AQUEL
FENICIO CON TALES
Las
caravanas de camellos, subían y bajaban las dunas del desierto,
siguiendo el horizonte.
Epilio,
estaba viajando camino de las pirámides.
El
iba con cuatro animales, cargando sus enseres y servidores.
Su
padre, oriundo de Tiro, Fenicio, ganaba mucho dinero en el comercio
de todo tipo de productos a lo largo de todas las costas que el mar
Mediterráneo bañara. Las aguas del mar habían sido su casa.
Aquella
vez, decidió ir a conocer una de las maravillas del mundo y que a
sus 37 años no había ido a verlas todavía. Habiendo hablado con
las autoridades del imperio Egipcio, el viaje era muy tranquilo.
Las
empezó a distinguir entre la distancia y la sensación de inmensidad
ya era patente.
Tardaron
muchas horas, desde el momento al que las vieron, hasta que llegaron
a sus pies.
Jamás
había visto nada semejante.
Emocionado
estaba del impacto.
Bajo
del camello. Se quedó a cierta distancia para poderla apreciar en su
totalidad y allí mismo, sentado a unos 10 metros había un hombre
moreno de pelo rizado, alto, fuerte, sentado en la arena, con los
brazos apoyados en las rodillas. Permanecía muy quieto. A su lado
sólo tenía una pequeña barita de madera plantada y un gran rollo
de cuerda fina. Por curiosidad se acercó.
Epilio
le habló en Griego. Lo había estudiado y trabajado. Había recibido
una buena y gran educación propia de una gran familia adinerada.
Desde el estrecho del fin de los mares y el mundo, hasta cada rincón
del mediterráneo, un barco comercial Fenicio te ibas a encontrar
Se
presentaron. Vieron que eran de unas tierras cercanas, de Mileto a
Tiro y se intercambiaron unos agradables saludos
-
¡Que espectáculo! - dijo Epilio
-
Sí, realmente impresionante – asintió Tales.
-
Me imagino cuando, hace más de 1500 años, miles de hombres dentro
de una organización monstruosa, como una gran máquina viva, la
fueran construyendo, ¿no?
-
No, yo no lo veo así
-
¿Cómo?
-
Es la proporción invariable, necesaria y absolutamente insensible,
de las relaciones entre los puntos del espacio. Esto, cuando las
miro, lo veo.
En
la educación que había recibido Epilio, había sido versada en unas
características principales, aprender a hablar diferentes lenguas
pues para el contacto con varias culturas eran necesarias, principios
administrativos y navegación, mucha, pero apenas había recibido más
que educación mística y mítica en cuanto a la ontología y
funcionamiento del mundo, de ahí que alusiones a nociones abstractas
la trajeran curiosidad.
-
¿de qué me habla?
-
De la Geometría
-
Y eso ¿de qué vale?
-
Lo vas a ver.
Tales
estaba sentado en el lugar hacia el que avanzaba la sombra de la
pirámide. A su Izquierda tenia el palo clavado que observaba con
atención, en un momento dijo
-
Epilio, ¡rápido!, clava esta estaca allá donde esté la sombra de
la pirámide. – Epilio no estaba habituado ni permitía que nadie,
salvo su padre, le diera ordenas, pero estas eran diferentes, habían
la ansiedad del experimento.
Una
vez hecho esto. Ató la cuerda y desenrrolándola poco a poco
comenzaron a andar hacia la pirámide. Detrás de ellos dos y a una
distancia, iba el grupo de la servidumbre. Tales viajaba solo.
Hablando iban y en un momento de la conversación, tales dijo.
-
Mira, hijo de los comerciantes, de aquellos que vivís con el
intercambio de verdaderamente valiosas mercancías, dejame que te
diga que la razón no solo se encuentra en la suma de monedas de tu
padre, sino también en los vientos que empujan las velas de sus
barcos.
Epilio
rió
-
Tales, tales – aun siendo mas mayor que Epilio, habían cogido
cierta comodidad de conversación-, sabes igual que yo, que el mundo
vive y funciona por el capricho y deseos de los dioses. Los vientos
no son más que los cánticos de dolor de Otilina.
-
Hay una manera de explicar y comprender el mundo sin que ningún
hecho azarosa lo encontremos. Hay una razón, un orden existente en
el cosmos.
Epilio,
aun horas hablando con Tales, años debía de estar para tener una
visión aproximada a la que tenía Tales. Atado al capricho de la
naturaleza no podía concebir un orden existente en ella.
Continuaron
hablando, debatiendo la racionalidad o el estado caprichoso de la
naturaleza.
-
Bueno, ¿y esto de la cuerda?
-
Para medir la altura de las pirámides.
Lo
que había empezado como una gran conversación, agradable e
interesante, iba perdiendo interés para Epilio ante las
excentricidades de Tales.
-
Y ¿qué relación que tiene un punto que has dejado marcado, allí,
en la nada, una cuerda hasta los pies de la Pirámide y su altura?
Siguieron
andando sin que tales contestara, mientras llegaban a la base de la
pirámide. Tales, calculó la distancia desde el lateral hasta el
centro para sumársela a la medida de la cuerda y le dijo.
-
Epilio, quiero que sepas, como segunda persona en el mundo, detrás
de mi, pues no lo sabrían ni los constructores de ellas, que la
altura de esta pirámide, Keops, es de 146 metros.
-
¿cómo?
-
Pues planté la estaca en el punto de la sombra de la pirámide
cuando la sombra del palito de mi izquierda era igual a su altura.
Ley extensible a todos los objetos. Proporciones aritméticas que no
son capricho de los Dioses.
Se
despidieron con cordialidad, sonrisas y extrañeza por parte de
Epilio cuando veía irse a tales.
Al
día siguiente subió a los camellos camino de las pirámides.
Unas
grandes telas blancas que cubrían su cabeza y con el viento,
caliente, pero engañoso con su frescor, mientras llegaba a lugar
donde ayer estuviera con tales. Allí estaba el palito, la estaca y
la sombra de la pirámide. Emocionado también, vio como todo iba a
punto de encuentro. La sombra de la pirámide. hasta estaca, y la del
palito hacia su altura dibujada en la tierra. En el momento en el que
la sombra del palito marcó su altura, la sombra de la pirámide
llegó hasta la estaca. De cuclillas se puso, mientras observada,
mirando con cara de complejidad, el palito, las sombras, las
pirámides, las alturas, lo circundante, preguntándose si realmente
todo el funcionamiento de aquello que le rodea puede estar
determinado y encauzado por unas reglas impuestas por la razón, como
es la, llamada Geometría por, este, sí, Tales, Tales de Mileto.
SPINOZA,
EN EL CANAL HACIA EL BÁLTICO
Paseaba
despacito y tranquilo, por una bella Amsterdan, cubierta de amplias
flores blancas, caducas, sutiles, efímeras, pero esplendidas en su
corta madurez.
El
verano era corto.
Marchaba
lento y pensativo pues su tuberculosis le producía problemas en el
movimiento pesa a su juventud.
Observaba
lo que le rodeaba y luchaba por no sentir odio y desprecio hacia
aquellos que lo había apartado del mundo del pensamiento por alegar
la existencia y manifestación como parte de la misma ontología, a
Dios, su pensamiento y la belleza extensional de los blancos
tulipanes expuestos en cada balcón de aquella ciudad construida con
una madera clara de frescos y grandes abedules.
Se
dirigía a su taller. Los antiguos Sefardíes, los Judíos expulsados
de la península Ibérica, no lo abandonaban, pero si apartaban y
sólo le dejaban dedicarse a la artesanía.
Spinoza,
se sentía feliz puliendo las lentes para sus amigos científicos,
pues le permitía reflexionar y mantener contacto con buenas mentes
pensantes.
Apoyado
en los vallas protectoras de un canal, elevado por la marea, se le
acercó un antiguo alumno, que ahora ocupaba un puesto de dirigente
importante en su comunidad. Nunca estuvo cerca de lo fanáticos, pero
siempre fue un hombre precavido.
-
Maestro ¿cómo está?
-
Bien, mi amigo, tratando de, contemplando la belleza, olvidar los
dolores en mis huesos.
Acercándose
más le dijo
-
Ya está impresa su obra, el tractatus teologico-philosophicos. Vamos
a empezar a mandar a los tantos otros pensadores racionalistas que le
siguen en el resto de Europa.
-
¿A Liebniz?
-
Sí, también
-
Alumno Christiaan, probablemente deba irme a la Haya, en cuanto se
haga oficial mi excomunión y me gustaría que siguiéramos, en
secreto repartiendo mi obra.
-
Sí, señor, cuente conmigo, pero dígame ¿qué alegan para
condenarle?
-
Mire, el gran admirado por mi parte, Descartes, quiso separar
ontológicamente al ser humano de Dios, para mantener su capacidad de
elección.. Su cuerpo, su alma y Dios, no eran lo mismo. Y yo le
pregunto a Usted ¿en qué punto rebajo un centímetro el poderío y
omnipotencia divina si le afirmo que Dios también se encuentra y se
da en la belleza de las flores que cuelgan de los balcones?
-
Bueno, Señor, pero nuestro Dios, Yave, es superior y está por
encima del ser humano.
-
Pero, mi alumno el que yo piense no me da independencia divina ni la
existencia de las flores como realidad tampoco. Todo lo existente es
Dios, nuestra libertad está en la asimilación de nuestro destino
como parte creadora, es la Panagea, todo es y está en Dios.
-
¿Los mismas vertientes formadoras de Santo Tomas?
-
Sí, parecido – y le dijo acercándose, cuidado con nombrar a un
santo de la iglesia católica, cristiana, apostólica y romana, aquí,
en este barrio comercial grande y Judío muy judío.
-
¿Quería Dios que le hayan apartado de la iglesia y no le permitan
instruir a los jóvenes, señor Spinoza?
-
Te voy a decir una cosa, y que nunca se te olvide, Christiaan, la
iglesia, sea cual fuere, no está formada por Dios, son los hombres
quien la hacen y la componen y todos los pecados y defectos que
tienen las personas fuera de ella, la tienen dentro también.
La
última mirada fue algo melancólica. Sabría que debería de partir
hacia se nuevo lugar de residencia pronto. Su capacidad intelectual
estaba pletórica, pero su cuerpo se consumía con lentitud. Apenas
tenía 40 años, pero pocos más le quedaban, le dijeron algún amigo
intimo médico, con otras palabras.
-
Baruch- por un momento sintió la fuerza para tutearle ¿podremos,
con la razón explicar el mundo?
-
No sólo podemos, sino debemos. El mundo no es más que la
manifestación del orden divino. Nuestra mente llegará a su
conocimiento pues somos parte de Dios. Somos, esencialmente seres
racionales y con nuestra razón llegaremos a la más alta
comprensión, lease por favor a descartes, siempre lo he admirado.
Se
despidieron y su antiguo alumno se fue con paso ligero pues tampoco
quería que se le siguiera asociando en la cercanía con él.
El
canal estaba enfocado hacia el mar báltico, en el norte y el sol se
ponía en su hombro izquierdo con lo que no le molestaba y podía ver
los rayos de luz caer trasversales en la madera húmeda del casco de
la pequeña barca cargada de girasoles que llevaban hasta la costa.
-
las religiones no son malas, la maldad esta en las personas que dicen
que la representan – dijo en voz alta, sin miedo pues los dados de
su destino, ya estaban jugados.
DESCARTES
Y EL JARDINERO
Era
el precioso castillo de Fontenebleau, pero si lo era, más sus
jardines.
Paseaba
entre los setos, con un traje negro alisado, con mangas largas y
cuello alto.
Siempre
permanecía con la mirada atenta y fija. Parecíase que estaba
contando hasta última hoja de cada uno de los frondosos abedules que
formaban el centro neurálgico del jardín dividiéndolos entre los
metros cuadrados del mismo.
Su
vida era matemáticas, más bien, exactitud. Buscaba la completud del
pensamiento, fuera el tema que fuese.
Inclinándose
en un conjunto de setos, estudiando las lineas de conjunción que
surgían en el horizonte, se tropezó, como todas las mañanas con
Andrè, el joven y porqué no, magnífico jardinero y encargado de
aquello.
-
Haces arte, joven – le dijo Descartes
-
No señor, no me avergüence.
La
cercanía humana que mostraba ante los trabajadores, de un
Aristócrata bien situado y mejor apreciado producía una gran
ternura pero humildad en ellos.
-
Que, ¿consigues realizar lineas paralelas entre los lados de las
hileras de los setos?
Andrè,
muy modestamente, alzó una media mirada y le contesto
-
No señor, no es mi intención, en la desigualdad de los lados
encuentro la belleza.
Cual
una tormenta seca de verano, se abrieron los ojos de Renè.
-
Pero !que me dice Usted¡, ¡La belleza es la perfección!, el punto
de fuga debe estar calculado hacia el fin de las vallas finales del
jardín!, ¡Tiene un poste central hacia donde dirigirlas!
-
Si, maestro donde los haya, pero en mis pocos años en el arte de la
jardinería he llegado a la conclusión que la a simetría trae
cierta belleza y encanto.
Se
dio media vuelta con potencia y comenzó, Renè a andar hacia el
castillo, pero tras unos pasos hacia el se giró y se aproximó de
nuevo.
Andrè,
temblaba, intuía que había hablado demasiado aun sin saber por qué.
Plasmado
entre las pequeñas montañas totalmente verdes en su espalda,
observaba como el paso de maestro se iba calmando, y el ruido de las
pequeñas hojas color cobre aligerado, sonaba más calmado en su
proximidad.
-
Tendría ganas de que Usted se hubiese leído el ensayo que escribí
hace algunos años cuyo único objetivo era enseñar a pensar, pero
bueno, dejémoslo y déjeme preguntarle si el desorden es bello
-
No Señor
-
Y la desigualdad es un tipo de desorden.
-
Si, señor
-
Por lo tanto concluiríamos que el desorden no es bello.
-
Sí, Señor.
Descartes
se le quedó mirándolo a la par que se sentaba despacito en un banco
a la vera del jardinero.
-
Sé que me contestas con afirmaciones pues sientes la necesidad de
hacerlo.
-
Sí, Señor.
Sabía
y entendía que en la belleza del jardín nunca podría encontrar una
verdad absoluta.
Sabía
que tenía tantas posibilidades él, estudioso y culto en deducir
donde está la belleza, que aquel, sin estudios ni cultura clásica,
entendía que todo era susceptible de encerrar dudas en cuanto a su
concepción y desarrollo.
Miraba
y observaba las lineas escapatorias.
Él
las veía rectas, pero el jardinero ya le había dicho que no lo
estaban.
Él
le había hecho un pequeño razonamiento, el cual si hubiese tenido
toda la claridad y evidencia, no lo hubiera dudado André.
Descartes,
pensaba firmemente que estábamos, en manos de Dios y sus antojos y
motivos y la que pensásemos podría estar muy lejos de las
realidades.
Vivía
rodeado de las matemáticas pero el sabía que su exactitud podrían
ser sólo consecuencia de este Dios caprichoso.
La
verdad única que encontraba era que pensaba y dudaba.
-
Andrè, he de decirte que busques la belleza donde quieras
encontrarla, pues allí estará, pues te puedo decir que la única
verdad será que yo estoy dudando que ahí estuviera.
El
jardinera seguía con las tijeras anchas cortando las lineas
irregulares, con la mirada dirigida hacia Descartes, su Señor, pero
perdido totalmente en sus deducciones y conclusiones.
Renè,
el Señor, se levanto sin mediar palabra.
Sabía
la forma y características que debía de tener las verdades, pero
aun intentando y creyéndose ver así ciertas reflexiones, sabía que
esto era una deducción perfecta, un modelo, pero después entraría
su propia apreciación a la hora de aplicarlas, es decir, clasificar
o darle unas características de una verdad absoluta a otros
conceptos, pero seguía sin saber si su asignación de modelo la
tenían los objetos que había mirado como tales. Lo buscaría,
necesitaba más conocimientos similares, o mejor, iguales.
-
Clara y distinta, así debe de ser la verdad dijo en voz alta
mientras se iba.
DARWIN,
JHON Y LOS MONOS ENJAULADOS
Crujiendo
el casco Roble Ingles y temblando en su verticalidad los mástiles de
pino Español, el gran Velero Beagle había salido ya hacia dos años
de Inglaterra con el objetivo de recorrer las costas de Suramericana
primero en un viaje de investigación que daría la vuelta total al
mundo por sus océanos y mares. Jhon era el cocinero y había
conseguido una gran amistad con Charles.
Aquella
mañana, se encontraban viendo una vez más, la salida del sol en la
eslora izquierda del Beagle en su viaje hacia el pacifico, habiendo
pasado el estrecho de Magallanes, en el confín del mundo, cerca de
la tierra de hielo, en el punto más lejano de la Patagonia.
Charles
salía a pasear con su traje de levita azul y disfrutaba mucho de los
vientos frescos y matutinos que levantaban su pelo rizado. Observaba
con atención y su lente los azules amaneceres de aquellos inhóspitos
lugares. Coincidía normalmente con Jhon que con su siempre puesto
delantal, le iba a su encuentro.
-
Señor Darwin, lo he vuelto a hacer. Como me pasa algunas mañanas,
he vuelto a gritar a mis ayudantes y mostrarse violento con algunos
marineros. Me detesto esos días, parezco un mono enjaulado.
Charles
se le quedó mirando fijamente y volvió perder su vista en la
lontanía y soledad del océano. Había estado estudian los pinzones
de las islas del atlántico, había observado la rareza de los
dragones de las islas de estrecho y empezaba a especular sobre la
necesaria adaptación de los animales a su entorno. Susa notas
comenzaban a tomar forma de libro y en el empezaba a plasmar su idea
de la evolución. Justamente aquella noche, en sus sueños
especulativos tuvo la tentación, durante breves instantes de aplicar
estas conclusiones a la especie humana.
-
Pero, qué me cuenta Jhon, ¿que deja de utilizar su razón humana y
actuá de manera impulsiva como lo hacen los animales.?
-
Bueno, tu pregunta es difícil, no sé, sin pensarlo.
Darwin
había leído algo de Hering, fisiólogo de Liebnizg que
estudiaba la relación entre la velocidad respiratoria y el sistema
nervioso. Sabía que había una relación entre el estado corporal,
en este caso matutino de Jhon, y su humor. Ahora bien, la idea de que
fuera el posible reflejo de la evolución del ser humano, le
asustaba.
-
Sí, Señor Darwin, y me siento arrepentido, pues yo no soy así y no
quiero que mis compañeros me vean de tal manera. Por la tarde nunca
me pasa.
Darwin
seguía pensando. Había estudiado a los primates en todos los
zoológicos de Inglaterra que los habían traído de sus colonias
extendidas en todo el mundo, y había visto que no tenían un estado
de humos variable a las horas del día. Aquí si que había una
diferencia clara. Pero sabía que esta reacciones en las cuales las
personas no utilizaban la razón y no estaban en sus cabales eran
tremendamente similares a las de los animales.
- Jhon,
es importante y fundamental controlarse, lúchalo, pero no te
desprecies pues en mayor o menor cuantía a todos nos pasa.
El
estudio de los picos de los pinzones adaptados a la vegetación
propia de cada isla apenas separadas por unas millas pero la
imposibilidad de comunicación por los grandes vientos del océano y
su forma debido a la adaptación al tipo de flores le apasionaba y le
hacia reflexionar sobre qué tipo y hasta donde podían llegar este
tipo de cambios.
-
Pero, Jhon, ¿te pasa constantemente o viene de unas condiciones
especiales? - le dijo mientras acariciaba la suave madera
pulida de tono azulado de la barandilla del casco.
-
Sí, especiales, en cuanto que menos noción de mi mismo tengo, es
decir, tras una noche cansada y la mente aturada, tengo más
dificultad para pensar.
-
¿Será como si dejaras a parte tu razón?
-
Sí, algo así.
-
¿Como los monos que no la utilizan?
-
Bueno, señor, esa broma ya la hago yo.
Rieron
los dos.
Darwin
sería repudiado por la Iglesia Anglosajona si se atrevía establecer
cualquier conexión en la engendración entre el mundo animal y el
ser humano, pero no podía evitar pensar, en las reacciones
inconscientes de los animales, la reacción consecuente nerviosa ante
la aceleración respiratoria de Hewring y los cansinos amaneceres y
de mal humos que inconscientemente tenía Jhon.
El
mar pacífico, cruzado ya hace tiempo por Magallanes, le esperaban.
Era una larga travesía flotando entre las aguas vaciás. La nada era
su población.
En
el movimiento repetitivo y el silencio creado por el grito continuo
de las aguas rompiendo en el casco del barco, le inspiraban y
ordenaban su mente.
Sabía
que había un elemento evolutivo propio en la naturaleza y que podía
haberlo habido en el ser humano, lo que le daba la probabilidad de
encerrar en sí mismo el acto irracional e irreflexivo propio de los
gorilas en celo del África tropical.
Pero
no se atrevía pensar que hubiera alguna dimensión actuante e
irracional propia formadora del ser humano.
El
atardecer se completaba y no quería escribir esta noche a la luz del
candelabro.
-
¡Señor Darwin! - Jhon daba una vuelta revisando las provisiones
antes de irse a dormir ¿qué tal ha pasado la tarde?
-
Bien, bien, mi querido y buen cocinero y déjame que te
diga, que intuyo que en este siglo, a sus finales, alguien
nos explicará de donde vienen estas reacciones que tan poco
controlamos y que tanto nos perturban.
Entre
los graznidos de las gaviotas de las últimas tierras costeras, se
dieron las buenas noches.
LA
BIBLIOTECA ALEJANDRINA Y SU AMOR
La
cultura vive en el silencio y la somnolencia del ambiente, es
su amante. Su lecho siempre está cubierto del blanco y puro mármol
y vive acobijada en la madera. Los libros son su soporte y
Dioses. Allí estaba Estragón en el gran templo de ella.
Se
fue de Atenas cansado de volar entre las ideas abstractas. Pues él
sentía que estaba ubicado en una realidad tangible y material. El
gran maestro, Aristóteles había comenzado el camino, pero su Liceo
estaba insertado en un movimiento que se alejaba de observar el
mundo. Dejó su dirección. Se fue y acabó en Alejandría.
Había llenado la gran biblioteca de todo tipo de artilugios y
materiales mecánicos en todos los tipos de actividades para su
correcta observación material. El materialismo llegó con él y lo
sabía. Dejo su vida y familia en aras del conocimiento verdadero y
real.
Aquella
mañana paseaba con Andresoto. Hijo bastardo del gran rey Ptomeo I,
uno de los generales que se hicieron cargo de una de las partes,
Egipto, del grande y jamás olvidado Alejandro Magno que trató
de escapar del circulo de las aisladas ciudades griegas y extender su
grandeza, la de la cultura Griega, por todo el mundo. El griego
era el idioma por excelencia de aquel que quisiera tenerla.
Desde
lo alto del tercer piso, observan los 900.000 escritos que allí
había. Todo el conocimiento que existía en el mundo estaba delante
de ellos. Estratón emocionado, siempre se extasiaba al contemplarlo.
- Maestro-
dijo Andresoto ¿por qué jamás estudias al inimitable Platón?,
¿Por qué solo investigas los escritos Aristotélicos de filosofía
natural y biología?
- Y
yo te digo, mi noble alumno ¿Por qué hemos de duplicar los
problemas compresivos y explicar dos veces los misterios?. Platón
nos dejó una realidad que interpretar detrás de aquella que intentó
solucionar.
- Pero
¿observando nuestro mundo circundante encontraremos su explicación?
Estratatón
giro su cabeza y contempló la cara inocente del esbelto, bello y
alto joven Andresoto. Sus largos cabellos rubios le ondulabas
mientras recorrían sus esbeltos hombros. Fidias hubiera
disfrutado mucho realizando una escultura de su persona. La belleza –
le dijo aquel día paseando por el ágora de Atenas, no tiene sexo.
- Mira,
inquieto y joven ciudadano, la esencia de las cosas está en la
generalización de sus características. No haces tú aquella acción,
si no que está y es parte integrante del objeto. Aristóteles ya nos
habló de ella, pero siguió atrapado sin salida del alto grado de
abstracción que envolvía los conocimientos. Los primeros físicos,
Tales, Anaximandro o Anaxímenes, por ejemplo, habían decido
observar la realidad pero fue aquel que convirtió a las polis en
maravillas políticas, Sócrates, quien nos alejo de ella.
- Pero
¿y los dioses?, qué papel tienen?
El
rosto del maestro adquirió un gesto grave. Sabía en qué aguas se
introducía al responder a esta pregunta. Lo irracional e
incomprensible era asignad a los caprichos de los Dioses que como los
hombres también lo tenía.
- Lo
podemos explicar todo con nuestro conocimiento. La racionalidad
humana no tiene límites ni fin. La materia responde siempre a unos
principios matemáticos, que no viven, como trataba de hacernos ver
Pitágoras allá, entre los dioses, sino que actúan y están, en
una realidad material que es la que hay que estudiarla. El
conocimiento se encuentra en ella y está en ella. Tenemos a los
esclavos para que realicen todos los trabajos, no debemos de
utilizarla para crear artificios utilizables en el trabajo, pero y te
repito el conocimiento está allí.
Ptolomeo
de Cirena, director de la biblioteca lo pensaba también. Quería
reunir el conocimiento del mundo en el que vivía. Biología,
Zoología, astronomía, matemáticas y todo conocimiento que
huyera de las simples especulaciones que explicasen desde principios
primeros el mundo.
- Maestro,
hay principios ineludibles que provocan una necesaria forma de la
realidad. Platón los encontró y entorno a ellos la construyó.
- Ya
descubrirás que le camino puede ser a la inversa, alumno. De lo
pequeño a lo necesario.
- ¡Cuando!
- Cuando
hayas leído lo suficiente – dijo mientras le regalaba una sonrisa
que un padre le da a su hijo que más quiere.
L
a tarde llegaba con su ritmo cansino. El sol caía dulcemente por
entre el horizonte. Las grandes puestas de la biblioteca se fueron
cerrando mientras los soldados se guardaban en las puertas para
proteger el gran tesoro.
Estratón
se alejaba y cada poco tiempo giraba su cabeza y miraba el siempre
inmenso y esplendido edificio del que estaba enamora como un joven
que ya no era. En la última mirada se pregunto ¿la bajeza y
miseria humana, tomarán su forma más descarnada y harán
desaparecer este tesoro irrepetible?, espero, quiero estar ya
muerto si esto ocurre. Se echó por los hombros su blanca túnica y
continuó su camino
JEAN
PAUL SARTRE, ANDRE Y LA ALEGRIA
-
No, no, déjate de una pura metafísica disfrazada de ética -le
dijo, su compañero de viaje en el tren a Jean Paul
-
Pero amigo, no te hago más que realismo si te afirmo que sólo hay
que existencia - le contestó.
-
Sí, pero ves más allá. Igual me da igual lo que sea, lo mismo me
resulta lo que haga, !lo acepto, lo asumo¡, Estáte, amigo, algo por
encima de las vicisitudes humanas, y sigue su desarrollo como el
trascurso natural del devenir.
El
tren se alejaba del campo de prisioneros. El más poderoso ejercito
alemán los hizo prisioneros y los encarceló hace ya unos 8 meses.
Allí se conocieron y su amistad fraguó. Sartre le gustaba escribir,
pensaba hacerlo y algo había publicado ya. Andrè le motie, nunca lo
pensó. Reflexionaba, especulaba, pensaba pero no tenía ninguna
intención de publicar. Disfrutaba haciéndolo. Éste era su premio.
-
André, ¿no te provoca vacio el no encontrar ninguna entidad
formadora que dé sentido a nuestra vida?
-
No, amigo no, el que así fuese, implicaría un profunda aceptación
de la realidad. Derriba tus pasiones que te atrastran por el mundo
del debería y acepta el es, a las cosas cómo son. Controla tus
sentimientos, maneja tu vida. No es una entidad lejana, no, la
tenemos metida en el bolsillo de la chaqueta. Capta los derroteros
propios del devenir como parte integrante de la vida.
Sartre
lo miraba con los ojos grandemente abiertos y pensamientos de
admiración. Parecíase pensar en nada, para cuando te sorprendía
con una conclusión absolutamente definitoria y definitiva.
Mientras
hablaba se desplazaba un mechón de pelo que le caía ondulante por
entre la frente. Tenía la nariz recta y la boca pequeña. La mirada
era dulce, pero cuando no la fijaba, las arrugas laterales reflejaban
su reflexión y seriedad.
-
Considero - continuó Sartre, el gran fracaso de la humanidad, estas
dos grandes guerras del siglo XX. Creyéndose parte de un grandioso
colectivo, llamado humanidad, hemos caído en una suma heterogenea de
diferentes y mucho entre si, individuos. Me siento perdido Andrè,
¿donde estoy?,¿cual es nuestro sentido?, me siento vacío.
Alzándose
del respaldo de la butaca le dijo Andrè
-
¿por qué?,¿quien te ha dicho que las cosas hayan de ser
diferentes?,¿por qué te angustia si no hay nada más y tienes todo
lo que hay? Acepta lo que hay con inteligencia y fortaleza. Deja de
buscar algo que ni está, que no es más que un sueño inventado, una
imposibillidad que te lleva a los fracasos. De sabios es no sufrir
por aquello que no se puede cambiar.
Camino
iban de Paris, era un día magnifico y bonito de otoño, con cielo
azul, limpio y despejado. Jean pensaba en cómo actuar y poner en
marcha sus inquietudes. Se iba a afiliar en una facción muy moderada
comunista que en Francia estaba creciendo. Había que mirar hacia el
furturo, luchar contra la miseria de la vida e intentar cambiarla.
Andrè
pensaba volver con Paulinne, con la que soñaba todas las noches y
trabajar en la impresora de la editorial para echarse grandes
tertulias entre cervezas al fin de la jornada. Volvería a tener
inolvidables paseos cada día de cada fin de semana por las verdes
dunas de las primeras estribaciones de la cordillera, disfrutando y
pensando simplemente en respirar, en el ahora más absoluto.
ANDRE,
MONTESQUIEU Y EL FUTURO
Montesquieu
paseaba por el salón principal del edificio, con la mirada siempre
fija a delante y los ojos claros y muy abiertos. No apreciaba la
vestimenta de sus congéneres, la que allá, a finales del siglo
XVII, se empezaban a llevar entre la todavía bullente nobleza y
aristocracia Francesa. Se sentía demasiado encarcelado entre los
pliegues de las rectas chaquetas de gruesas capas de tela.
La
Europa en la que se movía estaba ciertamente dominada por el
racionalismo, en el cual, las soluciones eran buscadas absolutas e
independientes y fuera de cualquier puntualización temporal. Él
miraba con envidia el practicismo de la Europa de las islas,
habiéndose leido febrilmente a John Locke.
-
!Montesquieu, mon ami¡ - le llamó un hombre, quizás más mayor,
desde el final de aquella sala, cubierta de mármol blanco con techos
abovedados y mientras se acercaba rápidamente hacia él le dijo ¿qué
le has dicho al Rey? - sonrió, ¿a quien pretendes darle poder?
-
A nadie y lo sabes, Andrè, busco precisamente que nadie lo acumule y
trate los asunto con un control total.
Andrè,
sonrió y siguió su camino, mientras le comentaba que el poder
estaba, está y estará previsto en los futuros, pues el mundo está
bien dibujado, y que las nuevas corrientes que surgen en Europa no se
impondrán nunca. Mantengámonos alejado de lo nuevo - le añadió,
que Usted y yo vivimos muy bien.
-
Sí, vivimos bien, pero tras salir de las nieblas de la ignorancia
¿no ansías algo más para los habitantes de nuestra siempre grande
Francia?
-Sí,
sí, como no, pero recuerda que cualquier cambio es un riesgo.
Nuestra Francia está en un momento de gran esplendor, compitiendo
con los Españoles e Ingleses en el dominio del mundo ¿qué
pretendes?
-
Pretendo que debemos elevar a la raza humana al punto aquel que se
merece, que lleguemos a los lugares de belleza y sabiduría a los que
estamos preparados. El hombre es el centro del Cosmos y como tal hay
que pensar en tratarlo.
-
Montesquieu, tienes una concepción excesivamente buena de los demás
hombres. Has recorrido el mundo, has visto al menos lo que yo, y tras
tantas barbaridades, me extraña que todavía pienses así.
-
Andrè, seamos tolerantes con los pensamientos diferentes a los
nuestros, con las otras religiones, razas, países diferentes. Los
hombres hemos nacido para dominar el mundo desde la más absoluta
comprensión producto de nuestro raciocinio. Estamos preparados para
construir un mundo perfecto y lo primero que tenemos que hacer será
establecer una forma de gobierno que sea útil y funcional
-
Y ¿cual es ésta?
-
La que en el poder esté dividido y no caiga en manos de una sola
persona.
-
¿De qué me hablas?
-
De dividirlo y que cada una de las partes controle a las otras.
Andrè
comenzó a reír. Él todavía no creía en la posibilidad de
solucionar pacíficamente y por medio del orden y la razón las
diferentes situaciones. El poder, pensaba, era de Dios o de los
hombres preparados para ello. Que los individuos, en su generalidad,
eran torpes y sólo una clase preparada y privilegiada podía
sustentarlo. Montesquieu lo miraba con pena y misericordia pues le
traía a la cabeza aquel niño que jamás crecerá ni se realizará.
Pensaba y sabía que en la organización, planificación y
tratamiento de los problemas de manera puntual, estaba la solución.
Despreciaba las grandes doctrinas de la edad media o del renacimiento
que todavía buscaban una solución global donde los hombres no
fuéramos más que piezas de algo más grande que existía.
Practicismo y razón - pensaba y quería él que fuéramos
-
Sabes, Andrè, el poder deberá estar dividido en tres niveles, el
que sustenta el estado, el que realiza las leyes y los que las llevan
a hecho estas. Ahí tienes una posible solución en la organización
correcta del estado - así se lo dijo y mirándole se quedó
Las
risas de Andrè, resonaron por toda la sala - no paraba de reírse,
pero sólo por lo estranbótico que veía en la conversación y no
del contertulio ! Mon deu!
-
Amigo, sabes que te aprecio y te considero, si no el que más, si
unos de los más grandes pensadores Franceses, pero, amigo, olvídate
que en Francia dejemos de vivir bajo el mandato de algún Borbón y
que el poder sea tal y como me lo describes.
Se
despidieron y cada uno se fue por un lado.
Paseando
seguía pensando en cual era la capacidad de los hombres para
construir un mundo correcto, a través de utilización, metódica y
práctica de la razón, pensaba que la ceguez impuesta al concebir al
ser humano pequeño e inútil, debía de caer e iniciarse una primera
ilustración en la visión futura.
-
El hombre es grande - le dijo a la ama de llaves mientras ésta,
compungida, apenas levantaba el mentón.
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