Y el centro de gravedad del pensamiento pasó a ser el
ser humano y el medio de juzgarlo y describirlo fue su propia razón formadora.
Se buscó el funcionamiento del mundo circundante
fuera de la omnipotencia y consecuente sinrazón divina.
Y llegó la ética formal conceptualizada.
Cualquier contenido que se le dé a una u otra teoría
ética siempre puede ser negado y rechazado debido a la propia esencia y
naturaleza de estos primeros principios de actuación pues ninguno, como
obligación moral, son elementos necesarios.
Ante esta verdad descriptiva, Immanuel Kant conceptualizo
un sistema aséptico, sin contenido, sin obligaciones, deberes, juicios,
desprecios o amores.
Era por fin un
asunto con elementos necesarios y no construido desde la creencia ni la
individualidad. Un modo formal de actuación. Sólo manda la razón y su lógica.
“No hagas a nadie aquello que no quisieras que te
hicieran”, esto nos dijo.
Salvo deformaciones, disfunciones, enfermedades u
otras cuestiones que son sólo una minoría de la población, la aplicación de este
principio funcionaría sin duda a todos los niveles.
Para aceptar y poner en funcionamiento este uso,
desde luego se debe de tener un concepto de igual validez de cualquier otra
persona. Si alguien siente la superioridad personal ante los demás, sería imperfecto y malo el axioma. Pero, no hay
problema en este caso pues sería parte de esa minoría con disfunciones o
problemas mentales.
Si hacemos una ética fenomenológica en la que no
impongamos ningún tipo de valor totalitario y partamos de la individualidad
válida, es el principio constitutivo.
Por necesidad, nuestro amor propio que nos lleva a no
querer el dolor personal y la propia piedad natural hacia los que te rodean
darían como resultado una sociedad mejor. Si la intentamos construir bajo
cualquier otro motivo siempre habrá alguna otra persona que tendrá motivos
suficientes e igual de válidos, para negar tus convicciones.
El problema, como siempre y en todo estriba en cómo
poner en funcionamiento este principio en el proceso educativo.
A nivel familiar, seguro e imprescindible.
A nivel social e internacional sólo sería posible con
la culturización y concienciación de los elementos de igualdad, pues en la
historia y en la actualidad existe el sentimiento de desprecio constitutivo de
los congéneres, por religión, raza, lengua, cultura y otras memeces y tonterías
al ser tomadas como aspectos valorativos, claro.
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