Cuando siento que el mundo me devora, siempre me cabe
refugiarme en los dedos de mis manos con un lápiz entre ellos.
Componer con palabras me consuela.
La belleza del escrito me sana.
La intimidad expresada me fortalece.
El mundo que me rodea pasa en ocasiones por encima de mis
huesos y borra, rompe, muchos de mis tesoros.
Pero siempre tendré la escritura. Jamás nadie me quitará
expresarme, buscando la belleza, los sentimientos de mi corazón.
En el momento de fortaleza me atrevo y hago filosofía
sobre la realidad, en los momentos de enfado e indignación, opino y sobre todo
en los momentos de tristeza me consuelo, buscando la belleza escondida entre
los verbos y demás que pululan entorno a mi lápiz.
Un centímetro más grande tengo el corazón tras escribir.
Liberar mis sentimientos me consuela.
Haciendo odas al mundo me lleno de humildad en mi persona
y misericordia hacia el mundo.
El escribir, las palabras son demasiado grandes para
competir con ellas.
Me dejo arrastras y disfruto en sus manos.
“Y a media noche suspiros de amor me despertaron, abrí
los ojos la vi y comprendí que no fueron los suyos sino los míos
Y a la mañana, vítores de felicidad resonaban a su lado y
buscándolos en su boca, supe que era mi corazón quien los cantaba
Y al acostarme la tranquilidad me invadía y buscándola en
mi alma sentí que estaba entre mis dedos, en la mano con la que nos cogíamos”
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