viernes, 15 de enero de 2016

LA COMUNICACIÓN (Cap.20)



La primera semana estuvieron estudiando y preparando el trasporte. Era un trabajo difícil, complicado y lento, muy lento. Ambos dos, tácitamente, aunque fuera un acuerdo sin palabras, comenzaron a bajar sus ritmos hasta lo posible. La capacidad de sacrificio, es decir la comparación de realidades con posibilidades era un elemento injuzgable por los invasores. Redujeron a un 50 por ciento todo trabajo en equipo. Debían, sobre todo, de hacer estudios de aplicación de planes y técnicas de mantenimiento de la masa humana. Estaban discutiendo y ordenando como trasportar y organizar al ganado llamado humanidad. Fue por la presencia de uno junto al otro lo que hizo que esto fuera soportable.
La ilusión fue creciendo en los ojos de Carolina, cada vez que pasaban por debajo de la parabólica y Boris le podía ir avanzando, tanto el experimento físico-biológico referente a la expulsión de oxígeno puro en la respiración y pequeños esbozos de las ideas que tenía para la comunicación y el desarrollado de la liberación.
Durante las dos primeras semanas,  se miraban y observaban constantemente. Un cuarto de Milenio sin ver a otro ser humano ninguno de los dos. Boris, comenzó a ser tratado a los 45 y Carolina a los 36. Ahí dejaron de envejecer. Ambos dos subían y bajaban la escaleras hacia el telescopio con la mirada fija del otro. Les era un autentico acto de irrealidad hablar y ver pasar a otra persona. Comían juntos, y podían estar toda la comida en silencio total, hasta darse cuenta y hablar al unísono. Emocionados e ilusionados, pero francamente alterados.
-         Lo haré Injectándoles Berilio con alteraciones atómicas..
-         ¡Es un potentísimo veneno!, Boris
-         Ya lo sé. Con la variación atómica podría evacuar el carbono por el sudor y no producir el CO2 gaseoso. No podrían ya respirar aquí.
-         ¡Bien!, ¿lo tienes acabado?
-         No
-         ¿probado?
-         Tampoco
-         ¿Y? – la cara de Carolina cambió otra vez ¿qué tienes?
-         Toda la teoría – le dijo con la inmensa cara de felicidad que se regalaba de vez en cuando en su gran soledad- tengo todas las ecuaciones correctas, no me será difícil. Tendremos, eso sí que, o bien esconder o engañar sobre el hecho de hacerlo.
- ¿Y con quien lo vas a probar? - le dijo Carolina, con ojos de interés máximo y con una mayor cercanía que iba sumiendo a los dos con cada cuarto de hora más.
- Con las tortugas, pues sólo han sobrevivido algunos reptiles y más las tortugas de las costas norte africanas en el atlántico – Boris.
- ¿Y cómo lo vas a experimentar?
- Con la que tú me vas a traer. Recién llegada a la isla, vida ya nunca vista y la encuentras y te la traes. Bajarás a la playa y allí hay. Si lo hiciera yo, sospecharían. Fueron mi compañía ya hace mucho tiempo.
Carolina llevaba tantos años sin tener un solo momentito de decisión propia que su capacidad de actuar por ella sola se había anquilosado ligeramente y el proponerle planes a realizar y sin saber realmente los resultados y consecuencias, le hacía temblar el alma
- ¿Y si me descubre?, ¿qué les digo?
- Ellos saben que el ser humano tiene el impulso de la diversión con muchos y diferentes objetos. Nos dominan y mantienen bajo estos principios. No será muy difícil engañarles como acto de puro divertimento.
- Nos vigilarán.
- Sí, Carolina, y mucho. Podrán calcular todas las magnitudes cuantitativas a todos los niveles y en todos los momentos de tu cuerpo, pero no podrán leer ni tu mente ni la mía.
- ¿Y el laboratorio?
Se inclinó y sacó, debajo de un mueble, allí, debajo de la antena una pequeña bola de cristal estanca y un maletín con instrumentos médicos.
- ¡Con eso pretendes hacer un descubrimiento trascendental y máximo! - le dijo Carolina, con cara, de desesperación e indignación.
- Carolina, llevo decenas de años estudiando este asunto. Aquí hay poco, pero lo necesario para concretar que necesitamos exactamente.
Boris levantó la cabeza y coincidieron las dos miradas.
Se miraron, por fin, como dos iguales, como dos personas más. Los dos supervivientes de la hecatombe, habían desaparecido y habían llegado dos personas en la búsqueda de la salida, de igual a igual liban conociéndose. Algo que ya no era parte de ellos, volvía.
- Y supongo – continuó hablando Carolina- que aprovechando las circunstancias, que nos van a llevar aquí y allá, estudiaremos o pondremos en marcha la manera de la comunicación, la trasmisión y el convencimiento de los actos al resto de la humanidad.
- Sí, sí - le dijo Boris sonriendo al momento que cogía su mano en signo de confianza y amistad.
A ambos dos les iba a costar olvidar aquella sensación. Había sentido algo biónico y vivo. Tras centenas de años rodeados de plásticos y metales, aquello fue todo un auge de fuerza, una toma de aire que dejó a la habitación de ambos sin. Rápidamente se separaron y apartaron. Continuaron hablando del asunto, hasta que calculando los tiempos para actuar dentro de la normalidad, se dispusieron a salir.
- Carolina, que no se te olvide que no son Dioses. Tienen una tecnología impresionante, inconcebible para nosotros, pero nunca serán dueños de nuestros pensamientos e intenciones. Podemos engañarlo, siempre bajo la divina y querida antena.
Se miraron y se rieron. Se morían de placer entre la compañía de otra persona pues ya estaban superando la incredulidad y sorpresa inicial y ya se entendían y reconocían. Salieron de la antena.
- Habrá, entonces que adoctrinar, al resto de los humanos, bajo los principios de necesidad y conveniencia de estos actos que les vamos a presentar – dijo Carolina.
- ¿Y les vamos a dar a todos la misma utilidad? - añadió Boris
- Eso no está en nuestras manos.
Quiso esconder Boris toda mirada de comprensión o colaboración para no ser descubierto por los invasores, pero notaba que su mirada se hacia cada vez mas blandita y tierna cuando miraba a Carolina. La había observado, musculo tras musculo, como subía o bajaba las escaleras. Cuando tuvo posibilidades de juzgar, la vio como una mujer hermosa, delgada, atlética y sobre todo real. Le costaría mucho tiempo olvidar el calor de aquella mano que había cogido aquel día.

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