Y
en la mesa de mi trabajo, cabeceo y me duermo.
Lejos
ahora de ningún control, mis parpados bostezas y se alzan a media
asta.
Una
vez resignado, la tranquilidad y el sueño me invaden.
De
pronto escapas de todas las supuestas responsabilidades y el sueño
nos entra como a un niño tras todo el día jugando en el parque.
El
asumir la culpa ex profeso, sin comprender que es un término vacío,
es un hecho cotidiano.
Nos
cuesta comprender que el mayor avance no es cambiar, sino asumir, sin
resignación, lo que hay.
Cuando
eramos unos chicos, en mi caso, pequeño, la felicidad es grande, en
cuanto que no te sigue ninguna necesidad de realización o es su
defecto, de paga de errores.
Cuando
crecemos, nos encontramos con la necesidad de superarnos, de avanzar,
de construir, e inmolarnos en el suicida deseo de realización vital.
No nos podemos quedar contemplando la vida con lago de tranquilidad.
Que el tiempo se va, te dicen los pajaritos a tus oídos.
Los
niños, pueden pasar horas y horas, perdiendo el tiempo y esto les
lleva directamente a la felicidad.
La
ansiedad por ser, por llegar, por hacer, nos lleva a la desidia de la
insatisfacción.
Entiendo
como más fructífero para las personas, que dejásemos a un lado la
necesidad última y única de una supuesta realización y dejásemos
corretear la vida por nuestras venas, pero sólo como eso, como vida.
Observar
desde la ignorancia, la belleza y complejidad de la natura, es un
hecho igual de reconfortante y realizador que, digamos, el
reconocimiento de un hecho o ideas, referente a tu persona y
aplaudidas públicamente.
-
¿Hablas de los ermitáneos?
-
No, hablo de vivir desde la consciencia de nuestra pequeñez y
humildad. De la poca trascendencia de tus actos y palabras.
Ante
esto, sólo hay dos salidas. Una sería el fin en manos de alguna
criatura Divina, ante la que nuestras dudas y conclusiones cadecerían
de sentido y la otra sería un sin fin, una falta de motivo necesario
para la desaparición, un momento puntual en el infinito.
Por
propia definición, si el tiempo no tiene fin, los acontecimientos,
personas y cosas, aparecerán de nuevo.
Ante
esto último, viene la proposición de la vida desde una óptica
desenfadado respecto al motivo último de ella. Hagamos y tengamos un
comportamiento ético y moral propio y necesario para la vida en
común, pero que nunca jamás nos inquiete la falta de sentido y sí
que nos preocupe la incapacidad de disfrutar el momento. Esto es lo
único que hay. Y no es resignación. Es verdad e ilusión.
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