“Bien, es absolutamente
inevitable que en situaciones extremas actuemos por nuestros instintos y que además nuestras directrices vitales
están también marcadas por ellos.”
Ésto lo oí aquella tarde. No sólo
pienso que no, sino que también quiero pensar que no.
No me siento preconfigurado por
una naturaleza anterior. El ser humano ya hace mucho tiempo que bajó del árbol.
Hay elementos claramente
definibles de momentos en los que se da este control.
En el mundo animal hay un
elemento claro sobre su modo de actuación,
tal como es la competencia y la violencia necesaria, intrínseca y esencial de
ella.
Cualquier actuación del ser humano
en el campo que se quiera que produzca
competitividad lleva intrínseca
la violencia.
La cultura
puede y debe eliminar toda la competitividad
del círculo humano. Esto traerá la disfuncionalidad de la necesaria violencia
natural que la mantiene como tal.
El ser humano con su cultura debe
actuar por encima de la naturaleza, no en sentido biológico, sino moral
Hay sistemas filosóficos, políticos
o sociales que tienen como motor la competitividad. A mi eso ya no me vale, yo
ya bajé del árbol.
¿Solución?, la educación.
La educación, no la imitación,
según lo dicho antes, es el elemento constitutivo de la cultura, o de lo
propiamente humano.
Lo complicado, sería pues, el
manifestar los criterios necesarios para su correcta realización, al estar en
contra de los intereses usuales y aceptados del poder, del sistema a todos los
niveles, desde una Aldea al más grande país. ¡Déjense de educar a grandes
expertos en funcionar dentro del sistema, a competir y a ganar!, hay que educar
con otros fines y conceptos pues la dicha competitividad es animal, y no
humana.
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