I.
En la naturaleza propia, en la experiencia y en el
compendio teórico, me cobijo al afirmar que el medio de funcionamiento más óptimo
entre los seres humanos es – aunque me duela ya sólo pronunciar su nombre por
la utilización actual, el mercado.
Pero este concepto tiene formas diferentes que no se
contemplan en la actualidad pero que son en su esencia lo mismo.
Nacemos buenos, sin duda, pero nos malformamos y
corrompemos por las necesidades y situaciones propias de la construcción
actual. El problema no está en su naturaleza sino en su nefasta utilización.
Esta estructura tiene como primera característica y peor
defecto su autonomía y autocontrol propio.
No es el género humano quién toma las decisiones pues es
el mercado, actuando sin intencionalidad pero sin control donde se producen. Es
la personificación de una entidad material.
Somos peces en el rio, que le damos vida pero no
controlamos en absoluto las aguas y su caudal.
Y con esto, entiendo, que aun así hay medidas para darle
una forma justa, controlada, personal y no alienable.
II. LOS LIMITES DE BENEFICIOS.
Ahí va.
Sin más liquidez constructiva que muchos otros, hay
varios cientos o miles de personas que ganan en un año, cada uno de ellas, la
suma de varios cientos o miles, todos juntos, que ganarán en toda su vida.
Esto, no es justo o injusto, inmoral o moral, es un
defecto de funcionamiento de un sistema correcto.
El mercado, en su funcionamiento óptimo, debe de marcar
las diferencias en función de varios factores, como serían, digamos, la venta
del producto y otros. Esto hará que la buena labor y el esfuerzo primen. Más
trabajo, más dinero.
Pero démosle una inteligibilidad y coherencia. Humanicemos
el mercado y no nos dejemos arrastrar por sus formas. Pongamos límites a las
ganancias y no convivamos con monstruosidades.
Ciertamente no sólo hago alusiones humanitarias, sino
también una parte operante tal y como que aquellos beneficios que estuviesen ya
por encima de los beneficios estipulados, fueran invertidos en la propia
empresa. Ésta se ampliaría y daría más trabajo.
No dejemos que el mercado nos devore y acabe merendándonos.
Démosle y pongámosle límites y control.
Algunos manejan cifras que lo único que hacen es pudrir
su vida y llenar de violencia y envidia a otros.
III. LA COLECTIVIZACIÓN Y EL
MERCADO
Dentro de la competitividad propia del mercado, repartir
los beneficios entre los propios productores.
No hablo de centralización de la producción, no de un
planteamiento estatal de ello.
El estado compraría la empresa a su legítimo dueño y tras
esto la pondría en las manos de los trabajadores cuyos beneficios, de la
empresa, se dividiría entre los trabajadores, una mitad, y la otra hasta pagar la compra y el
préstamo hecho por el estado.
De nuevo no sé hasta cuanto es una ilusión por las cifras
que manejamos, pero sí, en el caso en que fuera viable sería un elemento de
justicia social y un aumento de la propia productividad por la propia
integración e interés del trabajador en su papel y función, pues ya será su
empresa y disfrutara o sufrirá el aumento o disminución del montante. Hay
ejemplos actuales de este modo de operar (cooperativas alimentarias)
IV. CONCLUSIÓN
El mercado debe de existir.
Todo el poder económico no puede estar en manos de los
individuos y nuestra corrupción posible.
La ambición, el poder y la riqueza (poder estatal) ensucian
cualquier corazón y corrompen el alma.
La libre competitividad del mercado es sinónimo de
creación y calidad.
El mercado es una fuerza productiva de por sí,
bienintencionado.
El problema reside en su falta de control.
Si no lo conducimos y dominamos nuestra naturaleza es pequeña y débil para
salir de sus trampas inherentes.