lunes, 13 de abril de 2015

EL LENGUAJE Y LA DIMINUTEZ DEL INDIVIDUO



Y tuvieron que pasar más de 2000 años de pensamiento dentro de la unidad mal concebida que se llama filosofía, para que la realidad de los conceptos entonces llamados abstractos, ocupara un espacio, lugar y en un momento dado.
Y esto ocurrió con la filosofía del lenguaje del siglo XX en el cual, encontraron el significado y lugar de conceptos que había sido debatidos a rango teórico y especulativo hasta entonces.
La bondad se encontraba en la relación de los hablantes y encontraba su figura en el lenguaje propio de estos.
La realidad, reflejada, existente en el lenguaje, supera al individuo y deja de ser una entidad provocada directamente por la persona.
Moore, Apel, Ayer, Wittgenstein y otros y estos, le dieron una vida propia e independiente al lenguaje.
Si aceptamos estas cuestiones, la comprensión y planteamiento de la cosmología humana se desmorona sin piedad, pues la acción del protagonismo constructor de la realidad primera, escapa del egocentrismo formador humano.
El lenguaje es una estructura suprahumana, que como entidad propia, ha crecido en el constante aumento de la comunicación e interacción de las individualidades.
Qué pesadilla tan amarga resultaría para Platón bajar a recoger sus ideas supremas entre las míseras palabras cotideáneas.
No una realidad interior la que ha configurado un lenguaje y éste nos vale para la operativilidad externa., sino que las primeras relaciones humanas construyen unas estructuras relacionales propias y partiendo de la construcciones que las configuran, éstas estructuras realizadas, puestas en acción y evolucionando a posteriori, configuran nuestra formación Moral y Ética, es decir, los elementos fundamentales del tipo de unión humana.
Es el proceso a la inversa.
Es el lugar concreto y real, donde estudiarnos como entidades propias, pudiendo ser sometido a elementos experimentales, hipotéticos y conclusos.
Las consecuencias positivistas a la hora del estudio y planteamiento de los hechos son grandes.
Si no aceptamos unas estancias religiosas o formadoras esenciales espirituales, no hay ningún hecho material que imponga la concepción que tenemos de los hechos realizados, de su corrección social. Estos elementos que dirigen la acción y comportamiento, no son más que expresiones lingüísticas modificadas según una serie de circunstancias.
No hay más realidad que la cual estamos hablando.
Lo que existe es aquello que hablamos.
El estudio no estriba en el contenido, absolutamente contenido en una circunstancias históricas precisas y concretas, sino la forma y estructuras que le dan su expresión lingüística.
Las personas perdemos control sobre aquello que pensábamos que era sólo nuestro, que se dimensionaba en nosotros, que nacía y crecía bajo la tutela y acción consciente y responsable de nuestro pensamiento, para quedar, nuestra figura, reducida ante la acción de unos actos lingüísticos, que nuestra mente realiza sin nuestra ninguna aceptación consciente del asunto.
El transcendentalismo muere en su esterilidad y la inmediatez material del lenguaje se impone.
El aceptar aquí la reflexión sobre aquellos principios formadores en la actitud social y grupal del ser humano, abre, sin duda, una salida muy diferente y distante a todas las anteriores.




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