jueves, 14 de abril de 2016

DESCARTES Y EL JARDINERO


Era el precioso castillo de Fontenebleau, pero si lo era, más sus jardines.
Paseaba entre los setos, con un traje negro alisado, con mangas largas y cuello alto.
Siempre permanecía con la mirada atenta y fija. Parecíase que estaba contando hasta última hoja de cada uno de los frondosos abedules que formaban el centro neurálgico del jardín dividiéndolos entre los metros cuadrados del mismo.
Su vida era matemáticas, más bien, exactitud. Buscaba la completud del pensamiento, fuera el tema que fuese.
Inclinándose en un conjunto de setos, estudiando las lineas de conjunción que surgían en el horizonte, se tropezó, como todas las mañanas con Andrè, el joven y porqué no, magnífico jardinero y encargado de aquello.
- Haces arte, joven – le dijo Descartes
- No señor, no me avergüence.
La cercanía humana que mostraba ante los trabajadores, de un Aristócrata bien situado y mejor apreciado producía una gran ternura pero humildad en ellos.
- Que, ¿consigues realizar lineas paralelas entre los lados de las hileras de los setos?
Andrè, muy modestamente, alzó una media mirada y le contesto
- No señor, no es mi intención, en la desigualdad de los lados encuentro la belleza.
Cual una tormenta seca de verano, se abrieron los ojos de Renè.
- Pero !que me dice Usted¡, ¡La belleza es la perfección!, el punto de fuga debe estar calculado hacia el fin de las vallas finales del jardín!, ¡Tiene un poste central hacia donde dirigirlas!
- Si, maestro donde los haya, pero en mis pocos años en el arte de la jardinería he llegado a la conclusión que la a simetría trae cierta belleza y encanto.
Se dio media vuelta con potencia y comenzó, Renè a andar hacia el castillo, pero tras unos pasos hacia el se giró y se aproximó de nuevo.
Andrè, temblaba, intuía que había hablado demasiado aun sin saber por qué.
Plasmado entre las pequeñas montañas totalmente verdes en su espalda, observaba como el paso de maestro se iba calmando, y el ruido de las pequeñas hojas color cobre aligerado, sonaba más calmado en su proximidad.
- Tendría ganas de que Usted se hubiese leído el ensayo que escribí hace algunos años cuyo único objetivo era enseñar a pensar, pero bueno, dejémoslo y déjeme preguntarle si el desorden es bello
- No Señor
- Y la desigualdad es un tipo de desorden.
- Si, señor
- Por lo tanto concluiríamos que el desorden no es bello.
- Sí, Señor.
Descartes se le quedó mirándolo a la par que se sentaba despacito en un banco a la vera del jardinero.
- Sé que me contestas con afirmaciones pues sientes la necesidad de hacerlo.
- Sí, Señor.
Sabía y entendía que en la belleza del jardín nunca podría encontrar una verdad absoluta.
Sabía que tenía tantas posibilidades él, estudioso y culto en deducir donde está la belleza, que aquel, sin estudios ni cultura clásica, entendía que todo era susceptible de encerrar dudas en cuanto a su concepción y desarrollo.
Miraba y observaba las lineas escapatorias.
Él las veía rectas, pero el jardinero ya le había dicho que no lo estaban.
Él le había hecho un pequeño razonamiento, el cual si hubiese tenido toda la claridad y evidencia, no lo hubiera dudado André.
Descartes, pensaba firmemente que estábamos, en manos de Dios y sus antojos y motivos y la que pensásemos podría estar muy lejos de las realidades.
Vivía rodeado de las matemáticas pero el sabía que su exactitud podrían ser sólo consecuencia de este Dios caprichoso.
La verdad única que encontraba era que pensaba y dudaba.
- Andrè, he de decirte que busques la belleza donde quieras encontrarla, pues allí estará, pues te puedo decir que la única verdad será que yo estoy dudando que ahí estuviera.
El jardinera seguía con las tijeras anchas cortando las lineas irregulares, con la mirada dirigida hacia Descartes, su Señor, pero perdido totalmente en sus deducciones y conclusiones.
Renè, el Señor, se levanto sin mediar palabra.
Sabía la forma y características que debía de tener las verdades, pero aun intentando y creyéndose ver así ciertas reflexiones, sabía que esto era una deducción perfecta, un modelo, pero después entraría su propia apreciación a la hora de aplicarlas, es decir, clasificar o darle unas características de una verdad absoluta a otros conceptos, pero seguía sin saber si su asignación de modelo la tenían los objetos que había mirado como tales. Lo buscaría, necesitaba más conocimientos similares, o mejor, iguales.
- Clara y distinta, así debe de ser la verdad dijo en voz alta mientras se iba.

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