jueves, 31 de marzo de 2016

EL EDIFICIO CALIGARI (PARTE PRIMERA)





Abrí  la puerta, como cualquier otro lunes, dispuesto  a irme al trabajo.
Entre abierta tenía Arturo, la puerta  enfrente a la mía en el tercer piso.
Era, como todos los vecinos del edificio Galigari, unas características  algo especiales y particulares.
Al oír el ruido de la puerta que se cerraba, la miá, salió urgentemente a encontrase de casualidad conmigo.
Llevaba puesto, como de costumbre, un gorro de vestimenta de frak, negro, muy limpio y aseado..
- Hola, Andrés, ¿qué tal?,  yo muy bien, aquí, escuchando la radio sobre el tiempo que tendremos esa semana por si acaso se me ocurría salir - cosa que nunca hacía . la comida  demás artilugios  para vivir en aquel piso, se las traía la mujer que iba a limpiar el apartamento. Tras girar algo la cabeza, continuó
- ah!, léete, el último libro de Comte-Sponville, buenísimo, te lo recomiendo. Una temática muy actual y que nos concierne a todos
Era un hombre inteligente y culto. Esta semana era la cuarta vez que me nombra dicho libro. Así que ayer lo busqué en Internet y rezaba sobre los beneficios de la soledad. Tenía  una gran capacidad mental, pero una mente absolutamente desubicada.
- Pues acordémonos que el agua es siempre buena, y ¿Tus hijos?,  ¿qué tal con tu mujer?, ¿has solucionado estos problema en el trabajo?, - cada vez que nos cruzábamos, me hacía  referencia a las misma temáticas  repitiéndose las mismas preguntas - bueno, bueno, dime, ¿cuándo  será la próxima  reunión de vecinos?, ¿hablaremos  sobre el ascensor? - que él nunca  utilizaba - ¿ piensas que hay que cambiar al equipo de limpieza?
Cuando coincidimos  en las puertas de nuestras casa, me tenía, siempre, un cuarto de hora allí hablando. Vivía totalmente solo. No tenía visitas y no salía a la calle. Realizaba un trabajo de manualidades muy lucrativo debido a su perfección y el tiempo que dedicaba. Pero estaba totalmente solo en el mundo, solo porque él lo quería y buscaba, aparentemente.  La mujer asistenta, algo especial o algún problema, para estar cuatro horas seguidas con él y su asfixiante monólogo . Iba, mi vecino, hoy con una camisa de pijama2 con rayas verticales  negras en conjunto con el gorrito.
- Pues el otro día viendo el telediario oi lo peligroso que sigue estando salir a la calle y no se porqué, no se triplican las medidas de seguridad. !Ahy!, si por mi fuera. Cambiaría  leyes y principios de actuación  - sospechaba de donde venían  esas grandes paranoias espectaculares.  Esperaba la posibilidad de hacerle unas peguntas indicativas, pues  jamás  me podrá  responder directamente pues no sabrá  de que hablamos, no será consciente de lo que le pasa.
- Bueno - le dije con educación- le dejo.
Se me quedó  mirando con cara pensativa y ausente por unos segundos, pero antes de que acabara de darme la vuelta, me preguntó.
- Y Usted, qué  siente, cómo  vive, por estar solo.
Tenía  una mirada sincera. Una sonrisa agradable. Una temática  vital . No tenía mal, sino placer en hablar con él.
- Si, yo vivo solo y libre. Viví unos años intensos, buenos y difíciles  con mi mujer y los dos chiquitos, los educamos correctamente, los dos tienen una vida feliz. Ana y yo, nos separamos. Nos llevamos bien, nos respetamos y cuidamos nuestra relación  en vistas a nuestros hijos. En estas circunstancias y recibiendo  a mis nietos, solo se vive estupendo.
Arturo, era más  joven que yo, le diría  unos cincuenta años.
Y contaba con 58  años, en plena forma. Mis hijos los tuve pronto.
El continuó
- Y si estás  bien ¿por qué tanta ansia en formas familias?, ¿en formar núcleos dependientes?, que ¿no viviríamos  mejor y más  tranquilos sin esos núcleos conflictivos  y con otras estructuras de crianza  y educación? - me dio
- Por la moral Judeo-crisiana Europea, vecino.
- Ya, !ahyyy!, cuanto ha actuado y pesado. Desde la primera diáspora , ! la huida de Jerusalen! - grito mientras levantaba sus brazos actuando-  la influencia ha sido máxima - era inteligente, culto, y  loco de remate.
Ahora ya no vale - me decía , yo a  mi mismo- pero mira que me había planteado esa misma cuestión  cuando estaba conviviendo con Ana, mi mujer. No nos hemos divorciado legalmente, pero vivimos, muy placidamente, separados.
Comenzó a dar vueltas sobre si mismo a la par que comenzaba a introducirse en su casa, al ver que yo le miraba,  como siempre, él,  me dijo, también,  como siempre3
- Es el efecto eléctrico  que actúa cuando mi cuerpo es una bobina de producción  de emociones. Girar y girar.
Tenia unos problemas relacionales tremendos.
Pero era feliz, al menos en aquellos momentos durante los últimos  siete años que yo lo viera. Estaba más  o menos dicharachero, pero siempre amable, simpático , animado y excéntrico  con gajes de locura.
Cerró  la puerta y ya yéndome buscando del  ascensor,  abrió  la puerta la señora Amparo, y como no, en mitad del pasillo, en mi camino al ascensor, se interpuso.
Así pues, bloqueándome la salida hacia el ascensor, la joven Amparo, gestora y presidenta, del edificio, esgrimía la espátula de madera, larga y con final plano, acompañada del gorro blanco, de cocina ambos objetos.

Vestía de negro, algo encajado, a media pierna y con zapatillas de bailar. La gustaba el cuello circular y la mangas ajustadas, pues decía, que necesitaba para no sentirse, en sus movimientos, estorbada por los pliegues de la ropa.
Alzando ligeramente la mano izquierda y apuntándome con la derecha, me preguntó
- Va usted a tener problemas en pagar la cuota de este mes?
- Nunca los he tenido, Amparo.
Mirándome fijamente, bajo la espátula, la puso en vertical y la acercó a su cuerpo.
Siempre las mismas preguntas y la misma cuestión. Con ellas navegaba todos los días por los pasillos del edificio, parando a unos y otros con los que se cruzaba. Sólo una vez cobrados todas las cotizaciones del fondo de coopropetarios, dejaba su espátula y saludaba correctamente a todos los vecinos.
Era una mujer hermosa, joven, sana, pero en los momentos de éxtasis en el cobro, en la oscuridad de sus ojos, se escondía el misterio y el desequilibrio.
En un momento, inesperadamente, volvió a subir su espada, retiró el pie izquierdo algo hacia atrás y con la mano izquierda más elevada dijo
- Y Arturo, le he visto que con él  hablaba, le dijo algo de su cuota?, siempre se retrasa! Hizo un amago de acercarse hacia mi corazón con el palo fino de cocina, que me hizo atrasarme un poco torpemente.
- Amparo, ¿Usted se cree que me lo iba a contar?
- Señor Andrés, yo ni creo ni supongo nada, todo lo pregunto y lo compruebo - mirándome fijamente mientras me lo contaba.
- Bueno, no lo sé, además, apliquémosle la suposición de inocencia - después de decirlo y antes de su reacción, ya estaba arrepintiéndome de lo dicho.
- El asunto de la inocencia supuesta?, !la inocencia supuesta es un hecho dado y aceptado sólo por los cobardes!, !hay que aceptar nuestras responsabilidades y saber aplicarlas con fuerza a los demás - diciéndome esto blandeaba se espátula de un lado al otro del pasillo- !la justicia sólo existe en la imaginación de aquellos que la ansía! - roja de emoción colocó, el arma en vertical, a la altura de su pecho y echándose hacia atrás, intentado calmar su irritación.
Por los propios delirios que sonaban cualquier hora del día y en cualquier día del año, revelaban sus paranoias en búsqueda de justicia. Hablaba de abusos, nombraba a sus profesores, hablaba del juez, maldecía el juicio  acabada las escenas histéricas con algún gran gemido. Cuando colgaba su espada era una mujer realmente simpática y agradable, pero cuando cualquier asunto relacionado con alguna situación organizativa o algún tipo de baremo o juicio, perdía el razón y comenzaba a deambular por el edificio exigiendo la paga de la cuota, como reacción reflejo de las inoperancias mentales que sufría y, por lo que ella afirmaba, "así debe de actuar toda persona con responsabilidades". Sus ojos eran negros, pero brillaban como soles en aquellos momentos de extrospección máxima
- Bien, Señor Andrés, acabo de recordar que su cuota está pagada - cosa que no era verdad, mi banco les pasaba el dinero  a finales de mes, y estábamos a su mitad. Los ataques de locura le nublaban la mente. Los momentos de claridad, le valían para comprobar los datos, pero en el caso que alguno faltase, es decir, normalmente hasta el 25 del mes, salí como una fiera a perseguir a los demás, desde su inofensibidad y a corregir el asunto como motivo de pagar una deuda que la vida le debía.
Nunca la había visto bajar por el ascensor, pero sí por las escaleras persiguiendo a los inquilinos. Nunca habíamos coincidido en las puertas de entrada del edificio. No sabía si salia o no, pero sí que sabía que alguna vez al mes le traían del supermercado una gran cantidad de comida.
Sin mas palabras, se retiró hacia la pared, se quitó el gorro de cocina, se  puso cruzado sobre el pecho la espátula y me dijo
- Señor Andrés, entiéndame lo importante del asunto y la seguridad y prioridad que debo de darle a todos estos asuntos, por la seguridad económica del edificio. Pero continúe, así está todo claro.
En los breves instantes en que la cordura y normalidad regresaban a sus ojos, era una mujer muy guapa a sus 35 años.
Ya cerca de mi destino, el famoso ascensor, comencé a observar al botones de éste.
El botones, Carmelito, era un anciano de mas de setenta años, que todavía, reconstruido a tijera e hilo durante toda su vida, vestía el uniforme que lució en la inauguración  hacia ya muchos años.


La tela gruesa roja, ya no contrastaba con los botones color cobre. El rojo estaba enmoecido y los botones agrisantado. El gorrito rojo, dejaba pasar a las canas que le caían por los laterales. Me vio de lejos, sonrió y empezó a buscar en el juego de llaves. El ascensor se llamaba con lleve en cada uno de sus pisos.
Era un hombre realmente tranquilo y con el todo sucedía despacio, muy despacito.
Cada vez que cogía una llave y la miraba con curiosidad, subía la cabeza y me preguntaba.
- ¿Has vuelto a tener un asalto de esgrima a espátula de madera con nuestra vecina Amparo?
- Sí – le dije asistiendo con complicidad.
- La soledad es mala. La introspección es excesiva. La falta de referencia desequilibra los pensamientos. – me dijo girando la cabeza y colocándose bien el gorrito.
Expandió el juego de llave por encima de la mano, y tras observarlas todas, con lentitud y calma, cogió una y al intentar introducirla, vió que se había vuelto a equivocar.
- Y mi amigo, el del gorro, lo viste esta mañana, imagino – dijo soltando una pequeña carcajadita sin mirarme
- Sí, un par de palabras hemos intercambiado – le dije, sonriéndole también.
Ahora si que se giró, y mirándome a los ojos, dijo
- La felicidad no tiene medida y me es igual de válida la de los locos como la de los cuerdos – susurro abriendo los ojos e iluminando la expresión.
Volvió a girar la vista sobre las llaves que las tenía otra vez extendidas por la mano.
- Me temo que he vuelto a dejarme la llave de piso en el juego de llaves de los martes.
Las costumbres de los habitantes del edificio Calagari estaban muy especificadas. Las sorpresas eran mínimas, los cambios minúsculos, la rutina total. Vivían en un mundo totalmente ordenado en la repetición.
- Bueno, bajaré andando, que bien me viene, bueno para mi cuerpo.
- Sí, sí, cuídelo – me dijo mientras hacia leves movimientos circulares de despedida con la mano mientras giraba otra vez la cabeza y volvía a mirar el juego de llaves.
La escalera tenía las paredes tapizadas de tono gris y el suelo de madera y una colección de cuadros, de impresiones de art pop que el artista que vivía en el ático iba bajando cada año. No utilizaba ningún personaje conocido. Había hecho construcciones con la cara de su abuela, con ,Carmelito, con el gorro puesto y otra gente conocida de la proximidad y así, ya por prácticamente todo el hueco de las escaleras, habían iconografías.
Ya llegando al segundo piso, salió al encuentro de mi llegada por las escaleras David, bueno, el Doctor David, psiquiatra. Hoy iba bien de tiempo, así que adelantándome fui parándome poco a poco.
Iba con su camisa larga de enfermería, un pequeño oscultador, y unas finas gafitas de pasta azules.
Llevaba entre sus manos una libreta negra en la que siempre tomaba notas.
Trabajaba en casa. Tenía una clínica de tratamientos psiquiátricos On line. Le iba bien. Pagaba puntual sus gastos de comodidad. Iba a su casa una vez por semana una esteticién que le cortaba el pelo y arreglaba las uñas. Tampoco le había visto salir del edificio.
- Andrés, Andrés, perdóname, ¿tienes un minuto?
- Sí, claro, dime.
- Mira, en ocasiones veo comportamientos algo irregulares de los habitantes de este edificio
- Sí – le dije enfatizando la afirmación.
- Y quiero hacer un estudio – se alejó de mi y se puso en la distancia de un pequeño discurso- te recuerdo que la psicología es el estudio de la mente humana y su funcionamiento, y es una ciencia empírica. Las personas, sus experiencias y sus consecuencias. Nos sitúan a cada individuo en un grupo de acción, en un saco de características y, nuestra suerte – me dijo mientras fruncía el cejo- está ya echada y el futuro decidido, Ciencia, ciencia, de las personas a los hamsters y el estudio de las reacciones ¿bien?
- De acuerdo.
- Y necesito tu ayuda.
- Vale, empecemos, ¿qué vas a estudiar?, ¿sus comportamientos, relaciones, vestiduras, palabras....?, piensa que todos somos vecinos.
Aquí en estos momentos de máxima decisión propia, le entraban la máxima elocuencia y desespero. Con los problemas ajenos era muy científico y analítico. Pero en todo aquel que estuviera inserto, la tragedia de la indecisión le invadía.
- ¡y yo qué se por donde empezar!, ¡acabo de trasmitirte mis intenciones!, ¡me has dado ya demasiadas posibilidades para sopesar!
Se puso a dar vueltas realizando un corto circulo, abriendo y bajando las manos.
Paró, y con una expresión científica, se acerco a Andrés y le dijo.
- me voy a mi habitación a realizar una posible planificación del estudio...Cuento con su apoyo – me dijo guiñándome el ojo mientras daba la vuelta hacia su habitación.
Cuando ya estaba a punto de comenzar a bajar el primer escalón oí viniendo del fondo del pasillo, mi nombre


- Andrés , Andrés, !espera¡, venía corriendo hacia mi.
Rosa, era un bomboncito, pero no podía estar sola. Llevaba un traje blanco, de tela fina, y le flotaba muy dulcemente a su al rededor cuando iba corriendo. Era muy linda pero con sus padres vivía. No podía estar sola.
Se me acercó, con los brazos abierto, cariñosa y dulcemente
- Rosa – vida mía.
- No señor - sonriendo - usted se equivoca – me dijo apretando sus labios pintados de rojo-, mi nombre es Marylin.
Vestía con un traje blanco y cortaba una pequeña melenita rubia.
- !Llévame a bailar¡ - me dijo sonriendo y moviendo la cabeza suavemente de un lado para el otro.
De tanta belleza, tanta locura, me decía.
- Sabes, Marylin, que me tengo que ir a trabajar – contesté poniéndole dos dedos en horizontal de mi mano derecha, con suavidad, bajo su dulce mentón.
En aquel mismo momento sus ojos se libraron de locura y, cruzando su mano derecha, cogió la mía y la apartó de su rostro.
- Andrés, sabemos que todos vivimos inmersos en nuestras locuras, tú, yo y todos. La adquirimos en el camino de nuestra realización. En busca de la satisfacción. La locura del sinsentido. El ajetreo y materialismo actual. La imposición externa en tu vida. En demasiadas ocasiones nos olvidamos de lo somos y nos dejamos llevar por los estereotipos impuestos, movimientos artísticos, tal y como el art pop, con el icono Marylin de Warhol
Aquí su expresión cambió de nuevo y su bella sonrisa volvió
- Bien, bien, Andrés, amorcito ¿donde vas?, cuéntame.
- A la rutina en el trabajo.
- Al trabajo, al trabajo...- aumentaba ligeramente el tono en cada repetición, !al trabajo¡, ¿dejas el mundo de tus sueños para salir a la realidad?
Autoacusaba al mundo de sus locuras.
- ¿Miedo a actuar tal y como tú eres?
Tenia ataques de lucidez verbal
- ¿Nos escondemos en la normalidad ante el temor de descubrirnos?, ¿es locura no entrar en el caudal del rio que a todos nos arrastra?, ¿tenemos que adquirir unas formas, usos y maneras impuestas del exterior?. ¡Marylin!, !Sácame¡
Entonces, enseguida se le pasaba y al momento ya te estaba poniendo morritos resaltados en rojo.
- Esperaré la flor que me traes todos los días – me dijo alejándose de medio lado, despacito y marcándome un besito con la mano.
Nunca le llevé flores. Temía su reacción.


Continué bajando las escaleras, cuando a la siguiente vuelta, me encontré al pintor, Daniel, allí, en mitad de ella, con un cuadro, enmarquetado apenas con los laminas de cristal, pensando como ponerlo. Maniobras tenía que hacer para pasar.
- ¡Hombre Juan! - siempre se equivocaba con mi nombre.
- Daniel, qué tal.
- Pues mira aquí, a ver donde y como coloco mi nueva creación, mira, mira, y dime qué tal.
Me la pasó y la contemplé
- Has dejado tu anterior estilo ¿no?
- Me insulta que me lo preguntes – el genio de los artistas chovinistas volvía- , ¿qué no ves la diferencia?, es palpable evidente, clara. Los otros eran buenos, pero estos son mejores.
Era surrealismo, bueno.
Tras ver el cuadro, comencé a comprender su nuevo bigote, largo y afilado.
- Quiero hacer real lo imposible, quiero que veas lo que no puede ser, quiero llevarte al mundo de las ilusiones.
El cuadro era el dibujo, bastante conseguido, de un elefante, de aquellos que en caravana marchan en un cuadro de Dalí.
Mi única relación con él, había sido en el hueco de la escalera. También era un hombre informado de lo que hablaba y conocía muy bien las obras propias de cada movimiento o autor en los que trabajaba.
Mientras pasaba le dije
- Sí, a mi me gusta bastante, disfruto muchísimo, sino con él que más, viendo los cuadros de Dalí.
- Sí – dijo levantando el dedo indice.
- Claro, que también un poco extrovertido y experpéntico en ocasiones.
- Mira, la belleza y verdad tienen la misma madre y ella es, la locura.
Un tanto aturdido me quedé tras esta afirmación por la resonancia y el tono de aquella verdad que nunca supiste. Su sonrisa continuó.
- Bueno, pues ya tengo el lugar, así que me subo a por las herramientas para colgarlo. Ah¡, a ver cuando quedamos y subes al altillo a ver mis obras.
- Cuando quieras me avisas – durante siete años me estaba invitando a su casa a ver su obra. Nunca había ido. Tampoco le había visto salir a la calle, pero sus cuadros tenían la suficiente calidad como para hacer negocios con ellos. Eran buenos.
Así pues, nos dimos la mano y cada uno siguió por su camino.
Para ir a la planta baja, debía de pasar por toda la primera planta pues la escalera continuaba al otro lado del pasillo.
En cuanto doble hacia éste, sorprendido me quedé, estaban todas las paredes y techo con hileras de luces pequeñitas formando lineas paralelas y alguna trasversal.
En la primera puerta vivía el antiguo chófer del dueño del edificio, que aquí había vivido, en toda la cuarta planta, y estaba, el antiguo chofer, con el uniforme puesto, paseando de un lado al otro del pasillo con cara de impaciencia, hasta que giró su mirada y la clavó en mi.

miércoles, 30 de marzo de 2016

FILOSOFÍA LITERADA (I)


AQUEL FENICIO CON TALES

Las caravanas de camellos, subían y bajaban las dunas del desierto, siguiendo el horizonte.
Epilio, estaba viajando camino de las pirámides.
El iba con cuatro animales, cargando sus enseres y servidores.
Su padre, oriundo de Tiro, Fenicio, ganaba mucho dinero en el comercio de todo tipo de productos a lo largo de todas las costas que el mar Mediterráneo bañara. Las aguas del mar habían sido su casa.
Aquella vez, decidió ir a conocer una de las maravillas del mundo y que a sus 37 años no había ido a verlas todavía. Habiendo hablado con las autoridades del imperio Egipcio, el viaje era muy tranquilo.
Las empezó a distinguir entre la distancia y la sensación de inmensidad ya era patente.
Tardaron muchas horas, desde el momento al que las vieron, hasta que llegaron a sus pies.
Jamás había visto nada semejante.
Emocionado estaba del impacto.
Bajo del camello. Se quedó a cierta distancia para poderla apreciar en su totalidad y allí mismo, sentado a unos 10 metros había un hombre moreno de pelo rizado, alto, fuerte, sentado en la arena, con los brazos apoyados en las rodillas. Permanecía muy quieto. A su lado sólo tenía una pequeña barita de madera plantada y un gran rollo de cuerda fina. Por curiosidad se acercó.
Epilio le habló en Griego. Lo había estudiado y trabajado. Había recibido una buena y gran educación propia de una gran familia adinerada. Desde el estrecho del fin de los mares y el mundo, hasta cada rincón del mediterráneo, un barco comercial Fenicio te ibas a encontrar
Se presentaron. Vieron que eran de unas tierras cercanas, de Mileto a Tiro y se intercambiaron unos agradables saludos
- ¡Que espectáculo! - dijo Epilio
- Sí, realmente impresionante – asintió Tales.
- Me imagino cuando, hace más de 1500 años, miles de hombres dentro de una organización monstruosa, como una gran máquina viva, la fueran construyendo, ¿no?
- No, yo no lo veo así
- ¿Cómo?
- Es la proporción invariable, necesaria y absolutamente insensible, de las relaciones entre los puntos del espacio. Esto, cuando las miro, lo veo.
En la educación que había recibido Epilio, había sido versada en unas características principales, aprender a hablar diferentes lenguas pues para el contacto con varias culturas eran necesarias, principios administrativos y navegación, mucha, pero apenas había recibido más que educación mística y mítica en cuanto a la ontología y funcionamiento del mundo, de ahí que alusiones a nociones abstractas la trajeran curiosidad.
- ¿de qué me habla?
- De la Geometría
- Y eso ¿de qué vale?
- Lo vas a ver.
Tales estaba sentado en el lugar hacia el que avanzaba la sombra de la pirámide. A su Izquierda tenia el palo clavado que observaba con atención, en un momento dijo
- Epilio, ¡rápido!, clava esta estaca allá donde esté la sombra de la pirámide. – Epilio no estaba habituado ni permitía que nadie, salvo su padre, le diera ordenas, pero estas eran diferentes, habían la ansiedad del experimento.
Una vez hecho esto. Ató la cuerda y desenrrolándola poco a poco comenzaron a andar hacia la pirámide. Detrás de ellos dos y a una distancia, iba el grupo de la servidumbre. Tales viajaba solo. Hablando iban y en un momento de la conversación, tales dijo.
- Mira, hijo de los comerciantes, de aquellos que vivís con el intercambio de verdaderamente valiosas mercancías, dejame que te diga que la razón no solo se encuentra en la suma de monedas de tu padre, sino también en los vientos que empujan las velas de sus barcos.
Epilio rió
- Tales, tales – aun siendo mas mayor que Epilio, habían cogido cierta comodidad de conversación-, sabes igual que yo, que el mundo vive y funciona por el capricho y deseos de los dioses. Los vientos no son más que los cánticos de dolor de Otilina.
- Hay una manera de explicar y comprender el mundo sin que ningún hecho azarosa lo encontremos. Hay una razón, un orden existente en el cosmos.
Epilio, aun horas hablando con Tales, años debía de estar para tener una visión aproximada a la que tenía Tales. Atado al capricho de la naturaleza no podía concebir un orden existente en ella.
Continuaron hablando, debatiendo la racionalidad o el estado caprichoso de la naturaleza.
- Bueno, ¿y esto de la cuerda?
- Para medir la altura de las pirámides.
Lo que había empezado como una gran conversación, agradable e interesante, iba perdiendo interés para Epilio ante las excentricidades de Tales.
- Y ¿qué relación que tiene un punto que has dejado marcado, allí, en la nada, una cuerda hasta los pies de la Pirámide y su altura?
Siguieron andando sin que tales contestara, mientras llegaban a la base de la pirámide. Tales, calculó la distancia desde el lateral hasta el centro para sumársela a la medida de la cuerda y le dijo.
- Epilio, quiero que sepas, como segunda persona en el mundo, detrás de mi, pues no lo sabrían ni los constructores de ellas, que la altura de esta pirámide, Keops, es de 146 metros.
- ¿cómo?
- Pues planté la estaca en el punto de la sombra de la pirámide cuando la sombra del palito de mi izquierda era igual a su altura. Ley extensible a todos los objetos. Proporciones aritméticas que no son capricho de los Dioses.
Se despidieron con cordialidad, sonrisas y extrañeza por parte de Epilio cuando veía irse a tales.
Al día siguiente subió a los camellos camino de las pirámides.

Unas grandes telas blancas que cubrían su cabeza y con el viento, caliente, pero engañoso con su frescor, mientras llegaba a lugar donde ayer estuviera con tales. Allí estaba el palito, la estaca y la sombra de la pirámide. Emocionado también, vio como todo iba a punto de encuentro. La sombra de la pirámide. hasta estaca, y la del palito hacia su altura dibujada en la tierra. En el momento en el que la sombra del palito marcó su altura, la sombra de la pirámide llegó hasta la estaca. De cuclillas se puso, mientras observada, mirando con cara de complejidad, el palito, las sombras, las pirámides, las alturas, lo circundante, preguntándose si realmente todo el funcionamiento de aquello que le rodea puede estar determinado y encauzado por unas reglas impuestas por la razón, como es la, llamada Geometría por, este, sí, Tales, Tales de Mileto.


SPINOZA, EN EL CANAL HACIA EL BÁLTICO

Paseaba despacito y tranquilo, por una bella Amsterdan, cubierta de amplias flores blancas, caducas, sutiles, efímeras, pero esplendidas en su corta madurez.
El verano era corto.
Marchaba lento y pensativo pues su tuberculosis le producía problemas en el movimiento pesa a su juventud.
Observaba lo que le rodeaba y luchaba por no sentir odio y desprecio hacia aquellos que lo había apartado del mundo del pensamiento por alegar la existencia y manifestación como parte de la misma ontología, a Dios, su pensamiento y la belleza extensional de los blancos tulipanes expuestos en cada balcón de aquella ciudad construida con una madera clara de frescos y grandes abedules.
Se dirigía a su taller. Los antiguos Sefardíes, los Judíos expulsados de la península Ibérica, no lo abandonaban, pero si apartaban y sólo le dejaban dedicarse a la artesanía.
Spinoza, se sentía feliz puliendo las lentes para sus amigos científicos, pues le permitía reflexionar y mantener contacto con buenas mentes pensantes.
Apoyado en los vallas protectoras de un canal, elevado por la marea, se le acercó un antiguo alumno, que ahora ocupaba un puesto de dirigente importante en su comunidad. Nunca estuvo cerca de lo fanáticos, pero siempre fue un hombre precavido.
- Maestro ¿cómo está?
- Bien, mi amigo, tratando de, contemplando la belleza, olvidar los dolores en mis huesos.
Acercándose más le dijo
- Ya está impresa su obra, el tractatus teologico-philosophicos. Vamos a empezar a mandar a los tantos otros pensadores racionalistas que le siguen en el resto de Europa.
- ¿A Liebniz?
- Sí, también
- Alumno Christiaan, probablemente deba irme a la Haya, en cuanto se haga oficial mi excomunión y me gustaría que siguiéramos, en secreto repartiendo mi obra.
- Sí, señor, cuente conmigo, pero dígame ¿qué alegan para condenarle?
- Mire, el gran admirado por mi parte, Descartes, quiso separar ontológicamente al ser humano de Dios, para mantener su capacidad de elección.. Su cuerpo, su alma y Dios, no eran lo mismo. Y yo le pregunto a Usted ¿en qué punto rebajo un centímetro el poderío y omnipotencia divina si le afirmo que Dios también se encuentra y se da en la belleza de las flores que cuelgan de los balcones?
- Bueno, Señor, pero nuestro Dios, Yave, es superior y está por encima del ser humano.
- Pero, mi alumno el que yo piense no me da independencia divina ni la existencia de las flores como realidad tampoco. Todo lo existente es Dios, nuestra libertad está en la asimilación de nuestro destino como parte creadora, es la Panagea, todo es y está en Dios.
- ¿Los mismas vertientes formadoras de Santo Tomas?
- Sí, parecido – y le dijo acercándose, cuidado con nombrar a un santo de la iglesia católica, cristiana, apostólica y romana, aquí, en este barrio comercial grande y Judío muy judío.
- ¿Quería Dios que le hayan apartado de la iglesia y no le permitan instruir a los jóvenes, señor Spinoza?
- Te voy a decir una cosa, y que nunca se te olvide, Christiaan, la iglesia, sea cual fuere, no está formada por Dios, son los hombres quien la hacen y la componen y todos los pecados y defectos que tienen las personas fuera de ella, la tienen dentro también.
La última mirada fue algo melancólica. Sabría que debería de partir hacia se nuevo lugar de residencia pronto. Su capacidad intelectual estaba pletórica, pero su cuerpo se consumía con lentitud. Apenas tenía 40 años, pero pocos más le quedaban, le dijeron algún amigo intimo médico, con otras palabras.
- Baruch- por un momento sintió la fuerza para tutearle ¿podremos, con la razón explicar el mundo?
- No sólo podemos, sino debemos. El mundo no es más que la manifestación del orden divino. Nuestra mente llegará a su conocimiento pues somos parte de Dios. Somos, esencialmente seres racionales y con nuestra razón llegaremos a la más alta comprensión, lease por favor a descartes, siempre lo he admirado.
Se despidieron y su antiguo alumno se fue con paso ligero pues tampoco quería que se le siguiera asociando en la cercanía con él.
El canal estaba enfocado hacia el mar báltico, en el norte y el sol se ponía en su hombro izquierdo con lo que no le molestaba y podía ver los rayos de luz caer trasversales en la madera húmeda del casco de la pequeña barca cargada de girasoles que llevaban hasta la costa.

- las religiones no son malas, la maldad esta en las personas que dicen que la representan – dijo en voz alta, sin miedo pues los dados de su destino, ya estaban jugados.

DESCARTES Y EL JARDINERO

Era el precioso castillo de Fontenebleau, pero si lo era, más sus jardines.
Paseaba entre los setos, con un traje negro alisado, con mangas largas y cuello alto.
Siempre permanecía con la mirada atenta y fija. Parecíase que estaba contando hasta última hoja de cada uno de los frondosos abedules que formaban el centro neurálgico del jardín dividiéndolos entre los metros cuadrados del mismo.
Su vida era matemáticas, más bien, exactitud. Buscaba la completud del pensamiento, fuera el tema que fuese.
Inclinándose en un conjunto de setos, estudiando las lineas de conjunción que surgían en el horizonte, se tropezó, como todas las mañanas con Andrè, el joven y porqué no, magnífico jardinero y encargado de aquello.
- Haces arte, joven – le dijo Descartes
- No señor, no me avergüence.
La cercanía humana que mostraba ante los trabajadores, de un Aristócrata bien situado y mejor apreciado producía una gran ternura pero humildad en ellos.
- Que, ¿consigues realizar lineas paralelas entre los lados de las hileras de los setos?
Andrè, muy modestamente, alzó una media mirada y le contesto
- No señor, no es mi intención, en la desigualdad de los lados encuentro la belleza.
Cual una tormenta seca de verano, se abrieron los ojos de Renè.
- Pero !que me dice Usted¡, ¡La belleza es la perfección!, el punto de fuga debe estar calculado hacia el fin de las vallas finales del jardín!, ¡Tiene un poste central hacia donde dirigirlas!
- Si, maestro donde los haya, pero en mis pocos años en el arte de la jardinería he llegado a la conclusión que la a simetría trae cierta belleza y encanto.
Se dio media vuelta con potencia y comenzó, Renè a andar hacia el castillo, pero tras unos pasos hacia el se giró y se aproximó de nuevo.
Andrè, temblaba, intuía que había hablado demasiado aun sin saber por qué.
Plasmado entre las pequeñas montañas totalmente verdes en su espalda, observaba como el paso de maestro se iba calmando, y el ruido de las pequeñas hojas color cobre aligerado, sonaba más calmado en su proximidad.
- Tendría ganas de que Usted se hubiese leído el ensayo que escribí hace algunos años cuyo único objetivo era enseñar a pensar, pero bueno, dejémoslo y déjeme preguntarle si el desorden es bello
- No Señor
- Y la desigualdad es un tipo de desorden.
- Si, señor
- Por lo tanto concluiríamos que el desorden no es bello.
- Sí, Señor.
Descartes se le quedó mirándolo a la par que se sentaba despacito en un banco a la vera del jardinero.
- Sé que me contestas con afirmaciones pues sientes la necesidad de hacerlo.
- Sí, Señor.
Sabía y entendía que en la belleza del jardín nunca podría encontrar una verdad absoluta.
Sabía que tenía tantas posibilidades él, estudioso y culto en deducir donde está la belleza, que aquel, sin estudios ni cultura clásica, entendía que todo era susceptible de encerrar dudas en cuanto a su concepción y desarrollo.
Miraba y observaba las lineas escapatorias.
Él las veía rectas, pero el jardinero ya le había dicho que no lo estaban.
Él le había hecho un pequeño razonamiento, el cual si hubiese tenido toda la claridad y evidencia, no lo hubiera dudado André.
Descartes, pensaba firmemente que estábamos, en manos de Dios y sus antojos y motivos y la que pensásemos podría estar muy lejos de las realidades.
Vivía rodeado de las matemáticas pero el sabía que su exactitud podrían ser sólo consecuencia de este Dios caprichoso.
La verdad única que encontraba era que pensaba y dudaba.
- Andrè, he de decirte que busques la belleza donde quieras encontrarla, pues allí estará, pues te puedo decir que la única verdad será que yo estoy dudando que ahí estuviera.
El jardinera seguía con las tijeras anchas cortando las lineas irregulares, con la mirada dirigida hacia Descartes, su Señor, pero perdido totalmente en sus deducciones y conclusiones.
Renè, el Señor, se levanto sin mediar palabra.
Sabía la forma y características que debía de tener las verdades, pero aun intentando y creyéndose ver así ciertas reflexiones, sabía que esto era una deducción perfecta, un modelo, pero después entraría su propia apreciación a la hora de aplicarlas, es decir, clasificar o darle unas características de una verdad absoluta a otros conceptos, pero seguía sin saber si su asignación de modelo la tenían los objetos que había mirado como tales. Lo buscaría, necesitaba más conocimientos similares, o mejor, iguales.

- Clara y distinta, así debe de ser la verdad dijo en voz alta mientras se iba.


DARWIN, JHON Y LOS MONOS ENJAULADOS


Crujiendo el casco Roble Ingles y temblando en su verticalidad los mástiles de pino Español, el gran Velero Beagle había salido ya hacia dos años de Inglaterra con el objetivo de recorrer las costas de Suramericana primero en un viaje de investigación que daría la vuelta total al mundo por sus océanos y mares. Jhon era el cocinero y había conseguido una gran amistad con Charles.
Aquella mañana, se encontraban viendo una vez más, la salida del sol en la eslora izquierda del Beagle en su viaje hacia el pacifico, habiendo pasado el estrecho de Magallanes, en el confín del mundo, cerca de la tierra de hielo, en el punto más lejano de la Patagonia.
Charles salía a pasear con su traje de levita azul y disfrutaba mucho de los vientos frescos y matutinos que levantaban su pelo rizado. Observaba con atención y su lente los azules amaneceres de aquellos inhóspitos lugares. Coincidía normalmente con Jhon que con su siempre puesto delantal, le iba a su encuentro.
- Señor Darwin, lo he vuelto a hacer. Como me pasa algunas mañanas, he vuelto a gritar a mis ayudantes y mostrarse violento con algunos marineros. Me detesto esos días, parezco un mono enjaulado.
Charles se le quedó mirando fijamente y volvió perder su vista en la lontanía y soledad del océano. Había estado estudian los pinzones de las islas del atlántico, había observado la rareza de los dragones de las islas de estrecho y empezaba a especular sobre la necesaria adaptación de los animales a su entorno. Susa notas comenzaban a tomar forma de libro y en el empezaba a plasmar su idea de la evolución. Justamente aquella noche, en sus sueños especulativos tuvo la tentación, durante breves instantes de aplicar estas conclusiones a la especie humana.
- Pero, qué me cuenta Jhon, ¿que deja de utilizar su razón humana y actuá de manera impulsiva como lo hacen los animales.?
- Bueno, tu pregunta es difícil, no sé, sin pensarlo.
Darwin había leído algo de Hering, fisiólogo de Liebnizg que estudiaba la relación entre la velocidad respiratoria y el sistema nervioso. Sabía que había una relación entre el estado corporal, en este caso matutino de Jhon, y su humor. Ahora bien, la idea de que fuera el posible reflejo de la evolución del ser humano, le asustaba.
- Sí, Señor Darwin, y me siento arrepentido, pues yo no soy así y no quiero que mis compañeros me vean de tal manera. Por la tarde nunca me pasa.
Darwin seguía pensando. Había estudiado a los primates en todos los zoológicos de Inglaterra que los habían traído de sus colonias extendidas en todo el mundo, y había visto que no tenían un estado de humos variable a las horas del día. Aquí si que había una diferencia clara. Pero sabía que esta reacciones en las cuales las personas no utilizaban la razón y no estaban en sus cabales eran tremendamente similares a las de los animales.
- Jhon, es importante y fundamental controlarse, lúchalo, pero no te desprecies pues en mayor o menor cuantía a todos nos pasa.
El estudio de los picos de los pinzones adaptados a la vegetación propia de cada isla apenas separadas por unas millas pero la imposibilidad de comunicación por los grandes vientos del océano y su forma debido a la adaptación al tipo de flores le apasionaba y le hacia reflexionar sobre qué tipo y hasta donde podían llegar este tipo de cambios.
- Pero, Jhon, ¿te pasa constantemente o viene de unas condiciones especiales? - le dijo mientras acariciaba la suave madera pulida de tono azulado de la barandilla del casco.
- Sí, especiales, en cuanto que menos noción de mi mismo tengo, es decir, tras una noche cansada y la mente aturada, tengo más dificultad para pensar.
- ¿Será como si dejaras a parte tu razón?
- Sí, algo así.
- ¿Como los monos que no la utilizan?
- Bueno, señor, esa broma ya la hago yo.
Rieron los dos.
Darwin sería repudiado por la Iglesia Anglosajona si se atrevía establecer cualquier conexión en la engendración entre el mundo animal y el ser humano, pero no podía evitar pensar, en las reacciones inconscientes de los animales, la reacción consecuente nerviosa ante la aceleración respiratoria de Hewring y los cansinos amaneceres y de mal humos que inconscientemente tenía Jhon.
El mar pacífico, cruzado ya hace tiempo por Magallanes, le esperaban. Era una larga travesía flotando entre las aguas vaciás. La nada era su población.
En el movimiento repetitivo y el silencio creado por el grito continuo de las aguas rompiendo en el casco del barco, le inspiraban y ordenaban su mente.
Sabía que había un elemento evolutivo propio en la naturaleza y que podía haberlo habido en el ser humano, lo que le daba la probabilidad de encerrar en sí mismo el acto irracional e irreflexivo propio de los gorilas en celo del África tropical.
Pero no se atrevía pensar que hubiera alguna dimensión actuante e irracional propia formadora del ser humano.
El atardecer se completaba y no quería escribir esta noche a la luz del candelabro.
- ¡Señor Darwin! - Jhon daba una vuelta revisando las provisiones antes de irse a dormir ¿qué tal ha pasado la tarde?
- Bien, bien, mi querido y buen cocinero y déjame que te diga, que intuyo que en este siglo, a sus finales, alguien nos explicará de donde vienen estas reacciones que tan poco controlamos y que tanto nos perturban.

Entre los graznidos de las gaviotas de las últimas tierras costeras, se dieron las buenas noches.


LA BIBLIOTECA ALEJANDRINA Y SU AMOR


La cultura vive en el silencio y la somnolencia del ambiente,  es su amante. Su lecho siempre está cubierto del blanco y puro mármol y vive acobijada en  la madera. Los libros son su soporte y Dioses. Allí estaba  Estragón en el gran templo de ella.
Se fue de Atenas cansado de volar entre las ideas abstractas. Pues él sentía que estaba ubicado en una realidad tangible y material. El gran maestro, Aristóteles había comenzado el camino, pero su Liceo estaba insertado en un movimiento que se alejaba de observar el mundo. Dejó su dirección.  Se fue y acabó en Alejandría. Había llenado la gran biblioteca de todo tipo de artilugios y materiales mecánicos en todos los tipos de actividades para su correcta observación material. El materialismo llegó con él y lo sabía. Dejo su vida y familia en aras del conocimiento verdadero y real.
Aquella mañana paseaba con Andresoto. Hijo bastardo del gran rey Ptomeo I, uno de los generales que se hicieron cargo de una de las partes, Egipto,  del grande y jamás olvidado Alejandro Magno que trató de escapar del circulo de las aisladas ciudades griegas y extender su grandeza, la de la cultura Griega,  por todo el mundo. El griego era el idioma por excelencia de aquel que quisiera tenerla.
Desde lo alto del tercer piso, observan los 900.000 escritos que allí había. Todo el conocimiento que existía en el mundo estaba delante de ellos. Estratón emocionado, siempre se extasiaba al contemplarlo.
-          Maestro- dijo Andresoto ¿por qué jamás estudias al inimitable Platón?, ¿Por qué solo investigas los escritos Aristotélicos de filosofía natural y biología?
-          Y yo te digo, mi noble alumno ¿Por qué hemos de duplicar los problemas compresivos y explicar dos veces los misterios?. Platón nos dejó una realidad que interpretar detrás de aquella que intentó solucionar.
-          Pero ¿observando nuestro mundo circundante encontraremos su explicación?
Estratatón giro su cabeza y contempló la cara inocente del esbelto, bello y alto joven Andresoto. Sus largos cabellos rubios le ondulabas  mientras recorrían sus esbeltos hombros. Fidias hubiera disfrutado mucho realizando una escultura de su persona. La belleza – le dijo aquel día paseando por el ágora de Atenas, no tiene sexo.
-          Mira, inquieto y joven ciudadano, la esencia de las cosas está en la generalización de sus características. No haces tú aquella acción, si no que está y es parte integrante del objeto. Aristóteles ya nos habló de ella, pero siguió atrapado sin salida del alto grado de abstracción que envolvía los conocimientos. Los primeros físicos, Tales, Anaximandro o Anaxímenes, por ejemplo, habían  decido observar la realidad pero fue aquel que convirtió a las polis en maravillas políticas, Sócrates,  quien nos alejo de ella.
-          Pero ¿y los dioses?, qué papel  tienen?
El rosto del maestro adquirió un gesto grave. Sabía en qué aguas se introducía al responder a esta pregunta. Lo irracional e incomprensible era asignad a los caprichos de los Dioses que como los hombres también lo tenía.
-          Lo podemos explicar todo con nuestro conocimiento. La racionalidad humana no tiene límites ni fin. La materia responde siempre a unos principios matemáticos, que no viven, como trataba de hacernos ver Pitágoras allá, entre los dioses, sino que actúan y están,  en una realidad material que es la que hay que estudiarla. El conocimiento se encuentra en ella y está en ella. Tenemos a los esclavos para que realicen todos los trabajos, no debemos de utilizarla para crear artificios utilizables en el trabajo, pero y te repito el conocimiento está allí.
Ptolomeo de Cirena, director de la biblioteca lo pensaba también. Quería reunir el conocimiento del mundo en el que vivía. Biología, Zoología, astronomía, matemáticas y todo  conocimiento que huyera de las simples especulaciones que explicasen desde principios primeros el mundo.
-          Maestro, hay principios ineludibles que provocan una necesaria forma de la realidad. Platón los encontró y entorno a ellos la construyó.
-          Ya descubrirás que le camino puede ser a la inversa, alumno. De lo pequeño a lo necesario.
-          ¡Cuando!
-          Cuando hayas leído lo suficiente – dijo mientras le regalaba una sonrisa que un padre le da a su hijo que más quiere.
L a tarde llegaba con su ritmo cansino. El sol caía dulcemente por entre el horizonte. Las grandes puestas de la biblioteca se fueron cerrando mientras los soldados se guardaban en las puertas para proteger el gran tesoro.

Estratón se alejaba y cada poco tiempo giraba su cabeza y miraba el siempre inmenso y esplendido edificio del que estaba enamora como un joven  que ya no era. En la última mirada se pregunto ¿la bajeza y miseria  humana,  tomarán su forma más descarnada y harán desaparecer este tesoro irrepetible?,  espero, quiero estar ya muerto si esto ocurre. Se echó por los hombros su blanca túnica y continuó su camino


JEAN PAUL SARTRE, ANDRE Y LA ALEGRIA

- No, no, déjate de una pura metafísica disfrazada de ética -le dijo, su compañero de viaje en el tren a Jean Paul
- Pero amigo, no te hago más que realismo si te afirmo que sólo hay que existencia - le contestó.
- Sí, pero ves más allá. Igual me da igual lo que sea, lo mismo me resulta lo que haga, !lo acepto, lo asumo¡, Estáte, amigo, algo por encima de las vicisitudes humanas, y sigue su desarrollo como el trascurso natural del devenir.
El tren se alejaba del campo de prisioneros. El más poderoso ejercito alemán los hizo prisioneros y los encarceló hace ya unos 8 meses. Allí se conocieron y su amistad fraguó. Sartre le gustaba escribir, pensaba hacerlo y algo había publicado ya. Andrè le motie, nunca lo pensó. Reflexionaba, especulaba, pensaba pero no tenía ninguna intención de publicar. Disfrutaba haciéndolo. Éste era su premio.
- André, ¿no te provoca vacio el no encontrar ninguna entidad formadora que dé sentido a nuestra vida?
- No, amigo no, el que así fuese, implicaría un profunda aceptación de la realidad. Derriba tus pasiones que te atrastran por el mundo del debería y acepta el es, a las cosas cómo son. Controla tus sentimientos, maneja tu vida. No es una entidad lejana, no, la tenemos metida en el bolsillo de la chaqueta. Capta los derroteros propios del devenir como parte integrante de la vida.
Sartre lo miraba con los ojos grandemente abiertos y pensamientos de admiración. Parecíase pensar en nada, para cuando te sorprendía con una conclusión absolutamente definitoria y definitiva.
Mientras hablaba se desplazaba un mechón de pelo que le caía ondulante por entre la frente. Tenía la nariz recta y la boca pequeña. La mirada era dulce, pero cuando no la fijaba, las arrugas laterales reflejaban su reflexión y seriedad.
- Considero - continuó Sartre, el gran fracaso de la humanidad, estas dos grandes guerras del siglo XX. Creyéndose parte de un grandioso colectivo, llamado humanidad, hemos caído en una suma heterogenea de diferentes y mucho entre si, individuos. Me siento perdido Andrè, ¿donde estoy?,¿cual es nuestro sentido?, me siento vacío.
Alzándose del respaldo de la butaca le dijo Andrè
- ¿por qué?,¿quien te ha dicho que las cosas hayan de ser diferentes?,¿por qué te angustia si no hay nada más y tienes todo lo que hay? Acepta lo que hay con inteligencia y fortaleza. Deja de buscar algo que ni está, que no es más que un sueño inventado, una imposibillidad que te lleva a los fracasos. De sabios es no sufrir por aquello que no se puede cambiar.
Camino iban de Paris, era un día magnifico y bonito de otoño, con cielo azul, limpio y despejado. Jean pensaba en cómo actuar y poner en marcha sus inquietudes. Se iba a afiliar en una facción muy moderada comunista que en Francia estaba creciendo. Había que mirar hacia el furturo, luchar contra la miseria de la vida e intentar cambiarla.

Andrè pensaba volver con Paulinne, con la que soñaba todas las noches y trabajar en la impresora de la editorial para echarse grandes tertulias entre cervezas al fin de la jornada. Volvería a tener inolvidables paseos cada día de cada fin de semana por las verdes dunas de las primeras estribaciones de la cordillera, disfrutando y pensando simplemente en respirar, en el ahora más absoluto.

ANDRE, MONTESQUIEU Y EL FUTURO

Montesquieu paseaba por el salón principal del edificio, con la mirada siempre fija a delante y los ojos claros y muy abiertos. No apreciaba la vestimenta de sus congéneres, la que allá, a finales del siglo XVII, se empezaban a llevar entre la todavía bullente nobleza y aristocracia Francesa. Se sentía demasiado encarcelado entre los pliegues de las rectas chaquetas de gruesas capas de tela.
La Europa en la que se movía estaba ciertamente dominada por el racionalismo, en el cual, las soluciones eran buscadas absolutas e independientes y fuera de cualquier puntualización temporal. Él miraba con envidia el practicismo de la Europa de las islas, habiéndose leido febrilmente a John Locke.
- !Montesquieu, mon ami¡ - le llamó un hombre, quizás más mayor, desde el final de aquella sala, cubierta de mármol blanco con techos abovedados y mientras se acercaba rápidamente hacia él le dijo ¿qué le has dicho al Rey? - sonrió, ¿a quien pretendes darle poder?
- A nadie y lo sabes, Andrè, busco precisamente que nadie lo acumule y trate los asunto con un control total.
Andrè, sonrió y siguió su camino, mientras le comentaba que el poder estaba, está y estará previsto en los futuros, pues el mundo está bien dibujado, y que las nuevas corrientes que surgen en Europa no se impondrán nunca. Mantengámonos alejado de lo nuevo - le añadió, que Usted y yo vivimos muy bien.
- Sí, vivimos bien, pero tras salir de las nieblas de la ignorancia ¿no ansías algo más para los habitantes de nuestra siempre grande Francia?
-Sí, sí, como no, pero recuerda que cualquier cambio es un riesgo. Nuestra Francia está en un momento de gran esplendor, compitiendo con los Españoles e Ingleses en el dominio del mundo ¿qué pretendes?
- Pretendo que debemos elevar a la raza humana al punto aquel que se merece, que lleguemos a los lugares de belleza y sabiduría a los que estamos preparados. El hombre es el centro del Cosmos y como tal hay que pensar en tratarlo.
- Montesquieu, tienes una concepción excesivamente buena de los demás hombres. Has recorrido el mundo, has visto al menos lo que yo, y tras tantas barbaridades, me extraña que todavía pienses así.
- Andrè, seamos tolerantes con los pensamientos diferentes a los nuestros, con las otras religiones, razas, países diferentes. Los hombres hemos nacido para dominar el mundo desde la más absoluta comprensión producto de nuestro raciocinio. Estamos preparados para construir un mundo perfecto y lo primero que tenemos que hacer será establecer una forma de gobierno que sea útil y funcional
- Y ¿cual es ésta?
- La que en el poder esté dividido y no caiga en manos de una sola persona.
- ¿De qué me hablas?
- De dividirlo y que cada una de las partes controle a las otras.

Andrè comenzó a reír. Él todavía no creía en la posibilidad de solucionar pacíficamente y por medio del orden y la razón las diferentes situaciones. El poder, pensaba, era de Dios o de los hombres preparados para ello. Que los individuos, en su generalidad, eran torpes y sólo una clase preparada y privilegiada podía sustentarlo. Montesquieu lo miraba con pena y misericordia pues le traía a la cabeza aquel niño que jamás crecerá ni se realizará. Pensaba y sabía que en la organización, planificación y tratamiento de los problemas de manera puntual, estaba la solución. Despreciaba las grandes doctrinas de la edad media o del renacimiento que todavía buscaban una solución global donde los hombres no fuéramos más que piezas de algo más grande que existía. Practicismo y razón - pensaba y quería él que fuéramos
- Sabes, Andrè, el poder deberá estar dividido en tres niveles, el que sustenta el estado, el que realiza las leyes y los que las llevan a hecho estas. Ahí tienes una posible solución en la organización correcta del estado - así se lo dijo y mirándole se quedó
Las risas de Andrè, resonaron por toda la sala - no paraba de reírse, pero sólo por lo estranbótico que veía en la conversación y no del contertulio ! Mon deu!
- Amigo, sabes que te aprecio y te considero, si no el que más, si unos de los más grandes pensadores Franceses, pero, amigo, olvídate que en Francia dejemos de vivir bajo el mandato de algún Borbón y que el poder sea tal y como me lo describes.
Se despidieron y cada uno se fue por un lado.
Paseando seguía pensando en cual era la capacidad de los hombres para construir un mundo correcto, a través de utilización, metódica y práctica de la razón, pensaba que la ceguez impuesta al concebir al ser humano pequeño e inútil, debía de caer e iniciarse una primera ilustración en la visión futura.

- El hombre es grande - le dijo a la ama de llaves mientras ésta, compungida, apenas levantaba el mentón.