Los niños ansían los juguetes pues los cazan y persiguen
para conseguir esta ansiedad en ellos.
El jugar y divertirse se convierte en una carrera de
ambición y competitividad.
El juguete ya no es en el divertimento sino la búsqueda de
más.
La celebración de la Navidad se convierte en un asunto de
negocios, de dinero, de engaño y de estress. El bombardeo, a los más débiles,
buscando el engaño y consumo es máximo. El que planifica el anuncio busca como
manipularte para llevarte allá donde él lo quiere. Me producen desprecio.
Es complicado juzgar estas maniobras pues es parte
integrante del sistema en el que nosotros nos movemos.
Cuando hacemos referencia al exceso publicitario en
nuestros quehaceres diarios no llegamos, normalmente, a calibrar la dimensión y
consecuencias de este hecho.
La construcción malformante o la degeneración vital que
nos provoca la publicidad es total.
Habrán pasado pocas veces que el más simple elemento
produzca el mismo divertimento que otro objeto caro y publicitado que trae
consigo competición entre los amigos y desazón en el esfuerzo económico que
produce en aquella persona que se lo regala porque lo/la quiere.
Esto lo escribo con mi más firme convicción, en la que
asuntos como estos no hacen más que complicarnos la existencia.
Sin las falsas necesidades que nos provocan los diferentes
intereses que pululan entre nosotros y que se enriquecen con los parias, viviríamos
de una manera mas sencilla, fácil y relajada.