Como
buen Aristócrata, más sus movimientos lentos y armoniosos, estaba
algo entradito en carnes. La peluca blanca, tanto como cualquier
luna, contrastaba con el azul oscuro de la fina tela de su traje de
cuellos altos de verano.
Paseaba
por entre las tierras verdes y frías centro Europeas del que
llamaban y pensaban, siempre grande, Sacro Imperio Romano y
Germánico.
Tenia
música comprimida en los oídos y su pensamiento siempre estaba
encadenando, en forma de notas, cualquier sonido que se entrecruzara
en sus quehaceres.
En
su camino, le iba acompañando el sonido suave y continuo de un
pequeño rio que descendía tímidamente. Llegó hasta uno de los
campos que, en sus propiedades, que eran trabajados por unos
agricultores, contratados y organizados por ellos. Se sentó al lado
del rio observando a uno de ellos como, con una azada, labraba la
tierra.
La
música suave y en tonos graves, del río, caía a su al rededor,
mientas el rítmico golpeo agudo por las piedras de la tierra de la
azada, llegaba a su pensamiento.
Sus
ojos fueron alcanzando mayor apertura. Su expresión nunca era
exagerada, pero quien lo conociera, hubiera sabido su claro interés.
Se
levantó y se acercó hacia el labrador.
Oía
dos ritmos diferentes, dos tonalidades distintas y su cabeza
comenzaba a construir entre ellos.
-
Buenos días, señor – dijo el labrador agachando ligeramente la
cabeza.
-
Siga, siga con su trabajo – no era despotrico, pero tal y como le
habían educado, poco tenia que ver con el agricultor.
El
hombre siguió escavando.
-
Cabe mas rápido – la cara del agricultor se alzó extrañada y lo
aumento. Bach le miró fijamente. El agricultor asustado estaba sin
saber que Sebastián, siquiera lo veía, y solo contemplaba notas
flotar a su alrededor.
-
baje el ritmo
-
¿el qué, señor?
-
Cabe más lento – contesto irritado, tal como un genio entorpecido
en un momento de inspiración.
El
contrapunto comenzaba su vida e historia.
A
lo lejos, el caballo que su sirviente le traía para la vuelta,
venía relinchando. Fuerte, con furia, con energía, mientras las
cálidas notas del rio seguían viviendo y el ritmo repetitivo del
agricultor allí estaba.
Comenzó
a mover sus manos, marcando ritmos y dibujos en el aire mientras el
agricultor le miraba sorprendido.
-
Mi señor, ¿puedo hacer algo por Usted?
-
Sí, seguid, ¿no lo siente?
-
¿el qué?, mi Señor.
-
Que su alma se ensalza cuando los agudos suben hasta que encuentran
su fin en el pozo de los graves, cuando los relinches de mi caballo
aparecen. Es el contrapunto, el contraste, la historia sin fin, el
choque de las sensaciones, las lagrimas y el dolor de las fuertes
emociones y sentimientos. ¿no?
-
Le pido mil perdones señor, solo siento el golpe de mi azada, el
relinchar de hambre de su caballo y a lo lejos el agua, cotidiana
del caudaloso manantial.
Bach
se le quedó mirando y se sintió solo. Sabía que su cabeza y pocas
más construían aquellas ideas.
Permaneció
varios minutos mirando hacia el rio sin hablar y el agricultor sin
mirar el campo y habiendo torcido totalmente el trascurso de la
hilera, seguía cavando tratando de mantener el ritmo.
-
Pare, pare, por favor – el agricultor quiso no oír la palabra por
favor a él dirigida, y paró de inmediato. Bajo la mirada y con una
cálida sonrisa se despidió de él.
Contrastando
con el sol y con la mano izquierda sobre los riñones, movía,
dulcemente la mano derecha por encima del hombro, dirigiendo para
nadie pero componiendo para todos.
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