CONFESIONES. 9311
Y le dije que el día en que me llegue la hora, la muerte se arrodillará ante mí y me llevará entre honores, no por lo conseguido, sino por lo luchado.
Siendo cada vez más consciente de la circunstanciabilidad de los proyectos e intenciones y de la innegable limitación del sujeto en su acción a ellas, veo, entonces cada vez más claro que lo juzgable no son los resultados sino el interés en la puesta de acción de las intenciones.
El sentirme luchar en mis actos, ya me regocija y satisface. Si esperas que la vida te dé aquello con lo que sueñas, vas por un camino equivocado. Ella sólo te da lo inmensa posibilidad de trabajar, sentir e imaginar un viaje vital basándote en tu propia explicación o creyendo las palabras de otros que consideremos Divinos.
Bailemos por el pasillo de nuestra casa esa canción con una guitarra suave pero repetitiva y desgarrada, vacilando, riéndonos y mascullando entre dientes que pese a todo jamás te quitarán el ritmo en tus danzas entre los acontecimientos buenos y malos y que la vida nos trae. Candente y flexible mueve tus pies y baila entre las cenizas del pasado y coge movimiento para esta misma tarde.
El espectador ya no es, no contemplamos la vida, el poeta murió. Nos conducimos arrastrados, no ya por el rio de la vida, sino por el transvase de comunicación artificial construido, financiado y dirigido por la sociedad. ¡Salgamos!, contemplemos y deleitémonos mirando el charco y tirémonos a bucear en él en las ocasiones que queramos saber donde se esconde el maldito pez verde-plata que nos tienta a perseguirle.
El humo blanco de las ilusiones se difumina y la hora de recoger a los que cantan y vociferan operturas Wagnerianas matutinas se aproxima. Las obligaciones alejan mis dedos del teclado, pero mis pensamientos seguirán pendulando de este sitio al otro.