jueves, 3 de enero de 2013

CONVERSACIONES


            


Aristóteles, a lo lejos, observaba a Galileo  colocar las bolas en las rampas dejándolas caer, recogiéndolas y tomando anotaciones preguntándose cómo podía actuar así para comprender a la naturaleza y su movimiento propio, mientras éste, galileo, volvía la cabeza atrás y pensaba que cuanto talento se desperdiciaba por no tocar la realidad material y estudiar sus mecanismos.
            Al verle, Galileo, dejó sus experimentos y se acercó a Aristóteles. Los dos volvieron, andando el camino ya hecho, hablando, especulando, dialogando, corrigiéndose y sobre todo, disfrutando mucho ambos.
            Así, Galileo golpeó iba goleando piedras con su pie por el camino hasta que alzó la vista -Aristóteles era alto y delgado y él, Galileo era bajito y corpulento y le dijo:
-          Amigo, padre de la ciencia, mente privilegiada, fíjate en la trayectoria y la distancia ¡cambian con el golpe!
Aristóteles. Subiendo las manos le dijo:
-          Mi más que amigo, genio incansable, monstruo de la física, observa como todas las piedras caen igual,  pues tienen un movimiento propio por su naturaleza.
El camino hacia la posada era largo y lo disfrutaban mucho conversando desde sus antinomias.
Llegaron al lugar, a la posada y se sentaron en la mesa central iluminada por las enormes llamas de la chimenea.
El pelo largo, flácido y blanco de Aristóteles le caía suavemente por los hombros y con los antebrazos apoyados en la mesa y la túnica sobre las rodillas, miraba y escuchaba con interés a Galileo, el cual moviendo y trazado figuras con las manos y por el aire, se tocaba los rizos de su cabello, casi rojos, que salían y escapaban hacia todos los lugares.
-          Aristóteles, compañero, concéntrate en lo que te cuento y es que independientemente del peso ¡caían igual! Pruébalo y veras, ¡pon las bolas en las rampas!
-          Galileo, maestro, no toques a la  naturaleza para comprenderla, es su esencia lo que impera, así, tú y yo, en esta mesa y observando por la ventana, utilizando nuestra razón podríamos explicarlo todo.
Entonces, y a la par de sus comentarios, unas risas se hicieron audibles. Venían de otro caballero, cubierto, en la mesa de al lado.
-          Buen comentario, dijo.
Y galileo comentó
-          Venga a dialogar con nosotros, señor.
Ésta se quitó la capa y los dos se quedaron desconcertados al ver que el vestido de un hombre escondía el cuerpo de una bella mujer. Vestía una ligera, blanca y ceñida camisa a la altura de la cintura con unos pantalones rectos de hombre.
Siguieron hablando, haciendo ciencia, discutiendo sobre la naturaleza, los experimentos, la observación, todo siguió igual menos la mirada, que cambió de tono y lugar. Llegaron las sonrisas y se acabaron los vasos de vino.
            En la barra habían dos personas más, ocultas, discretas y observando la escena.
-          ¡Oh,oh!, sólo la voluntad les sacara del placer físico y los conducirá correctamente, dijo Zenón.
-          ¿Qué?, la voluntad ¿de qué?, sonrió Nietzsche mientras le contestaba.

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