martes, 28 de agosto de 2012

CAFE X

                       Y discutían calurosamente afirmando, cada uno,  rotundamente sus palabras dandolas, como no, por verdaderas.
                        El segundo, actuaba  alejando las puntas de los dedos de la barra del bar hacia sus espaldas dibujando un amplio círculo en el cual pretendía esbozar sus razones.
                        El primero, sacaba sus manos del pozo de sus caderas para subirse las gafas afirmando el error del otro contertulio con un gesto de seguridad y petulancia.
                       Eran dos patitos flotando en su pequeña balsita pensando que eran dos barcos en un gran mar.
                       Alfonso, el camarero, los miraba con cara de indiferencia, distancia y desisterés. No le atraía nada hablar de verdades, es más, tenía cierto desprecio hacia quién lo hacía.
                       Con Andrés era muy benevolente pues sabía lo lejano que se consideraba de ella.
                       El mismo Andrés, apunto estaba de acabarse el poleo cuando entró Marga. Paró y dejó lentamente sobre la barra la taza. Siempre encontraba algo interesante detrás de su gran sonrisa irónica.
                       - Andrés, ¿por qué este verde ridiculo para las tapas del libro autobiográfico de Emilio Zidale? -Andrés diseñaba y encuadernaba los libros en la editorial.
                      - Imposiciones del que manda, Camarada.                      
                        Esto último se lo dijo sonriendo pues tardes y cafés se habían consumido discutiendo a Engles y sus mas qué, para Marga, excentricidades - lo imposible además, no puede ser, le había dicho en la última conversación.
                     Siguieron hablando algunos minutos más hasta que su, novio, hombre, compañero, amante o pareja, no se sabía por allí la real relación, vino a recogerla, y entre besos de amor, eso sí, se fueron del bar.
                      Era tarde y a Andrés también se le hacía. Recogió su pensamientos, envolvió su corazón y se dispuso a irse. Entonces,Alfonso, intervino.
                      - Oigame, Andrés, ¿qué no me pagas el café?
                       Aturado, corrió a hacerlo.
                      - No, no, para, te lo cambio por tus pensamientos.Me intrigas, amigo - le dijo sonriendo.
                      Sonriendo Andrés también, sacó las monedas del bolsillo, y en silencio y una gran sonrisa de amistad, se fue, a sabiendas que mañana sería otro día pero que también se verían.

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