A la par que la verdad moría en el valle verde de mis sueños, la mentira florecía en el cauce del rio seco de la realidad.
Así pues actué, compré un par de longanizas, dos chorizos, una bella pareja de chuletas y cogí, como combustible, mis inquietudes.
El atardecer era largo y tranquilo. En aquel lugar, planito y alejado, y asegurándome de estar muy solo monté, la barbacoa. “Mis dos longanizas de Requena, ¡Bien!”- me dije mientras las colocaba. Encendí el mechero y empecé a quemar el combustible
El atardecer era largo y tranquilo. En aquel lugar, planito y alejado, y asegurándome de estar muy solo monté, la barbacoa. “Mis dos longanizas de Requena, ¡Bien!”- me dije mientras las colocaba. Encendí el mechero y empecé a quemar el combustible
Decía a voz alta:
- Ontología, lógica, física, astronomía, la colección entera de la metafísica de Aristóteles, el gran filosofo..¡al fuego! - La cultura y mi juventud morían entre las llamas. Apenas frió el mundano y carnoso fiambre.
No me pesaban las manos cuando lancé entre las llamas de aristotelismo el Summun de Santo Tomas.
- ¡Las cinco vías para llegar a Dios que nos construiste!, haz las carnes de la vida.- Tras su incineración las llonguis seguían sin hacer.
El olorcito de la carne era todavía muy tentativo. “¡ahy¡ a este pobre perro no le pongas las longanizas en su morro” – me comentó, en tono jocoso, algún amigo en otro lugar.
Necesitaba mucho combustible.
Fenomenología del espíritu, Hegel, la máxima explicación racional de la realidad“ a montón” con Nietzsche, con todo Nietzsche, su vitalismo e irracionalidad. ¡Un brebaje explosivo!, ¡dinamita! “voy a socarrar la cena” – dije convencido, justo antes de ver con la cara y el espíritu alelados como un libro se quemaba encima del otro, en una pobre dialéctica humeante.
Comencé a recoger el fiambre – “la comida actual, ya sólo se puede hacer en la vitrocerámica y con sartenes de inducción” mi dije, mientras maldecía, consecuentemente a todos los dioses que movían el destino de Ulises con la punta de sus dedos.
Aún me quedaba una caja de cultura.
Las lejanas estrellas en el horizonte, actuaron como interlocutor mientras amontonaba ordenadamente los libros…” dos mil setecientos años de historia, de pensamientos, de inquietudes, de especulaciones, de sueños, de sentimientos, de dogmas, de dudas, de soluciones, de imposibilidades, de triunfo y derrota iban a caer bajo la mísera llama de un mechero” que tremenda ironía – pensé, que tan poco se come a tanto.
“La verdad muere en el valle de mis sueños”- me dije de nuevo.
Era una pila alta y la hoguera duró un rato. Las llamas daban calorcito e iluminaron con un color muy bonito sus alrededores. Pero fue corto. El papel escrito no da para más. Bueno, para que mentir, me volví más ligero de equipaje.
Estaba llegando a casa. Paré en el primer semáforo. A mi lado llegó un “buga” precioso, abrió la puerta una mujer realmente sensual y se dirigió a una mesa en la cual había una, imagino, amiga suya bebiéndose una maravillosa Heinneken. “chuletas, chorizos y longanizas”, me dije soltando una larga, profunda y sincera carcajada.
Metí la llave en la cerradura del portal.
Seguía sin saber si la solución es “una buena torrá” o había cavado algo más el nicho de mi tumba.
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