LA HISTORIA DE AMOR MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA
I
Quizás él más por su naturaleza y ella posiblemente por sus
circunstancias vitales, pero sea cómo fuere, los dos tenían una seria tendencia
hacia la soledad, hacia la reflexión y
hacia contemplación del mundo desde sus motivos.
Andrés solía a acudir a un teatro que se encontraba al final
de la calle San Vicente, casi ya entrando en la calle de la Paz, cuando salía
del trabajo y habiendo alguna obra que le interesase, que eran casi todas.
Tenía una gran facilidad y necesidad de huir de la repetición, comprensión y
sisentido que todos compartían – él se consideraba fuera de ese grupo, que cómo
buen aprendiz de sociólogo Nietzscheiano, calificaba como borreguismo. Era un
amante del teatro, le gustaba desde la soledad que le daba la oscuridad de la
butaca, disfrutar de la actuación emocionándose con el espectáculo de la
interpretación. Siempre sentía una gran complicidad con la actuación de los
artistas. Sentía comprensión, afinidad, sentía como si estuviese actuando con
ellos o con ellas. Vivía, casi exageradamente las obras. Salía en ocasiones
sudado por las puras emociones que arrastraba. Tras las sesiones de teatro se
dirigía al barrio del Carmen, buscando algún lugar donde tomarse unas tapas y
cerveza. El barrio del Carmen era inhabitable en los meses turísticos en
Valencia. Había más extranjeros que granitos de arena de la playa de al lado
del puerto de su ciudad, pero en invierno y en ciertos lugares que Andrés
sabía, tenían entonces todavía una
pequeña soledad, distinción y genuinas que ya apenas quedaban por ningún sitio.
Desviándose de la calle baja, se encontraba bajo un arco románico de la antigua
ciudad medieval y unos metros más adelante, un pequeño garrito donde hacían
unas buenas patatas bravas que a Andrés le enloquecían. Con esto, una cerveza y
su obra de teatro, se iba satisfecho a leer en la cama antes de dormir. Le
gustaba y lo disfrutaba, pero apenas por unos minutos pues rápidamente caía
rápidamente dormido profundamente. Dormía muy bien, ahora, ya había recuperado
la tranquilidad con la que nació. La soledad que tanto amaba le dejaba mucha
paz emocional. Por fin dejó de exhibir su vida social y curar las heridas de ya
hace algunos años producto del desprecio de algunos. Deprecio venido por su
diferencia vital. Superando las purgas y heridas del pasado que le impedían
seguir su afortunada naturaleza, su ansiado y curativo amor por la soledad.
Carmen amaba la ópera, y tras acudir dos días por semana al
Palau, a la vera del riu, y siguiendo el
camino de éste, salía a la altura del
Carmen y también paseaba y buscaba ya casi entrando la noche, un lugar para
tener un solitario idilio para tomarse una cena muy ligera. No lo recordaba y
no lo quería saber, como era ella antes de un fuerte accidente que sufrió. Ella
se preguntaba cómo sería antes del accidente, aunque sus amigos y familia le
decía que apenas había cambiado…ojalá, pensaba ella que esto fuera así. Dos
veces por semana, recorría también algunas calles empedradas del Carmen
buscando algún garrito donde tomarse unos boquerones, su tapa preferida con una
cerveza negra. También, como Andrés, huía de este precioso barrio cuando se
inundaba de turista que, como borregos o cerdos en el puercal, eran traídos en
grandes trasatlánticos por miles. También conocía los establecimientos más
perdidos y secretos donde calmar sus emociones y tener una curativa operación
emocional. La ópera ya no era un disfrute, se había transformado en un vicio,
una pasión carnal de la que no podía huir de ella. Sabía de eta dependencia
anímica, pero se decía que al menos no tenía ninguna consecuencia patológica.