Probablemente
en aquel bar de las estribaciones de los Alpes a la altura de
Austria, nadie menos yo, sabía quien era aquella persona que tenía
delante.
Además
yo sabría como establecer conversación.
Vestía
con un traje de chaqueta gris de invierno y deportivo, un pelo
largamente ondulado y un gran y dudosamente estético, bigote.
El
hotel era pequeño y se dibujaba desde el jardín de éste, un valle
que se extendía hasta el horizontes, y a sus espaldas, ya las
grandes alturas de imponentes montañas. Era un lugar propiamente de
reposo sólo permisible para los adinerados.
Estaba
de espaldas a la barra, serio, pensativo, pero sin un ápice de
mirada perdida, sabía muy bien allá donde estaba pensando.
Me
acerqué. Él y yo solos en el café.
-
Hola señor, ¿qué tal? - dos huéspedes del hotel en el confín del
mundo no es nada fuera de lo común que yo me acercara.
-
Bien – tenía una cabeza muy voluminosa, entre la nariz algo
abultada y redondeada, el pelo y el bigote así me lo parecía.
Le
sonreí, dándole normalidad al asunto
-
Aquí he venido yo buscando la paz y la tranquilidad – me miró de
reojo y con un aspas de desconfianza
-
¿Y la has encontrado? - era escritor, filosofo, pensador, le
resultaba muy difícil pararse en los pensamientos.
-
Sí, vine aquí a poner en orden mi cabeza, a estudiarme con la
razón, a buscar la luz en los conocimientos, a cubrir mi pobre
naturaleza buscando la huida de ella.
Comenzó
a reír, risas que se debieron oír hasta en la cocina. Su expresión
cambió. Su ojos de indiferencia, pasaron a ser unos de burla sutil.
-
¿Hasta donde quieres llegar?
-
A buscar la paz en algo superior a mi naturaleza o al menos que la
englobe.
-
Engañado y cobarde – aun a sabiendas de lo que me podría
encontrar, me resulto tosco y desagradable, sus palabras, la manera y
la forma. Se aproximó hacia a mi, acerco su mirada a la mía y
continuó
-
¿Tanto te cuesta aceptarte?, pero ¿tú que te piensas que es la
vida?, ¿tienes algún lugar donde ir?, ¿te espera alguien?
-
Pero, ¿Qué me dice Usted?, señor – yo sabía de su mal humor
pero traté de operar como absoluto desconocido. No, no me espera
nadie, pero sé que hay un espíritu, razón o Dios universal para
explicar y comprender todo esto que nos rodea – me miraba con los
ojos muy abiertos
-
¿Se siente poca cosa y necesita de los elementos externos a su
persona para justificarse?
-
Bueno no lo hago.
-
Sí, tiene usted miedo a la vida, le cuesta aceptar su oscuridad, su
capricho, su voluntad irracional ¡La embriaguez del destino!
El
café estaba totalmente recubierto, paredes y suelo por un fino y
bonito parquet, enlacado y encajonado en las esquinas. Una gran
chimenea en uno de los laterales hacia y daba un ambiente hogareño y
cómodo. Le cogió placer y gusto y siguió conmigo.
-
¿De verdad le encuentra orden y razón de ser a este mundo?
-
Bueno, la verdad es que cuesta.
-
Sí – contesto levantando algo la voz y más la mano-, claro que le
cuesta. Buscar unas razones o causas tranquilizadoras, no es más que
una acción propia de los cobardes incapaces de aceptar su
volatilidad.
Las
palabras volatilidad, flaqueza, angustia, sonaban realmente extrañas
en la boca de aquel hombre. Fornido y de anchas formas, más un
lenguaje taxativo y un tono imponente.
-
Pero yo llevo mucho tiempo buscando paz interior.
-
¿En la locura de la vida?, mira, el mal y el dolor, existen y son
partes integrante y definitoria de la vida, si no puedes aceptar la
dimensión en la que esta se mueva, vete a pasear con las religiones,
que someten al ser humano a su cobardía que toma la forma de
cualquier Dios. Te queda la solución de situarte allá donde
cabemos y estamos, es decir, en la banal tierra y en nuestra lucha
personal que solo será la voluntad quien te lleve a un lado o al
otro.
-
Pero señor, sólo soy uno más entre todas las muchedumbres, ¡qué
espera de mi!
-
¡Que eleves tu individualidad!, ¡que no sometas tu naturaleza a los
poderosos!, ¡que nadie te quite tu voluntad de acción!, lucha y
serás más ser humano. Huye de la oscuridad entre las dudas que nos
han enseñado.
En
aquel momento se fijó en el libro que yo llevaba entre las manos,
Fenomenología del Espíritu, Hegel, y su mirada fue de sorpresa.
-
Creo, señor...
-
Andrè
-
Que poco tendremos en común, sino dime, ¿Hasta donde se piensa
elevar para dar razón y sentido de ser a la persona?, ¡váyase
hasta la propia vida!, ¡no huya con las fantasías!, ¡acepte su
contingencia y finitud!, hágalo con voluntad, con poder, la voluntad
de imponerte el sentido y razón de ser partiendo de uno mismo, del
individuo, del particular.
Tras
esto ultimo, frunció el cejo, se quedó algunos instantes mirándome
impertérrito, hasta como si nunca hubiéramos hablado, pagó el café
y se fue del bar.
Caminaba
rápido, fuerte y con poderío.
El
barman ya le conocía y se quedo, aun así, mirándole como se iba.
Era
un hombre de una tremenda personalidad y carácter, incapaz de
comprender la debilidad ante la falta de asumir aquello que se sabe
que es verdad.
Salí
a verlo irse, pero ya no estaba, pues ya solo quedaban los ríos
verdes de césped que bajaban hasta el pueblo blanco de principios
del valle y grandes laderas, blancas de nieve, bajando por las
cumbres hasta el hotel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario