No hay punto final en ningún
razonamiento. Siempre, todos, tienen una continuación, pues las
posibilidades de continuidad son, digamos, inagotables. Objeciones,
variaciones, conclusiones de continuación, negaciones de recomienzo,
perspectivas o ignorancias que no implican la existencia de un nuevo
por qué.
A la verdad no podemos darle un
contenido estático, estudiable, concreto, observable, un punto en el
que paremos el camino y tomemos conclusiones según el contenido al
que hayamos llegado.
Nunca llegaremos a un objeto así.
Ahora bien, que no tenga conclusión,
no implica que no sea existente como verdad formadora.
La abundancia de vocablos abstractos,
atraganta a cualquier comensal en la mesa del pensamiento, así y
entonces y suponiendo que mi ejemplo valga para algo, cada vez que
enfilo una pequeña reflexión sobre cualquier tema que escapa del
mecanicismo físico – que no los hago por qué no puedo, no sé-
nunca he llegado a una conclusión estable y final. En ningún tema.
Y rápidamente cojo la tangente y pienso si el asunto está en buscar
la forma conclusa que debe de tener y no su contenido circunstancial
explicativo.
No hablo de una Ética formal Kantiana
y quizás estuviera más cerca de la Voluntad propia y vital o de la
fenomenología o del movimiento como esencial y ontológico.
Es posible que el fundamento de las
relaciones humanas en función de la nueva y dinámica conclusión
esencial lleve distintas relaciones humanas ante el abandono de
definiciones estáticas, fijas, divisorias, exclusivas, delimitadoras
y entrásemos en una visión de unión en el movimiento.
La vida es movimiento, alteración,
cambio, hechos incalculables e imprevisibles y los conceptos
razonados, demostrados y lógicos, se quedan en los libros de la
estantería de mi casa.
Quizás sea posible encontrar unos
mecanismos de funcionamiento útiles y no buscar un por qué
transcendental de los acontecimientos.
La filosofía me ha dado clases de cómo
pensar, me ha hecho disfrutar de las reflexiones, pero lo cual no
implica, y siguiendo su propia naturaleza, que las explicaciones
omniabarcantes con sentido y contenido, su comprensión, me lleve a
convicción de su verdad.
- !Que fácil es hablar¡, dame un ejemplo – me dijo aquel compañero accidental en el rompeolas cuando pescábamos los dos a la veraz del mar.
- ¿Quizás observando el particular, intuirlo y razonar nomas que el a posteriori de la intuición como acto conclusión? - en aquel momento, algún pez impaciente comenzó a mordisquear mi cebo y alertado, me perdí en la conversación.
La falta de sentido concluso no le
impide su verdad.
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