Soy consciente de la peligrosidad de
mis palabras, así pues las escribo sin afán taxativo y sujetas a
toda corrección, discusión o conclusión conjunta.
La idea de democracia no surgió tal y
como nosotros la concebimos y usamos.
No abogo ni apoyo esa primera manera,
pues era puramente Aristócrata en posesiones y en ciudadanía.
Cuando hablaba Sócrates y defendía
sus ideas en publico, buscando un apoyo a sus ideas, no lo hacía a
todos los habitantes de su querida Atenas, sino a una minoría que
tenía capacidad de hacerlo. Sólo y únicamente para entendernos,
votaban la nobleza existente, comprendiendo a ésta como una serie de
hombres (totalmente genérico, pues eran solo las personas
masculinas) con una calidad superior, que así se consideraban ellos,
respecto a los demás. Era una elección elitista e injustificada.
Estos eran el pueblo y estos votaban.
Ésta manera fue heredada como el voto
universal.
Y ya os lo digo y repito temblando,
que pienso que no todos tenemos la capacidad de decidir sobre el
futuro de nuestro correspondiente país.
Y empiezo.
¿Votar a los 18 años?
No.
A mis 18 años (ahora tengo 43), mi
capacidad para decidir sobre la conveniencia de las cosas era menos
informada, es decir, mis conocimientos sobre la dinámica de
funcionamiento, conforma a las relaciones y estructuras convenientes
para la sociedad eran, sin duda menores que las actuales.
Votar, sí, pero, y digamos, a los 25,
donde tu madurez y experiencia te dará mas capacidad de saber lo que
estás haciendo.
La experiencia es necesaria y
fundamental para el funcionamiento correcto de las cosas.
Es más, si me apuráis y de mi
dependiera, sólo las personas mayores de 60 años, podrían dirigir
el gobierno. Cuando escucho a gente mayor, sus palabras tienen la
sabiduría de ya haber pasado por aquello que a mi me resultará,
todavía, una nueva situación irresoluta.
¡Entonces no habrá evolución ni
cambio!, me dijo éste, a lo cual le respondí que a los 18 años
nadie ha hecho una revolución con una mínima durabilidad y
garantías.
Pero aquí no acabo.
Habría cierto número de
circunstancias que te quitarían tu derecho a voto.
¡Me queman las manos al escribir
esto!, pero ¿crees que un acohólico, que lleva 5 años callejeando,
bebiendo, irrelacionado más que con su vino barata y malo y
mentalmente anquilosado tiene la misma capacidad de elegir
correctamente que una persona que trabaja por su familia o su vida
particular, asumiendo un orden en su vida y una justificación en
ella para desarrollarla correctamente?, o otra persona condenada con
cárcel por actos de pedofilia ¿tiene un equilibrio mental para
decidir sobre lo bueno y lo correcto cuando salga a la calle?
Es realmente complicado pues siempre
que se tercie colocar límites estaremos expuestos a intereses
particulares de algunos o ideología que excluyan a personas por
otras características genéricas tal y como raza o color. Pero yo
hablo de hechos claro, concretos y concisos y no de ningún tipo de
discriminación general.
No podemos permitir cualquier tipo de
discriminación, cualquiera, pero si que deberíamos impedir que
aquellos que no son capaces de llevar una vida normalizada dentro de
la sociedad tuvieran la misma capacidad de decidir que otros, que sí
que la llevan y respetan.
El cambio desde el respeto es posible
a cualquier edad.
Tras un periodo de rehabilitación y
una constatación de su capacidad recuperada, ¡sí!, que el
ex-alcohólico vote, pero antes no.
¿Y aquellos que han realizado
acciones ilegales sin necesidad vital y por premeditación?, tampoco.
Los componentes de aquella banda que
se dedicaba durante varios años a atracar bancos, no para
sobrevivir, sino con el único fin del enriquecimiento, al momento de
ser capturados, yo les quitaría toda capacidad de decidir sobre mi
futuro.
Los terroristas que utilizan las armas
y la muerte para sus fines políticos, una vez salidos de la “trena”
¿qué sentido tiene que entren en el juego político y democrático?,
ninguno.
Es un asunto complicado y difícil
pues a ver donde ponemos las condiciones mínimas para votar.
Tu voto es una gran responsabilidad y
yo, dándole todo mi apoyo y capacidad para que salga de sus
problemas al alcohólico, no vería conveniente que el día de la
votación saliera se levantase del banco donde pasó la noche
borracho y evadido, y votase todavía mareado e intranquilo hasta
conseguir otro trago.
Si, ¡por favor!, democracia, ¡que
seamos el pueblo el que vote!, sí, pero aquellos que tengan unas
capacidades mínimas.
Antes de cometer ciertos crímenes hay
que anunciar que si te pillan iras a la cárcel y que además, por
atentar contra la sociedad por tus robos con premeditación,
perderás tu capacidad de voto.
Ni estudios ni leches, pero sólo
votarían aquellos que hayan demostrado una capacidad de integración
y comprensión social.
Sé que estas palabras pueden ser
utilizadas como dinamita, pero me reitero a decir que el voto tienen
que estar en manos de los que tengan una mínima responsabilidad.
No es un cántico al voto de los
elegidos, pero es una oda a la desesperación de poner mi futuro en
manos de los incapacitados para ello.
¡Qué nadie me acuse de elitista!,
pues hablo de cualquier persona, independientemente de su situación
social, intelectual y demás pero que no cumpla unas condiciones
mínimas como serían, digamos, claridad mental y respeto social.
Y, además, aquí acabaría el campo
en el cual pondría limitaciones, pues esto sí que me parece de
“cachondeo” cuando lo oigo.
Si a un político le “pillan”
haciendo negocios fraudulentos utilizando su poder temporal de
contratar y demás, le ponen, digamos, una multa o meses de cárcel
(a la que nunca ingresan) y, esto es lo incomprensible, le ponen un
tiempo de inhabilitación para dirigir esa labor política, pero
pasado este tiempo, a aquel o aquella que robo del compendio publico,
puede volver a manejar mis dineros (quiero decir, lo que pago con mis
impuestos) volviendo con facilidad a la bien llamada, pues así es,
“familia política” (de todas bandas y colores)
No, ¡pardiez!, aquellas personas que
realizaran operaciones interesadas y fraudulentas con las arcas
pública, jamás, nunca jamás, deberíamos de darles la capacidad de
volver a ellas.
Que no nos equivoquemos, que una
democracia no significa que aquí vale todo.
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