Salió a la calle, como cualquier otro día, y como tal, en el
barro se hundía hasta las rodillas mientras intentaba avanzar.
Los coches, pasando a su alrededor, salpicaban con enormes estridencias
sonoras, y las grandes incomprensiones se ocultaban muy malamente, los
sectarismos camuflados bajo buenas costumbres, la buena imagen de la hipocresía,
las locas encantadas de la vida entre el dinero y los vividores que se
absuelven de todo pecado tras su asignación, generosa y monetaria, a la casa y
matrimonio.
Levantaba la cabeza buscando algún ápice de sinceridad, y el
propio aire levantado por los coches le impedía captar y apenas sí que notaba
lejanos y débiles efluvios.
Poco a poco, a medida que el sol subía y la mañana avanzaba,
se fue secando el barro que tanto le impedía andar y comenzó a correr levantando el polvo, de la normalidad
convertida en vulgaridad y repetición.
Sus pies comenzaban a tener suelo duro para saltar e huir.
Aquellos grandes almacenes le tiraban el anzuelo, mientras
la tienda de zapatos le trababa de extender la red a su alrededor en la misma
esquina en la cual, la atracción venenosa de los artilugios digitales se
alargaba, como sombra, en toda la profundidad de la calle.
Se tropezó en el camino con algunas grandes sonrisas que ya
viven, ven y tienen su sentido en los mecanicismos propios de la buena y,
dudable, relación social.
Tuvo que aparcar el corazón por jugarle malas pasadas, pero por
más que intentaba dominar, controlar, cambian su visión y concepción social
para su perfecta inserción en ella, y vio que no podía y la desidia y el
cansancio de esta lucha imposible, de aquel guisante frente al gran gigante.
Se negaba a ser chafado, pero no encontraba la esclusa de salida.
Llegó a casa y comenzó a escribir, tratando de salir por la
autovía de dos carriles, de paseo por el mundo ya perdido.
Sólo consiguió pausa y relax corporal y mental por el ritmo,
tanto de las teclas como de los pensamientos.
Con locura y énfasis dejaban de moverse sus ideas, no podían
ir más rápidas que sus dedos, ni podían llegar más lejos del punto en el cual
ya no pudieran ser plasmadas.
El escribir viene directamente, necesariamente y como parte
formativa, determinado por el estado anímico, mental y sentimental del
individuo.
Pensaba que, en ocasiones, quería perder lo que más le
gustaba de él mismo, para dejar, a un lado, su lucha diaria con el mundo
circundante.
Y el sol fue bajando, los caminos se alisaron, sus
pensamientos se calmaron, su trabajo acabó aquel día, y la playa comenzó a
montarse y ponerse para que pudiera correr en donde mueren y renacen ya a su
vuelta, todo el mar en forma de olas.
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