1...el acontecimiento de la tertulia...
Fueron, entrando, como todas las
tardes, en el mismo orden y tiempos.
Pertenecían todos a la misma clase
social, por esto, que aun con diferentes trabajos, compartían los
mismos horarios, muchos gustos, muchas situaciones, dinero similar y
la misma vestimenta en sus momentos de tiempo libre o de vida social
y publica. Con pequeña chaqueta y corbata fina, de diferentes
textura y colores, se vestían.
El siglo XX, venia de llegar y apenas
había cerrado la puerta de entrada, cuando nuestro grupo de amigos
ya había comenzado a reunirse en aquel café.
Antes que ninguno llegaba Don Juan.
Siempre lo hacia el primero, pues las oficinas de correos de la
ciudad, haciendo codos, estaba del bar. Las dirigía, supervisaba,
organizaba y controlaba. El asunto de correos, tanto las que iban,
como las que volvían, era realmente bueno. Don Juan era una persona
metódica donde las hubiere. La gustaba estudiar, planificar y
temporalizar todos los asuntos. La suma de ordenes, direcciones, y su
combinación la llevaba encima, hasta en el momento de calcular el
tipo, habían varios, del café de este martes. Llegaba a las 17:05
para irse a las 19:05 y llegar a casa a las 19:30. Llevaba bigote
grueso y era bajito y fuerte.
A su continuación, llego, Don Andrés.
Era más alto y delgado. Solía ir al barbero pues no le gustaba
nada la barba ni el bigote, pues aludía que eran feos y
antihigiénicos. Cuando lo decía todos reían con franqueza, estaban
acostumbrados a las respuestas del amigo. Los tiros trasversales,
cuya bala atravesaba los dos frentes, eran su especialidad. Tenia
unas extravagancias realmente ciertas. Las decía desde la distancia,
como si no fueran con él. Andrés era el ojito derecho de su mamá,
la Marquesa de aguas vivas, y su futuro estaba asegurado, y ademas
bien, pero era un hombre moderado, tranquilo, humilde en lo material
y se caracterizaba, principalmente, por vivir con alegría.
Tras Andrés, bendita sea la casualidad
llegó, Don Mariano, cuyos ojos soltaban rayos, más o menos
fulgurantes, única y exclusivamente, según cual sea la hora del
día. Era medico, y maldita sea la suerte de sus pacientes, pues
puede que les bájese mas la moral, las miserias contadas por Don
Mariano de este mal, que sufrirlo en si. Era, un hombre muy
inteligente, que razonaba con una facilidad pasmosa.
Con la misma cara de curiosidad y con
la antenas de vigilancia a todas horas, entró Don Ricardo,
periodista, declarado conservador, pero siempre dispuesto, vengan los
vientos de donde vengan, a publicar la verdad. Era, envuelto, en su
pequeño gorro, pero de piel cara y buena, un gran liberal, atrapado
por las cuerdecitas de la corbata negra que llevaba. Sus preguntas no
tenían finen en las tertulias con pasión, que como el café
necesita azúcar, estos no la tomaban sin una buena dosis de ella.
La última en entrar era Doña María.
Era la mujer del compañero en la clínica privada de Don Juan. Ella
era bióloga y trabajada en proyectos de investigación en la
facultad. Era la primera mujer que esos estudios hizo. Iba vestida a
la usanza y le gustaba llegar la última para que todos se
levantaran. Era muy lista y tenia claro que para ser respetada y que
la escucharan debía actuar tal que mujer de su época. Sabia que los
del resto del bar, no la miraban como una gran Bióloga, sino como
una mujer más. Ponerlos en su sitio ya lo hacía, y bien que sí, en
la mesa del café. Culta, sabia y, como casi todas las mujeres,
práctica y pragmática.
Para poetas y literatos, ya estaba Alberto, el camarero y dueño del bar. Las servia y atendía, hasta
la última hora de la tarde, en la que si había tertulianos y
conversación, se sentaba con ellos a acabar los asuntos. Por
continuar, entre las risas de ella, aquella tarde, un pequeño
fragmento, que dejó de recitar Doña María por no saber más, de la obra
teatral rimada, Las tertulias en el café, de Víctor el bueno,
entonándolo correctamente con dulzura y suavidad, sentándose a
rimarlas.. Tal y como poeta y literato se hizo con un sitio, a pleno
derecho y posesión en aquella tertulia.
Aquella tarde, María llevaba un libro
entre las manos, y al llegar, lo dejó con delicadeza encima de la
mesa. Tras hacerlo observo a cada uno de sus amigos y contertulios,
mientras miraban y leían el titulo.
2...en el libro de Doña María...
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