Aquel monasterio estaba a punto de derruirse.
Tenía sólo 500 años, pero había sido quemado y saqueado en varias ocasiones durante aquel último siglo.
Era un viejo Franciscano, viviendo en la pobreza por voluntad y por hecho, el que estaba dentro de la ya maltrecha y pequeña librería donde y a plena fuerza de sus ojos, pues apenas habían unas velas alumbrando todo el recinto, desmenuzaba los muy pocos papiros que allí le quedaban. Se había prometido llegar a Dios desde su razón. Había estudiado a ciencia cierta y mucho esfuerzo e interés a Santo Tomas, el gran padre de la escolástica y los caminos para justificar a Dios con la razón. No quería seguir a Santo Tomas porqué creía de él que había utilizado demasiado la teoría Aristotélica y la búsqueda de Dios de una manera racional en su creación, debía de ser reflejada en muchos aspectos.
Era por la mañana cuando sonó la campana del viejo edificio. Marcos llevaba ya despierto desde la salida del sol siempre. Casi no tenía necesidades y el pueblo de abajo, con unas ceremonias religiosas, la proporcionaba un mínimo sustento, de aquí que su relación con el exterior fuera prácticamente nula. Desde el patio interior, del pasillo de la oración bajo a la corroída puerta principal a abrir al visitante. Cuando abrió, su sorpresa fue relativamente grande.
Marcos vivía en el centro Europeo en el cual estaban viviendo plenamente la edad media alta. Comunicación nula, teocracia e inseguridad. Las visitas eran, en muchas ocasiones, malas. Pero le abrió. Era joven, burgués, con un sirviente y dos buenos caballos. Así pues y sin más le dijo.
- Señor, me perdí ayer en el camino hacia Austria y ya se nos ha hecho tarde y necesitamos descansar y nos gustaría hacerlo detrás de la protección de los muros de tu monasterio, a cambio de un dinero.
Marcos sonrió, le invitó a pasar y les dijo:
- Afortunadamente para todos, los franciscanos no cobramos por nada.
Aquella noche sí que trajo algo especial. Los visitantes llevaban buenas provisiones, de las que, con mucha moderación como con todo, Marcos disfruto desde su voluntaria abstinencia diaria. Tras la cena, Marcos, como buen Franciscano, les invitó a rezar con él, en la pequeña ermita del patio central.
- Señor, le dijo, este hombre joven, mis maneras religiosas no tendrán nada que ver con las suyas. He visto los rollos y papiros de Santo Tomas repartidos por las mesas y respetando mucho a ese gran pensador discrepo en su elemento principal.
Marcos llevaba unos quince años estudiando, comprendiendo, trabajando los principios de Santo tomas y su posible bifurcación en otro campo más lejano a Platón. Su sorpresa fue alta, pues a su abandonado monasterio de aquellos únicos visitantes anuales, uno era aquel.
- Y ¿cómo sabe nuestra disconformidad, Señor?
- Porqué Usted trata de confirmar la existencia de Dios utilizando la razón. Demostrar y justificar.
- Enfrentado a Usted, me dice, vale, es que ¿usted que cree?
- Yo creo en el mismo Dios que usted, pero yo sólo puedo llegar a través de la fe. No tratemos de justificar ciertos elementos con la razón pues con ella no tienen ningún sentido. Ciertos dogmas y premisas religiosas son injustificables por la razón. Somos demasiado pequeños para explicar la universalidad e infinitud.
- Y digo yo ¿tiene miedo a definir el bien o el mal por el miedo a sentirse mal calificado y lejos de lo que quería estar?
- Ah, no, Marcos, y empezaré diciéndote que el bien y el mal son dos características que Dios ha querido dar a unos elementos. Que son dos palabras vacías de contenido significativo. Son dos conceptos invisibles que Dios lleno de conceptos. las palabras no son nada, los conceptos se nos vacían de contenidos y se quedan en nomás que referentes.
- Mi Dios si que tiene referente y sentido y tiene mucha racionabilidad todo lo que Él nos dijo - le contestó ya con cierta molestia
- Le respeto mucho y alago se pobreza de espíritu y la ayuda a los demás, pero deje la razón para otros asuntos y a Dios limitémonos a sentirlo.
En la intimidad de la sala central y al lado de unos pequeños troncos, ambos siguieron discutiendo, con gran amabilidad pero intensidad problemas concernientes a la teología hasta bien entrada la noche.
Amanecía, cuando salía el franciscano y el visitante ya estaba sobre su caballo, esperando muy pacientemente la salida del hermano.
- Ya se va, como me dijo.
- Sí, padre, recuperada la orientación me dirijo a mi destino.
- ¡Lastima que no pudiese ayer reconducirle! - rieron los dos al unísono.
- Padre Marcos, mi creencia es tan grande como la de Usted, pero me resisto a creer que llegaremos a su comprensión con la razón, la cual es limitada.
Se acercaron y se dieron un sincero apretón de manos a la par que intercambiaban sonrisas. El hombre del caballo ya estaba saliendo por lo que quedaba del arco central de la puerta cuando el Padre Marcos le pregunto.
- Señor, válgame Dios que no se todavía su nombre
- Fallo mio por no presentarme supongo que por la intensidad y gozo de la conversación. Mi nombre es Occam, Guillermo Ocamm.
Con un suave y rítmico movimiento a las bridas, puso en marcha a su rocín, mientras el fraile franciscano se quedó fijamente mirándolo al alejarse. Tenía tiempo, mucho tiempo, para analizar, estudiar y comprender sus palabras. Pero, complicado, pues la razón es el instrumento de comprensión y control. No quedó muy convencido de esta última afirmación y corriendo volvió a la biblioteca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario