- ¡ La verdad me ha llevado al enfrentamiento!, ¡ la sinceridad provoca dolor !, ¿donde me has llevado?, ¿que puedo hacer?
Rió con soltura, profundidad y
amplitud. Las orejas rojas parecían más puntiagudas y los ojos se
escondian en la lejania de sus mejillas.
- Y ¿ a mi de qué me culpas?, le dijo perfilándose con los dedos la barbilla puntiagudas.
- Traté de decirles la verdad a aquellos que me rodeaban, del pastizal y vertedero en el que estaban metidos y que ellos creían como cierto. El placer y la falta de dolor los evadía de la verdadera constitución de todo el asunto.
- Pero ¿qué clase de prepotencia me cuentas?, ¿con qué arrogancia me hablas? - le dijo Satán mientras movía su cola con soltura - hasta yo que casi alcanzo la perfección apenas llevo las migas del daño buscado
- No – le contestó Andrés- mi Mantra no me valió de nada y mis vidas se acaban. Mis transmigraciones solo aumentan mis errores. ¿deberé entrar en la mentira para alcanzar por fin la verdad y llegar al Nirvana buscado?
Satán volvió a reír. Su placer con
las dudas y los dolores de otra alma perdida entre los
desconocimientos eran su ser de vivir. Disfrutaba y sonreía. La risa
no era ilírica. Era ordenada, profunda, sentida, misteriosa y
consciente, muy consciente del dolor del que tenía delante.
- Huye de la supuesta verdad que dices ver negando los difusos actos de todos los que te rodean. Entra en la paz de la mentira. Dejaté quemar en el sadismo de los placeres materiales. Arde en el disfrute con tu alma entre el dinero .
Andrés era consciente de la
dificultad que tendría para ver el Ra, el Sol, el Dios, la Verdad y
lo peor, comenzaba a pensar en su error de hacerlo. Enfermo se sentía
casi todas las mañanas, cuando su alma habitaba el corrupto cuerpo
entraba en contacto con algunos de los axiomas constitutivos de la
realidad compartida.
- Satán, ¿tienes alguna pócima que inserte en mi el un gran amor incalculable, inabarcable e inconsciente por lo material, la ropa, los coches, las casas, los barcos el poderío, el dinero?
- Ja, ja, ja – reía en la intimidad de la confianza, de eternidad de las almas, de la sabiduría del dolor-. No Andrés, no será yo quien te quite el dolor. Yo lo disfruto, ignorante. Yo parí a las musas de cántico material que ya desde pequeño las escucháis en la televisión y sitios similares – se echó hacia atrás, apretó los dientes, levanto las manos y los dedos chispeaban con todo el poder que allí había.
- Cuando vuelva – le dijo con timidez - lucharé por la tranquilidad de mi alma en las olas del mar, en la soledad de las montañas, en la profundidad de los libros o en la inmensidad del arte. Lo tendrás difícil conmigo, pestes.
Hacia mucho tiempo que un perro humano
no le hablaba así a Satán. La cobardía y el repliego eran las
acciones frecuentes con las que se encontraba cuando reía, con su
inmensidad ante la pequeñez, en cuerpo y alma de los miseros
humanos. Pero, ¿quien era aquel?, ¿como se atrevía?. Tenia osadía
de luchar, con su pequeñez. Con la inmensidad de la multitud
engañada.
- Eres ignorante, pequeño, insignificante, ¿es que no te das cuenta?, ¿es que no lo has visto? -le dijo mientras hacia que la realidad se oscureciera- ¿como te atreves a dudar de la verdad de los tiempos?, ¿cómo dudas de lo habitual, de lo normal, de lo admitido y aceptado por los tiempos y la humanidad? - le dijo mientras abría los brazos hasta amplitud de donde los ojos de Andrés podian ver.
- Sabes, Satán, hay algo que se escapa de tu poder y esto es precisamente mi pequeñez y mi consciencia de mi ignorancia y dudas. Tus poderes son inútiles para mi siempre que sepa que cualquier elección será equivoca. Permaneceré notando y observando lo que malformas y atacas. Mi opinión estará escondida entre mis pensamientos. Mis movimientos no serán elecciones materiales, posturas ideológicas, motivos sociales. Jamás podrás evitar que yo encuentre el placer en la observación, desde la quietud, de los errores, maldades, belleza o grandeces que tu Yang creó. La pequeñez de mi ignorancia será tu perdición. Solo se engañan aquellos que se creen en posesión de la verdad.
La fija mirada de Satán se extendió
en la eternidad, el tono rojo de sus ojos de acorde con el de su
piel, había cambiado. El tono blanco en sus ojos comenzó a
ocuparlos. La mirada de Andrés también, alcanzaba la tranquilidad
de la verdad, la dulzura de la inocencia del niño que no teme al
mundo pues todavía no lo conoce ni lo sufre. Perdió la conciencia
momentáneamente, hasta el momento de su parto en el que, desde la
curiosidad e inconsciencia del niño recién nacido comenzó a llorar
al ver algo que todavía no conocía.
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