lunes, 4 de abril de 2016

Filosofía literada. Londres, el café y Freud



Bajábamos renqueantes por una populosa, pero entonces vacía, calle del centro de Londres.
Era, yo, 20 años más joven que él, pero tuve la inmensa suerte de que le pudiese acompañar todas las tardes hacia su casa desde la biblioteca privada del club. Como todos los centro Europeos, iba bien vestido y sin ningún signo extravagante. Serio, quizás un  tanto sobrio, caminaba y yo a su lado. Marchaba con la cabeza alta y sus ojos mirando al frente. No cabía ninguna duda en su mirada, a pesar de las espinas que tenían sus teorías.
- Pero, maestro,- le preguntaba mientras caminábamos, ¿cómo voy a ser consciente de algo que actúa sin que mi persona la capte?, ¿no es una pequeña imposibilidad?
Freud sonrió y me miro con compasión diciéndome
- Me gusta mucho ver que piensas, andrè y déjame que te diga que es ciertamente difícil, por no decirte, imposible, autodiagnosticarte, de ahí, que yo propongo a mis pacientes unos pequeños momentos de reflexión conjunta. Esto será llamado psicoanálisis y nos permite ver qué escondidos motivos te mueven. Ser espectador de uno mismo no es posible, pero de otros sí.
- Pero, es decir, ¿vivimos presos de unas experiencias pasadas?
- Sí, básicamente sí. Tenemos una libertad limitada pues está controlada por nuestro subconsciente.
Aquí continuamos andando.
Se encontraba muy lejos de su tierra Austriacas pues la tuvo que dejar y el subconsciente que tanto manejaba le hacia constantemente malas jugadas y se notaba en demasía hacia donde iban sus pensamientos y por donde andaban sus creencias.
Y seguimos hablando
- Si quiero que sea mi consciencia quien se imponga a este mar de sensaciones que actúan por la retaguardia y mal forman los caminos, ¿me podrá ser posible?, ¿podemos vencer e imponer a nuestro consciente?
Seguimos hablando tranquilamente pero sin pausa hasta llegar al café que se encontraba justo debajo de su
casa.
Era una pequeña calle peatonal, con unos ladrillos rojizos y pequeñitos en los muros de las casas contiguas, que le daban belleza y singularidad al lugar, situado, además en la zona centro de Londres cerquita del Támesis.
Entramos en el café continuando la charla en la misma barra del bar. Seguimos hablando de la psique, del pensamiento, del los impulsos escondidos, de las pasiones sexuales que nos definen y otras cuestiones, del misterio y la locura formadora de cada uno, de las que este hombre tanto sabia y ensañaba, mientras el camarero de susodicho café nos observaba y oía, mientras secaba algunos vasos, debido a que el local estaba vacío. Cuando menos me los esperaba, el barman, mirando fijamente a Freud, le pregunto
- Sir, ¿son tres partes formadoras o es una que mira a las otras dos?
Pausa hizo en sus palabras y quedándose mirandolo se cayó, pensó y dijo
- Tres partes formativas
El camarero se echó algo más atrás y aspirando suavemente le dijo al maestro Austriaco
-Sir, yo siento, y yo pienso tras sus palabras que tenemos dos elementos formadores. Uno, el león que nos forma, sea su subconsciente, conciente e inconsciente y un espíritu que lo observa y trata de corregir.
Tuvosé que sujetar las gafas con los dedos para evitar que se cayeran tras oír a aquel nuevo contertulio.
- Acláremelo más, también señor.
- Si, y con placer.  Tenemos claramente dos niveles de existencia a nivel intelectual, y uno está, señor, bastante por encima del mundo físico que según me cuenta condiciona a posteriori todas nuestras decisiones. El término espíritu está tremendamente contaminado y es difícil de utilizar, pero podríamos hablar de un espíritu que observa nuestro pensamiento, que lo juzga, que trata de corregirlo, pero que en muchas ocasiones las conexiones de las ideas se imponen y le dejan en silencio y arrinconado.
La materia se impone, pero esto no es por necesidad. Tenemos una parte supramaterial que investigar.
Freud no había bajado ni un segundo sus ojos de los del camarero. Había seguido con signos de afirmación cada una de las ideas y tras permanecer cayado, mirándole al hombre de la barra, pregunto
- Y ¿tú sabes donde habita o se oculta este supuesto espíritu que observa a nuestro consciente y aparato psíquico viéndole tomar decisiones?
- Pues no.
Pagó de una manera un tanto descortés. Era un hombre rígido.
- Mira, Andrè, mucha sabiduría había en sus palabras, pero ¡no sabes en que lodos se va a meter si comienza a hablar de espíritus y realidades supramateriales!, ¡platón!, ¡santo tomas!, ¡hegel!
Ante esto, me envalentone
- No, Freud, no está realizando una cosmología omniabarcante. Entiendo que desde la pureza del pensamiento no científico, describe aquellos momentos en los cuales desde nuestro espíritu, como así lo ha llamado, tomamos unas decisiones, que serán desmentidas en aquel momento en que el consciente funcione, desde el apartar a este supuesto espíritu que calla ante la potencia del consciente, que es el prisionero de tu cuerpo.
Tras acabarnos el café entre más y más charlas, Freud cogió su sombrero y se encamino, despacito a su muy cercana casa.
Tanto él como yo, sabíamos el mundo del pensamiento y su amplia repercusión, que él había abierto con sus libros y estudios hablando y desarrollando esta construcción partida y esta existencia separada de nuestra propia persona.
De camino a mi casa la niebla subió por las veras del río e invadió todo mi paseo de vuelta.

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