domingo, 7 de diciembre de 2014

LA VIEJA Y LA NON-PHILOSOFIE



Cada paso que daba hacia el bar circunvalando el pobre barrio de las afueras de la ciudad me alejaba más de la desesperación propia de la modernidad.
Lo repetitivo en el error, la continuación del engaño, me mataban, me hacían cojear en el camino a ningún sitio. Era en el sucio barrio donde encontraba la diferencia y el Hachís que la vieja madre del traficante que mataron en un ajuste de cuentas, me guardaba por la amistad que tuve yo con él.
Venía recordando la cara de mi jefe, por un lado, en la cual el dinero había tatuado gritos de muerte que jamás los iba ya a perder y también la desconsolación de mi compañero en el despacho que sin peligro económicos, estaba desesperado pues buscaba siempre un sentido a su vida, navegando entre mares de la trascendencia y acababa siempre de la mano de los Dioses llegando a la playa.
La vieja me abrió la puerta. Los ojos fríos y la sonrisa imperterita me recibieron. Sé que le gustaba tenerme allí. Era diferente a los que habitaban el barrio, ella era consciente de mi consciencia de la miseria en la que vivíamos. Nos alegrábamos de vernos y nos sonreíamos. Era como dos mundos diferentes, que se deshielan juntos bajo los rayos del sol. Estar con ella me era como huir de la vulgaridad, de lo repetido, de lo que encadena, de los que me dijo la amiga de mi amor, en aquel bar donde las conocí a las dos, cuando me machaca la filosofía del Non-estándar. Hastiado estaba de flotar por la mentira de la realidad huyendo hacia lugares que no existen.
No eran muchos, no, pero con los gramos que me vendía hubiera tenido que ir, con seguridad, al menos a dar explicaciones a la comisaria. Cuan poco me importaba y cuan a gusto me gustaba nadar en la ilegalidad, pero no por beneficio, sino por esconderme un rato, a veces, de mi propia mirada correctora del ¡qué haces!, que las costumbres, hábitos, ideologías, principios habían marcado a fuego a lo largo de mis brazos.
No me preguntaba por mis hijos por que sabía que era lo que más me hacia sufrir ante la miseria del mundo, no me preguntó por mi mismo pues sabía que yo no sufría pues me sentía lejos y sólo observaba, no me preguntaba por mi mujer por que sabía que se fue con otro pues a mi no me interesaba el coche que a todas sus amigas sí. Me habló de su hijo, pues ademas de marginación que los dos le dábamos a la vida usual, era nuestro único tema de conversación.
Sentados en el último rincón de la vieja casa, allí donde las preguntas sobre la realidad no se amontonaban en la puerta de mi alma, donde mi espíritu volaba en la libertad de no sentirse diferente, mediamos y pesábamos los pocos y humildes gramos que me llevaría. Ella fue, por necesidad, la que introdujo a su hijo en el trafico. Gano mucho cash, mucho, hasta que lo mataron.
Pasó tres años buscando a sus asesinos entre los otros clanes de los barios marginales. Pero no era una madre que iba a querer con desesperación a la sombra de una alegría convertida en la realidad de una tristeza y pronto se dedico a vivir desde la tranquilidad que su hijo le dejó en forma de dinero y risas.
Tocaba su fuerza, disfrutaba con el dulzor de su potencia. A sus setenta y dos años ya, hubiera pateado y sacado por la puerta, si de virtud y valor psíquico habláramos a muchos de los rompeculos y chupapollas que compartían sonrisas en mi bufete, que me daba para comer, fumar y conducir y nada absolutamente nada para mi persona-
Me fui. La melancolía se enrosco en su mirada pues otra imagen de su “pollito”, de “ese hijo que fue mi alama” se iba por la puerta, ahora duró sólo tres metros hasta que yo me giré, le guiñe el ojo, me metí la manos en el traje y me fui. Todos me conocían y me podía pasear por allí, vestido con un traje de chaquetas de aquellos que se creen libres y están atrapados más que ninguno.
Llegué a casa. Desenvolví el asunto. Lo lié y lo comencé a fumar.
Conseguí volver a mi inmanencia.
Deje de huir hacia unas explicaciones que me sacaban de lo que hay.
Las realidades virtuales me mareaban y sólo me sentía bien observando la punta de mis pies descalzos sobre el sillón, repitiéndome que eso es lo que había.
La reflexión sobre el mundo era muy útil, constructiva, fructífera, pero me había prometido a mi mismo que jamás volvería a huir hacia lo que no existía pues me costó mucho salir de engaño y lo pagué con cosas muy caras.
Non-philosophie -me decía, mientras llegaba a observar el mar desde el ático que empeñando mi vida futura había comprado en el mejor sitio de valencia y mi Carmen, mi ex mujer me permitió quedarme pues el gran, magnifico e impresionante empresario como regalo de su boda le había doblado con otro inmueble.
Añoraba más la falta de mentira del pequeña casa de la verdad donde vivía la vieja que el lujoso palacio de la mentira donde todos, pero todos, alguna vez tenemos ganas de instalarnos y vivir.


 La mentira, si tienes dinero, es cómoda, la verdad, siempre, siempre es más difícil.

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