La cultura vive en el silencio y la somnolencia del ambiente,
es su amante. Su lecho siempre está
cubierto del blanco y puro mármol y vive acobijada en la madera. Los libros son su soporte y Dioses.
Allí estaba Estragón en el gran templo
de ella.
Se fue de Atenas cansado de volar entre las ideas
abstractas. Pues él sentía que estaba ubicado en una realidad tangible y
material. El gran maestro, Aristóteles había comenzado el camino, pero su Liceo
estaba insertado en un movimiento que se alejaba de observar el mundo. Dejó su
dirección. Se fue y acabó en Alejandría.
Había llenado la gran biblioteca de todo tipo de artilugios y materiales mecánicos
en todos los tipos de actividades para su correcta observación material. El
materialismo llegó con él y lo sabía. Dejo su vida y familia en aras del
conocimiento verdadero y real.
Aquella mañana paseaba con Andresoto. Hijo bastardo del gran
rey Ptomeo I, uno de los generales que se hicieron cargo de una de las partes,
Egipto, del grande y jamás olvidado
Alejandro Magno que trató de escapar del circulo de las aisladas ciudades
griegas y extender su grandeza, la de la cultura Griega, por todo el mundo. El griego era el idioma por
excelencia de aquel que quisiera tenerla.
Desde lo alto del tercer piso, observan los 900.000 escritos
que allí había. Todo el conocimiento que existía en el mundo estaba delante de
ellos. Estratón emocionado, siempre se extasiaba al contemplarlo.
-
Maestro- dijo Andresoto ¿por qué jamás estudias
al inimitable Platón?, ¿Por qué solo investigas los escritos Aristotélicos de
filosofía natural y biología?
-
Y yo te digo, mi noble alumno ¿Por qué hemos de
duplicar los problemas compresivos y explicar dos veces los misterios?. Platón
nos dejó una realidad que interpretar detrás de aquella que intentó solucionar.
-
Pero ¿observando nuestro mundo circundante
encontraremos su explicación?
Estratatón giro su cabeza y contempló la cara inocente del
esbelto, bello y alto joven Andresoto. Sus largos cabellos rubios le ondulabas mientras recorrían sus esbeltos hombros.
Fidias hubiera disfrutado mucho realizando una escultura de su persona. La
belleza – le dijo aquel día paseando por el ágora de Atenas, no tiene sexo.
-
Mira, inquieto y joven ciudadano, la esencia de
las cosas está en la generalización de sus características. No haces tú aquella
acción, si no que está y es parte integrante del objeto. Aristóteles ya nos
habló de ella, pero siguió atrapado sin salida del alto grado de abstracción
que envolvía los conocimientos. Los primeros físicos, Tales, Anaximandro o Anaxímenes,
por ejemplo, habían decido observar la
realidad pero fue aquel que convirtió a las polis en maravillas políticas, Sócrates,
quien nos alejo de ella.
-
Pero ¿y los dioses?, qué papel tienen?
El rosto del maestro adquirió un gesto grave. Sabía en qué
aguas se introducía al responder a esta pregunta. Lo irracional e
incomprensible era asignad a los caprichos de los Dioses que como los hombres
también lo tenía.
-
Lo podemos explicar todo con nuestro conocimiento.
La racionalidad humana no tiene límites ni fin. La materia responde siempre a unos
principios matemáticos, que no viven, como trataba de hacernos ver Pitágoras allá,
entre los dioses, sino que actúan y están, en una realidad material que es la que hay que
estudiarla. El conocimiento se encuentra en ella y está en ella. Tenemos a los esclavos
para que realicen todos los trabajos, no debemos de utilizarla para crear artificios
utilizables en el trabajo, pero y te repito el conocimiento está allí.
Ptolomeo de Cirena, director de la biblioteca lo pensaba
también. Quería reunir el conocimiento del mundo en el que vivía. Biología, Zoología,
astronomía, matemáticas y todo conocimiento que huyera de las simples
especulaciones que explicasen desde principios primeros el mundo.
-
Maestro, hay principios ineludibles que provocan
una necesaria forma de la realidad. Platón los encontró y entorno a ellos la
construyó.
-
Ya descubrirás que le camino puede ser a la inversa,
alumno. De lo pequeño a lo necesario.
-
¡Cuando!
-
Cuando hayas leído lo suficiente – dijo mientras
le regalaba una sonrisa que un padre le da a su hijo que más quiere.
L a tarde llegaba con su ritmo cansino. El sol caía
dulcemente por entre el horizonte. Las grandes puestas de la biblioteca se
fueron cerrando mientras los soldados se guardaban en las puertas para proteger
el gran tesoro.
Estratón se alejaba y cada poco tiempo giraba su cabeza y
miraba el siempre inmenso y esplendido edificio del que estaba enamora como un
joven que ya no era. En la última mirada
se pregunto ¿la bajeza y miseria humana,
tomarán su forma más descarnada y harán desaparecer
este tesoro irrepetible?, espero, quiero
estar ya muerto si esto ocurre. Se echó por los hombros su blanca túnica y continuó
su camino
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