A pocos centímetros
del suelo pisaban mis pies mientras pensaba en el mundo de los elementos
universales.
Meditaba en círculos concéntricos
dibujando una espiral enfilada hacia las nubes mientras que con mi reflexión
escapaba de la inútil materialidad que expectante, me vigilaba.
Tenía claro, muy claro que no había otra salida más hacia la
verdad.
Sabía que el destino estaba así configurado.
Aún así las intensas y rápidas conexiones de mi cuerpo y mi
alma apostaban por la resistencia y se parapetaban en el menor suspiro de la
sinrazón reinante, con la pretensión de escapar del real y autentico orden
establecido.
Realizaba giros de 360 grados con mi visión, hacía lecturas
verticales de arriba hacia abajo, mientras construía movimientos trasversales
de un lado al otro de las circunstancias puntuales y físicas, buscando salir de
la trampa y del engaño reinante.
Paseaba, codo a codo, por la calle de mi ciudad, con todos
aquellos que permanecían ciegos.
Tenía la esperanza que alguno de mis alumnos, hubiese llegado,
ya también, a la fase final de los conocimientos.
Las hojas perennes de los bonitos arboles cían caducas ante
la incomprensión e imposibilidad crónica y patológica de lo que tenían como
verdadero.
La meditación me había dado la luminosidad, pero me había
quitado la comprensión que se debe por vivir en el engaño.
Fue con Bruno, al verlo por el camino, por el que apenas por
unos instantes deposité mis pies en el suelo.
Empezó a hablarme y yo traté de escucharle. Cuando él se
fue, acepté que ya estaba lejos y la conversación resultó inocua, vacía, estéril.
Continué caminando consciente de que mi volatilización se
estaba consumando y concretando. El mundo de las ideas me abría las puertas y
mi alma se iba allí donde nació.
Desaparecía ante los ojos de los transeúntes cercanos, pero
tan lejos estaba de sus principios formadores y actuantes que como el polvo de
primavera, apenas podían sentir algunos pequeños efluvios alérgicos.
La última trasmigración de mi alma llegaba y mi libertad nacía.
Lo que vi primero y con claridad fue la ciudad a lo alto.
Desde la verdad observé la mentira y la apariencia de la
sociedad.
Sabía que ya no volvería.
Entendí el proceso de los viajes como realizados por tener
el máximo conocimiento de la verdad y realidad.
Entonces, la hoja de la carta voló por los aires, cayendo a
los pies de aquel joven discípulo, mientras su cuerpo se difuminaba en la
morada de los conocimientos.
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