LA
ÚLTIMA PARTIDA (X)
El
qué necesitó un gran tranquilizante, la noche aterior, fue Pedro.
Ana,
calculaba con mucha parsimonia y lentitud el volumen propicio para
gastar. Habían acumulado, entre los tres, aproximadamente, 180.000
euros de beneficios, restándole a la totalidad de ellos, los 60.000
que puso Pedro en sus comienzos.
Andrés,
disfrutaba de una gran lucidez, haciendo juegos de manos con las
cartas y repasando, inconscientemente, los movimientos y las miradas
de los contrincantes.
Aquella
era una noche especial.
A
la mañana siguiente jugaban la décima partida y última.
Mucho
dinero iba a tropar entre los límites de la mesa pues la última
regla que hacia especial estas partidas, era la obligación de gastar
a lo largo de la última partida, un tercio de los beneficios
totales, fueren cuales fueran estos.
Pedro
fue en taxi al hotel, Andrés y Ana, andando.
La
vida es así, y llegaron los tres al unisono a la puerta de éste.
Pedro
apenas les dió, una mirada relámpago y entró rápido por las
puertas centrales.
Andrés
y Ana llegaron al punto de encuentro allá donde comenzaba en pequeño
pasillo enmoquetado a unos cinco metros de la entrada. Llevaban diez
partidas y, de toda normalidad sería entrar comentando cualquier
asunto.
Se
miraron. Hacia mechos días que no se miraban frente a frente sin
otras miradas pululando a su alrededor. Los dos redujeron la marcha y
quedáronse cayados así.
-
¡pero cuan amistad vislumbro en vuestras miradas!- oyeron a sus
espaldas
Al-bha-Az,
era un hombre tremendamente culto, el cual recitaba, como en este
caso, una frase histórica Cervantes en perfecto Español. Tenía
una mirada misteriosa. Era poco expresivo, pero tenía una cara
agradable. Los oscultó de arriba a abajo como barajando alguna idea.
Tras pasar entre ellos, decidido y seguro, Andrés y Ana siguieron
andando algo preocupados ambos.
La
sala estaba más luminosa, pues una vez cada seis meses hacían una
limpieza general de todo el acristalado exterior y la noche anterior
habían pasado las de la sala. La sala también había sido
especialmente arreglada Aséptica, insípida, llena de reflejos
propios de superficies plásticas o metálicas limpias.
La
décima partida se prometía interesante y sufridora.
Los
tres socios le habían ganado, algo cada uno, los direros a Ta-bha.
El volumen total de sus ganancias era el mismo que el montante
particular de las perdidas de éste, había calculado anoche Ana. El
dolor fue comedido. Todo lo que había perdido se lo hubiera gastado
en el cumpleaños de la flor de sus ojos, su única hijo. De una
altura moderada y algo bajito, mostraba orgulloso barba negra de un
gran volumen.
Los
otros apenas tenían variaciones entre sus ganancias y sus pérdidas.
Ana disfrutaba realizando estos cálculos, además de, según
afirmaba ella, tener una gran aplicación.
El
qué más preocupaba a los tres, era Alo-Bha-Az. Moreno de cabello,
como todos los hombre Árabes que los tres habían visto desde que
allí estaban. Pelo largo, perfectamente rasurado. Sus facciones
eran muy verticales que daban un gran contraste con la cinta
horizontal, que tras atravesar la frente, sujetaba el pañuelo que
les cubría, a los tres Árabes, la cabeza.
Se
sonrieron, se dijeron algunas palabras simples y formales, se
acomodaron, se sentaron y el propio Al-Bha-Az comenzó a repartir
cartas.
Andrés,
entre una pequeña sonrisa irónica pensando en la salida triunfantes
con mucho dinero o la perdida de todo y además la posibilidad de
salir apaleado.
Pedro
también comenzó a pensarlo y no sonrió lo más mínimo.
Ana,
haciendo cálculos, apenas prestaba atención a pensamientos de
vaticinios.
Entre
esto, la partida comenzó..
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