viernes, 10 de octubre de 2014

LA BIBLIOTECA ALEJANDRINA Y SU AMOR


La cultura vive en el silencio y la somnolencia del ambiente,  es su amante. Su lecho siempre está cubierto del blanco y puro mármol y vive acobijada en  la madera. Los libros son su soporte y Dioses. Allí estaba  Estragón en el gran templo de ella.
Se fue de Atenas cansado de volar entre las ideas abstractas. Pues él sentía que estaba ubicado en una realidad tangible y material. El gran maestro, Aristóteles había comenzado el camino, pero su Liceo estaba insertado en un movimiento que se alejaba de observar el mundo. Dejó su dirección.  Se fue y acabó en Alejandría. Había llenado la gran biblioteca de todo tipo de artilugios y materiales mecánicos en todos los tipos de actividades para su correcta observación material. El materialismo llegó con él y lo sabía. Dejo su vida y familia en aras del conocimiento verdadero y real.
Aquella mañana paseaba con Andresoto. Hijo bastardo del gran rey Ptomeo I, uno de los generales que se hicieron cargo de una de las partes, Egipto,  del grande y jamás olvidado Alejandro Magno que trató de escapar del circulo de las aisladas ciudades griegas y extender su grandeza, la de la cultura Griega,  por todo el mundo. El griego era el idioma por excelencia de aquel que quisiera tenerla.
Desde lo alto del tercer piso, observan los 900.000 escritos que allí había. Todo el conocimiento que existía en el mundo estaba delante de ellos. Estratón emocionado, siempre se extasiaba al contemplarlo.
-          Maestro- dijo Andresoto ¿por qué jamás estudias al inimitable Platón?, ¿Por qué solo investigas los escritos Aristotélicos de filosofía natural y biología?
-          Y yo te digo, mi noble alumno ¿Por qué hemos de duplicar los problemas compresivos y explicar dos veces los misterios?. Platón nos dejó una realidad que interpretar detrás de aquella que intentó solucionar.
-          Pero ¿observando nuestro mundo circundante encontraremos su explicación?
Estratatón giro su cabeza y contempló la cara inocente del esbelto, bello y alto joven Andresoto. Sus largos cabellos rubios le ondulabas  mientras recorrían sus esbeltos hombros. Fidias hubiera disfrutado mucho realizando una escultura de su persona. La belleza – le dijo aquel día paseando por el ágora de Atenas, no tiene sexo.
-          Mira, inquieto y joven ciudadano, la esencia de las cosas está en la generalización de sus características. No haces tú aquella acción, si no que está y es parte integrante del objeto. Aristóteles ya nos habló de ella, pero siguió atrapado sin salida del alto grado de abstracción que envolvía los conocimientos. Los primeros físicos, Tales, Anaximandro o Anaxímenes, por ejemplo, habían  decido observar la realidad pero fue aquel que convirtió a las polis en maravillas políticas, Sócrates,  quien nos alejo de ella.
-          Pero ¿y los dioses?, qué papel  tienen?
El rosto del maestro adquirió un gesto grave. Sabía en qué aguas se introducía al responder a esta pregunta. Lo irracional e incomprensible era asignad a los caprichos de los Dioses que como los hombres también lo tenía.
-          Lo podemos explicar todo con nuestro conocimiento. La racionalidad humana no tiene límites ni fin. La materia responde siempre a unos principios matemáticos, que no viven, como trataba de hacernos ver Pitágoras allá, entre los dioses, sino que actúan y están,  en una realidad material que es la que hay que estudiarla. El conocimiento se encuentra en ella y está en ella. Tenemos a los esclavos para que realicen todos los trabajos, no debemos de utilizarla para crear artificios utilizables en el trabajo, pero y te repito el conocimiento está allí.
Ptolomeo de Cirena, director de la biblioteca lo pensaba también. Quería reunir el conocimiento del mundo en el que vivía. Biología, Zoología, astronomía, matemáticas y todo  conocimiento que huyera de las simples especulaciones que explicasen desde principios primeros el mundo.
-          Maestro, hay principios ineludibles que provocan una necesaria forma de la realidad. Platón los encontró y entorno a ellos la construyó.
-          Ya descubrirás que le camino puede ser a la inversa, alumno. De lo pequeño a lo necesario.
-          ¡Cuando!
-          Cuando hayas leído lo suficiente – dijo mientras le regalaba una sonrisa que un padre le da a su hijo que más quiere.
L a tarde llegaba con su ritmo cansino. El sol caía dulcemente por entre el horizonte. Las grandes puestas de la biblioteca se fueron cerrando mientras los soldados se guardaban en las puertas para proteger el gran tesoro.

Estratón se alejaba y cada poco tiempo giraba su cabeza y miraba el siempre inmenso y esplendido edificio del que estaba enamora como un joven  que ya no era. En la última mirada se pregunto ¿la bajeza y miseria  humana,  tomarán su forma más descarnada y harán desaparecer este tesoro irrepetible?,  espero, quiero estar ya muerto si esto ocurre. Se echó por los hombros su blanca túnica y continuó su camino

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