Sabía que, casi
con toda seguridad, no le dejarían entrar al congreso con aquel
libro de las soluciones a los problemas de manera racional,
desinteresada, neutral, sin más bandos que el bien de la totalidad.
Llevaba años
confeccionándolo y los mejores profesionales de muchas
especialidades, en su libro, tocadas, abriendo los ojos
desmesuradamente, le habían dado, si cabía le decían, su
aprobación, aunque él ya sabia de su total validez.
Escéptico, pero
ilusionado, llego a la puesta del congreso con su libro entre las
manos.
Los leones de la
entrada rugieron a medida que el pasaba. Les miró y no sabia si
rugían por el apoyo a las soluciones o por olor a sangre que mis
ideas comenzaban a despedir.
Las risas del
primero fueron quizás algo mas controladas que las del segundo
interlocutor al los cuales les enseñaba el libro en el cual se
encontraban científicamente demostradas las soluciones y el camino
de aplicación de ellas.
El tercero al que
puse el libro entre sus manos, fue el subdirector de relaciones
laborales de los trabajadores de los diferentes magisterios
vinculados a la zona agrícola y laboral del campo y su repercusiones
en los mercados centrales. Es que no pudiéronle dar más resonancia
ni tonalidad para crear el ministerio y darle algo más de
cachivache. Total, hacia unas 5 reuniones anuales para finiquitar
todo el trabajo de este pasajero ministerio que llevaba ya 15 años
en funcionamiento. Éste, más que risas, que también las hubieron,
miraba al libro como si se tratase de un objeto sexual, un
consolador, mientras sus pupilas divergían de punto de escape.
- Señor..ehh...
- Andrés García – respondí
- ¿está usted seguro de que en este libro encontraremos la solución a todos los problemas?.
- Sí, pero no solo estoy seguro, sino que así es.
- Bueno, Don Andrés, es que las cosas, aun soponiéndolas como verdadera su afirmación, no son tan sencillas.
Y aquí fue cuando
comencé a ver con claridad los hechos y los asuntos que seguía,
empecinado, en no creerme. Aceptaba, veía que las soluciones podían
estar allí – seguía mirando el libro, con su ojo un tanto perdido
solo cuando lo hacia, con sorpresa, impresión, excitación,
desconfianza y mal rollo de las posibilidades de que se acabase lo
que había trapicheada y que le daba muchos euros mensuales de
dominio y heradio publico.
No querían
soluciones.
La lucha interna
entre los partidos y sus inutiles divergencias, le proporcionaban el
sueldo. No tenia, aun dándose, a pasos los caminos infalibles a
seguir, la más mínima intención de alcanzar ningún acuerdo con
ninguna fuerza política contraria que llevase a la paz, orden y
efectividad consiguiendo que todas las banales e interesadas
instituciones que se habían creado, por efectividad restante dejasen
de funcionar.
- oh¡, y donde conseguir que me miren y me traten así como aquí lo hacen cuando no lo merezco - Don Raúl y su astigmatismo, bien que lo sabían.
Salí del congreso
con olor a basura, apestufado de intereses, con los zapatos sucios de
malas intenciones y con la camisa desteñida, pues 2 horas allí, ya
habían comenzado a actuar sobre mis ideas.
Encendí la
chimenea, miré el libro, y lo tiré a las llamas de ella. No estaba
dispuesto a luchar contra el mundo. Estaba cansado de soñar con
ello. Mi cabeza no podía más. El libro se fue quemando poco a poco,
pagina tras pagina, haciendo ver y dejándome bien claro allí se
iban mis instiles ilusiones.
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