Había hablado con
las dos y el estilo, las formas, el talante, la cultura y educación
eran distantemente diferentes.
Ana, es sofisticada,
espigada y muy elegante y Marta es una mujer discreta, con fuerza y
una belleza muy bonita.
Ana, conducía un
Mercedes deportivo 300 TI azul. El motor sonaba a melodías y casi
que podías ver el flujo del aire en su dibujado perfil.
Ana conducía un
Seat Toledo con máximo equipaje y complementos.
Así, tal, llegaron
al lugar donde esperaban todas las personas que no conocían a
ninguna de las dos.
Los movimientos, la
atención, las primeras miradas y preguntas sobre el contenido, fines
y condiciones del proyecto fueron hacia el mercedes. A los pocos
metros de Ana, estaba Marta, que había llegado en su discreto pero
suficiente vehículo, hablando sin apenas audiencia en sus
conclusiones y comentarios.
Yo las conocía a
las dos y les diré la verdad.
El proyecto no había
sido más que la plasmación de unas ideas que tuvo Marta y Ana, en
una muy profesional acción, no hizo más que ayudar, muy
competentemente repito, en el proyecto e ilusiones de Marta. El
trabajo lo dirigió ella.
Pero los ojos les
volvieron a traicionar a los periodistas y espectadores.
Dejaron de mirar al
sujeto, individuo o persona que bajó del coche y siguieron viendo
las curvas bonitas del coche y sobre todo, el Cachè y Glamour que
supone conducirlo, cuando la veían acercarse.
El otro coche podía
haber sido casi el de cualquiera, incluso una clienta del
supermercado contiguo y algo se sorprendieron cuando la Doctora Marta
comenzó a opinar y hablar del proyecto.
Es una pequeña
exageración que escenifica correctamente como en la sociedad actual,
el fondo y el ser de la persona, se pierde y pasamos a ser individuos
con propiedades.
Las palabras
comienzan a valer menos que la chaqueta, y el adjetivo correcto y
descriptivo queda ahogado por las rallas de la corbata.
El sujeto, el
individuo como tal produce ya poca curiosidad y ya no es tenido en
cuenta como ningún fin vital.
Os explico, nunca y
jamas, escuchareis en el tanto por ciento general de lo que somos
todos, alguno que en vez de ese precioso chalet - que marmota
constantemente cómo conseguirlo, en las afueras os diga que en su
pequeño apartamento en la ciudad, quiera alcanzar, digamos, un
equilibrio o paz interior.
No nos miramos a los
ojos, miramos la marca o la piel de los zapatos.
Habrá que saber que
meternos en la vida totalmente material y estética nos aleja del ser
que la naturaleza nos ha hecho.
¡que queréis que
os diga¡
¿que mi
satisfacción radique en la posibilidad de ponerme una súper-maxi
chaqueta diferente cada día de la semana?
No, compadres.
Y, si vivís en el
equivoco del nirvana de las chaquetas en luces blancas, os digo, sin
albergar ninguna duda, os cansareis de ellas, ahora bien, de escuchar
o leer, discutir o comentar, los pensamientos de los demás, puede no
tener fin tu satisfacción propia.
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