sábado, 23 de marzo de 2013
VELOCIDAD Y MORAL
A 315km/h se tiene que tener una gran experiencia para poder pensar con mínima claridad.
Me quedaban tres frenadas en la curva tercera del circuito, en la que se pasa de 315km/h a 90km/h, frenando y reduciendo para coger la posición correcta de entrada.
Arturo iba delante, el primero, yo andaba segundo y Markeley, tercero. Así, este último quedaba segundo en el mundial y Arturo, el chulo y patanatas difícil de aguantar, primero. Éramos de la misma escudería y mismo país, para mi mal.
Cada maniobra sucia y barriobajera y comentarios de la misma índole, le había llevado a ser segundo en el mundial y el primero en los pilotos peor considerados.
Merkeley era un tipo humilde y gran conductor, que conducía un coche con una velocidad punta inferior en 15km/h que los nuestros. Con un coche igual, difícil hubiera sido cogerle.
En esta carrera, seguía de cerca, con el segundo coche a Arturo. Estaba metido, en las últimas curvas, en su aspiración a sabiendas que tras coger la aceleración y salirme de ella, de la aspiración, le adelantaría con seguridad y ganaría mi quinta carrera. Yo no luchaba por el mundial, pues lo mismo que había ganado cinco, me había retirado, por rotura de motor, otras cinco.
Era la última vuelta. El casco me retumbaba y el rugido del motor, me llegaba hasta el estómago mientras gotas de sudor se desplazaban por todo lo largo de mi nariz. Pasaba, inquieto mi dedo, en el reductor de marcha situado en el volente a espera de utilizarlo y que me diera la aceleración para pasar al imbécil de Arturo. Esto sería tener muchos problemas, tanto en la escudería como en mi país. Todo para otro coche y país.
Última vuelta.
Entré en la recta
Tenía más revoluciones en mi corazón que en el motor del coche.
Apreté el botón, reduje, me Salí hacia su derecha pasando a centímetros, aceleré y me puso en paralelo a él.
Merecía que lo adelantara y su prepotencia cayera al final de la recta.
Durante segundos y en paralelo, nos miramos. Ojos abiertos, incomprensión, sorpresa; yo le sonreí dentro del casco y tras la visera, pues en estos últimos metros iba algo más rápido.
Muy generoso conmigo mismo y con él, levante ligeramente el pie.
Acabó el primero, ganó el mundial, pero siempre porqué yo quise y él lo sabía.
Con una enorme sonrisa irónica le felicité por su mundial.
Aun con la victoria, a sabiendas que mis cinco carreras con abandono y sobretodo mi maniobra, la que le dio el mundial su cara había cambiado.
Me fui andando y hablando con Merkeley de la cerveza que nos íbamos a tomar, allá, en Malasia, en un bar del circuito, para comentarnos algunos detalles. Un gran tipo y muy buen conductor.
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