas debían haber pasado por entre sus dedos.
Pero, y se intentaba comprender, su cara de complicidad y comprensión
se le escapaban tal que el mal humos entre los efluvios del último
whisky.
Entró
Ana en la cafetería.
Fugaz
y con un pequeño escorzo justa al lado contrario en el que estaba
Andrés, pasó directa al otro extremo de la barra.
Frente
a frente, sin hablar, uno pensaba en el otro.
Ambos
dos se querían, pero ambos dos también sabían de la inocencia del
amor y era justo aquello que con éste no compartían.
Ana
adoraba las facciones faciales de Andrés. Pocas curvas y muchos
ángulos negros. Los ojos entre cortado en su final con una formas
trasversales que le daban gran profundidad a su mirada. Ni formal ni
rígido, peor si muy elegante. Distante y extraño.
Andrés
estaba tremendamente enamorado de Ana. Con control, pues sabía de la
trampa del amor. Rebelde, en su forma de vestir y sus gestos, pero
nunca desubicada o perdida en su disconformidad. Su pelo negro y
ondulado, cayendo sobre sus hombros, resaltaban ferozmente ojos
oscuros como el ébano.
Como
si se acabasen de conocer algo más de dos minutos y ambos se
hubiesen sorprendido el uno con el otro, así se miraban de entre los
cuerpos de los camareros que se cruzaban entre ellos y los reflejos y
brillos de las botellas situadas en la pequeña repisa interior del
espacio.
Llegó
la hora y con media hora de diferencia salieron del café.
Salía
siempre primero Andrés, no le gustaba esperar y después Ana, a ella
le gustaba ver como siempre se iba a perder el tiempo su compañero
hasta que ella apareciese.
Ella
también había notado algo extraño en Pedro y no le gustaba. En el
mundo del juego, mejor, por no decir indispensable, hay que saber a
quien tienes delante.
Por
error de ambos, llegaron a la par, por caminos apuestos, pero a la
vbez, los dos. Todos se les quedaron mirando. Quizás alguno
sospechara algo de su conocimiento pero nadie lo daba de manifiesto.
Lo único fue la pequeña sonrisa que el enigmático Pedro, dibujaba
en su cara, sin que ésta nadie pudiera verla.
No
estaba permitido conocer ni mantener ningún tipo de relación entre
dos jugadores. Los motivos eran claros y evidentes por el paso de
información sobre las cartas de ambos. Contar con el doble de
información era una ventaja enorme. Ana y Andrés no realizaban
ninguna trampa, no tenían ningún código de comunicación,
alternaban sus posiciones para que se pudiera relacionar éstas con
las posibles trampas. Jugaban limpios. Sólo compartían que eran
maestros en el asunto y que se ganaban muy agusto juntos los
beneficios, desde pasarse dos horas bebiendo champagne sin parar en
cualquier ciudad y a cualquier hora a sentirse libre como el viento
cruzando los Alpes con su motos oyendo resonar el grave, potente y
agradable sonido de su chooper 1300cc entre el eco de los grandes
valles rodeados de las altas cimas cubiertas de nieve.
Antonio
el mayor, entre lloros se había retirado a mitad de aquella séptima
partida. Todo perdido, incluso su dignidad llorando como un niño
aquello que no había sido capaz de llevar a cabo como un hombre que
parecía que fuera. El resto de la mesa, abrigados en algo de pena,
le dejaron levantarse sin pagar el restante de las tres partidas que
quedaban. El único que protesto de los jugadores fue Ana, alegando
que ella se había sentado en una mesa sin principios éticos.
Carmen
estuvo desplumándonos a todos. Pedro, Ana y yo, habíamos tenido
bastantes perdidas con ella, básicamente la mitad de nuestro
montante correspondiente a la partida, pero el otro jugador, Matías,
estaba totalmente con el mismo dinero con el que comenzó. Las
cartas pasaban y quedaron, en la última mano, carmen y Matías.
-
Matías, ya te lo digo, tendrás que sacar la chequera, pues tú no
te vas sin pagar.
-
Y tú sin ganar -Matías estuvo apunto de soltarle un piropo a
Carmen, que bien se lo merecía, pero no se lo dió, pues ser jugador
es en demasiadas ocasiones sinónimo de caballero en los gestos y
sabía con abundancia que Carmen miraba con desprecio a cada uno que
le decía lo guapa que era. Que bien que lo era.
Las
cartas las repartía pedro.
Carmen
se quedó cuatro cartas y pidió la restante solamente. No la miro y
encima de la mesa la dejó. Mtias si que la puso al descubierto, un
tres y un cinco, primos, para hacerlo bonito.
-
Pero, Carmen ¿no me vas a dejar ver la carta que te ha tocado?
-
¿Qué te parece si jugamos los dos sin verla?, Matías.
Impresionante,
¡sí!, pensaron todos los de la mesa, y Pedro intervino
-
Si el resto de la mesa está de acuerdo y como sólo quedan aquellos
dos en la mano, no tenéis ningún problema, tú dirás Matías.
Éste
sonrió mirando fijamente a Carmen, mientras le decía
-
Amiga, si tu curiosidad es tan grande como la mía por ver esa carta
paga esto que pongo. Puso mil, más los dos mil que ya habían daban
unos muy jugosos tres mil euros, tras lo que añadió
-
Me estas mintiendo - y consciente que no le gustaba le añadió,
cariño – confiaba en su trío de doces
Carmen,
levantó el mentón riéndose mientras le comentaba a Ana que los
hombres eran todos cincelados por el mismo martillo.
-
Los veo y te pongo dos mil más.
¿Tendrá
entonces un poker o es un farol que me lanza con un trío bajo? -
Matías comenzó a dudar, las mujeres no son buenas, se decía. Si se
retiraba ahora, perdía tres mil euros, pero mantenía a cero su
cuenta de gastos. No había ganado ni perdido, pero ¡diablo!, tenía
un trío de doces cantando entre sus dedos. Carmen permanecía
impasible. Pensaba que no iría Matías. Que la maniobra de no
levantar la última carta se lo hicieron a ella y tenia un bonito
trío de onces y el posible full o Poker, con la carta escondida,
tapada bajo el misterio y las ansias por descubrirla.
Tras
un minuto de silencio, Matías dijo
-
Quiero ver y descubrir si eres mala o buena, te igualo la apuesta.
Se
destaparon las cartas, se vio que el trío de Matías era mayor que
el de Carmen, e inevitablemente, todos sonrieron cuando Carmen iba a
levantar la carta perdida en el olvido. Ni ningún full ni poker.
Matías, sonrió con mucho respeto y dijo
-
Trío de doces, amiga, perdiste – el tres y siete no había valido
y el trío de Matías fue más alto.
Andrés
pensó que los dos acabarían en la misma cama como les paso a él y
a Ana. En el poker, al acabar las partidas, no se ve a nadie mas que
a ti.
Carmen
se fue con menos dinero pero con más gana de devolverle, la jugada a
Matías y éste se fue, con algo más de dinero pero con unas pocas
menos fuerzas hacia Carmen, le gustaba. No hay nada mas atractivo
que un buen o buena jugadora de poker guapo o guapa y que te mantenga
la mirada fuera de todo sentimiento.
Andrés
se fijo como salían hablando de la sala de la partida., y allí se rencontraron y pronto estaban los dos durmiendo sin más que esperar la partida de mañana.
Y entre sonrisas salío, algo más tarde de allí camino del hotel
Se reencontraron en el hotely rápidamente se durmieron.