martes, 3 de mayo de 2011

EN EL VÉRTIGO DE LA CAIDA



Del todo a la nada o, de sobrarme sitio a no tener espacio.
Cuan grandes pueden ser las intenciones de acción y las razones de uso pero que pequeños y vulgares llegan a ser nuestros actos.
Así pues, me sentía afortunado, inmenso y profundo viendo una película en la que relataban las relaciones y acontecimientos que sucedieron entre el Papa Julio y el artista Miguel Ángel.
Disfrutando estaba de la historia, con las reflexiones, relaciones, situaciones, conclusiones y demás que los personajes realizaban con motivo de la vida y el arte.
En el punto estaba de juzgar hasta cuanto el artista es dueño de su arte y el mecenas amo de sus intenciones y hasta donde hemos de ser arrastrados y cuando hemos de parar, extender nuestra paraeta y vender lo único que no se debe, es decir, el arte que seamos capaces de realizar.
El filme relataba el diálogo en forma de monólogos que dos personajes establecieron en aquel entonces, buscando su realización como personas haciendo y creyendo aquello que les hacia ser.
La mayor huida de la búsqueda de la razón en el ser de las cosas es el condimentos fundamental que forman esta sociedad en la que nos movemos. El ser no se busca, se asume dado y comprende acabado. Es mas, su propio planteamiento suena, y nunca mejor aplicado, disonante. El vivir en la ligereza e irresponsabilidad punitoria del sinsentido es el elemento constituyente formador de este ejercicio vital.
Prendido encontrábame en la voz de aquella mujer que le decía a Miguel Ángel su imposibilidad de amor con ella, pues este lo había gastado todo y en forma pura, en sus pinturas. ¡Grande!, me decía y me repetía. Todas las situaciones de esta pelicula, tenían una lectura proyectada en la lejanía de la belleza, ya sea en tu alma o en su caso, el techo de la capilla.
Al hilo de mis pensamientos, mis ojos seguían un par de amigos, imagino, subiendo las escaleras, situadas a la vera del balcón donde estaba cuando un le dijo, claro está, al otro, “voy a hacer una llamadita perdida” y tras esto soltó una carcajada. Eran la una de la mañana y el sujeto tomó la expresión de pocos tan malos tal cual yo. El arco de mis ojos se encorvaba a medida que disparaba mi mirada en la subida de aquellos dos elementos y su inoportuna conversación. La introversión y descolocación de mis pensamientos fue inmediata. De calibrar el tamaño del amor que una persona puede poner en sus pinturas a intentar comprender cual puede ser el placer obtenido en perturbar la tranquilidad ajena produce una caída difícil de ordenar. En el mismo cuadro me pude ver comiendo entre las alturas del arte con Miguel Ángel y al momento aquellos dos me dijeron que mi letra no era ni suficientemente bonita para escribir su nombre.
El bandazo de sinsentido existente me empujó de la cimbra donde pintaba al lado de Miguel hacia el poco merecido caldo de la vida en ese pueblo y aquel día. Pero, no caí, afortunadamente saqué fuerzas y pude seguir flotando entre cubos llenos de sueños ansiosos por ser plasmados que el filme allí me los presentaba luchando a muerte con Miguel Ángel en las alturas de la Sixtina.