viernes, 13 de enero de 2012

NARRACIONES




ASUNTO CALABAZAS

                Aunque nunca tuve, durante la investigación, ningún tipo de atracción hacia ella, era muy hermosa.
                Caminaba deambulando y meneando, con disimulo pero sin complejos, sus curvas por todo el mercado. Llevaba su puesto de manera muy agradable para los clientes  y, quiero suponer, para ella.
                Nadie puede sospechas sus pensamientos e intenciones –me dije a mi mismo hablando en voz baja.
                Julia Martínez – 0456. Asunto Calabazas-
                Llevaba ya, al menos, tres años siguiéndola e investigándola. Tras una detención de miembros de baja categoría del cartel de Rio bajo Colombiano y su informe enviado comenzamos a investigar el posible reparto de las mercancías en el mercado empaquetadas en, sabrosas todo hay que decirlo, calabazas. Siguiendo el rastro, acabamos en este mercado.
                Su vida, la de Julia, no tenía ningún elemento extraño o sospechoso. La estuve siguiendo. 42 años, trabajo y dueña en le mercado, casa, amigas y risas,  paseos y deporte, no bebía, fumaba marihuana en algunas terrazas, no vivía con nadie y siempre caminaba y actuaba con tranquilidad. Sólo le vi, algún altercado con el dependiente del puesto contiguo. Un hombre arisco y desagradable que apenas tenía mercancía. Poca y mala. Debía, pensaba, vivir en una caja en la calle, para, con ese movimiento en el puesto, pagar el alquiler de la paraeta.
                Si los informes eran correctos,  hoy, vendría Andrés García, un “camellito” a por una gran caja y cantidad de Calabazas. El asunto estaba en que Andrés –alias “tumulto”- nos llevará hasta Alfonso Ramírez. Teníamos todas las conexiones y pruebas para enchironar al “mendas”, un gran proveedor en la costa levantina, pero había que pillarlo con las manos en la masa, es decir, con el cuerpo delictivo, en sus manos y, probablemente,  en su nariz.
                Su estilo apenas cambiaba dentro del mercado. Ropa más vieja pero faldas por encima de las rodillas y ajustadas. No le suponía ninguna dificultad, pues se movía con mucha soltura y se agachaba, doblando las rodillas juntas, sin ningún problema.
Era, en realidad, “presunta” y no “delincuente”, aunque las pruebas nos conducían hasta su puesto. Me caía bien, se la veía feliz y sentía, por qué no y sin estropear mi profesionalidad, pena por ella en el caso de su detención. Tenía gran curiosidad e interés casuístico el descubrir dónde y cómo almacenaba o gastaba el “cash” de los malos negocios.
Tuve que salir de mis pensamientos y alertar mi atención cuando la vi venir directamente hacia mi persona. Labios perfilados, ojos oscuros, melena negra y llena de bucles. Coincidimos en la mirada, me sonrió. Fue una decima de segundo, al ser una sonrisa de cortesía. A pesar del mucho tiempo siguiéndola jamás estuve tan cerca. Volvió con unas bolsas de hielo. Pasé totalmente desapercibido tras ocultarme. El trabajo es el trabajo.
A través de mi auricular comenzaron: “sospechoso Andrés García entrando por la puerta de las Vigas”. Cada uno ocupamos nuestro puesto. La puerta 3 y 4 me correspondían. Veía de lateral el puesto de Julia. Hoy llevaba un traje azul oscuro con un estampado de flores azulonas también. Sonreía como siempre. Si, era bonita y agradable. Sentí pena, mucha pena y no paré de pensar que le había llevado a traficar con cocaína. Despachaba justo encima del auto del delito, las calabazas.
Ya veía a Andrés. Bajito y corpulento. El gusto pertenece a cada uno, pero el estilo no y éste, no lo tenía. El enfiló el pasillo central que le llevaría directo al puesto de mi más querida, con diferencia, sospechosa.  Giró. Un puesto, Antonia, verduras, dos puestos, Antonio, verduras y fruta. Disimulando avanzó entre ellos ojeando la mercancía. Al fin llegó al puesto número tres. Julia, verduras y sonrisas –me dije. Paró justo enfrente de de su puesto, la miro, la sonrió. Ella le devolvió la sonrisa y le preguntó, pues así le leí en los labios –“bueno, ¿qué?-. Tumulto, giró la cabeza y continuó andando. Miré con atención. El resto del mercado desapareció a mí alrededor. Dibuje una sonrisa con mis labios. Paró en el cuarto puesto, el del “perro pulgoso” – pues a fe que así lo parecía- y le miró fijamente. Era el peor delincuente que jamás había visto pues su cara de temor y culpabilidad cuando le daba aquella caja de calabazas, debía de valer para enchironarlo.
Su persecución fue agradable. El vientecito de la alegría soplaba en mi cara tras ver que no era Julia la conexión y que su positivismo y felicidad no eran fingidos, quizás impuestos por su carácter pero no actuaba. Seguimos, todo el equipo a casa de Alfonso Rodríguez y allí los detuvimos. El juicio fue rápido. Andrés, el pobre camello, cinco años de cárcel por “intento de venta de la mercancía”, y al gran hijo de puta Alfonso Rodríguez, que, con un, todo hay que decirlo, magnífico abogado, salió, por falta de antecedentes y aludiendo ser simplemente el consumidor, con una gran multa y antecedentes para andarse con cuidado. Para todos los “tiranapias”, “limpialineas” y demás consumidores de la costa, fue una gran noticia. Seguirían teniendo “tema” y material, Rodriguez`s.

                                                               .

El día, sábado mañana, había salido nublado y con mi abrigo me dirigí hacia el mercado. Por fin dejaba de trabajar en aquel. Julia llevaba una chaquetita blanca y un pequeño gorrito de tela del mismo color. Con lo cual su pelo  negro brillaba más.  En frente de ella, pude apreciar que era más alta. Era delgada y hermosa.
-“¿Cuánto vale el kilo de calabazas?” –no recuerdo cuanto me dijo y yo rápidamente le pregunté
-“¿Usted va a la terraza del “Gallo peleón?”- Me contesto que si, y haciéndome el despistado, le insistí en algunas coincidencias que no teníamos y que yo hacía suponer.
Aquella tarde quedamos en el Gallo peleón y bebiendo cerveza  intimidamos y  volvimos a quedar.
El mundo es, sin duda y de hecho, una tómbola.
No hay coincidencia alguna que no se pueda dar.
Si salimos de las falsas probabilidades y hablamos de los individuos y acciones particulares, todo es posible. No hablamos de un millón de Julias y de cien mil policías. Éramos sólo ella y yo y el asunto fermento correctamente y pasó afrutadamente para mí.
Sentí tanta emoción cuando vi a “tumulto” pasar de largo y me dio tal alegría que arrastrándome por ella y con una gran irresponsabilidades , conseguí su libertad. Mientras el “capo” esté suelto como estaba, no hay justicia posible en el resto de pringados.
               

LA BARBACOA

A la par que la verdad moría en el valle verde de mis sueños, la mentira florecía en el cauce del rio seco de la realidad.
 Así pues actué, compré un par de longanizas, dos chorizos,  una bella pareja de chuletas y cogí, como combustible, mis inquietudes.
                El atardecer era largo y tranquilo. En aquel lugar, planito y alejado, y asegurándome de estar muy solo monté, la barbacoa. “Mis dos longanizas de Requena, ¡Bien!”- me dije mientras las colocaba. Encendí el mechero y empecé a quemar el combustible
                Decía a voz alta:
-          Ontología, lógica, física, astronomía, la colección entera de la metafísica de Aristóteles,  el gran filosofo..¡al fuego!   - La cultura y mi juventud morían entre las llamas. Apenas frió el mundano y carnoso fiambre.
No me pesaban las manos cuando lancé entre las llamas de aristotelismo el Summun de Santo Tomas.
-          ¡Las cinco vías para llegar a Dios que nos construiste!, haz las carnes de la vida.- Tras su incineración las llonguis seguían sin hacer.
                El olorcito de la carne era todavía muy tentativo. “¡ahy¡ a este pobre perro no le pongas las longanizas en su morro” – me comentó, en tono jocoso, algún amigo en otro lugar.
                Necesitaba mucho combustible.
                Fenomenología del espíritu, Hegel, la máxima explicación racional de la realidad“ a montón” con Nietzsche, con todo Nietzsche, su vitalismo e irracionalidad. ¡Un brebaje explosivo!, ¡dinamita! “voy a socarrar la cena” – dije convencido, justo antes de ver con la cara y el espíritu alelados como un libro se quemaba encima del otro, en una pobre dialéctica humeante.
                Comencé a recoger el fiambre – “la comida actual, ya sólo se puede hacer en la vitrocerámica y con sartenes de inducción” mi dije, mientras maldecía, consecuentemente a todos los dioses que movían el destino de Ulises con la punta de sus dedos.
                Aún me quedaba una caja de cultura.
                Las lejanas estrellas en el  horizonte, actuaron como interlocutor mientras amontonaba  ordenadamente los libros…” dos mil setecientos años de historia, de pensamientos, de inquietudes, de especulaciones, de sueños, de sentimientos, de dogmas, de dudas, de soluciones, de imposibilidades, de triunfo y derrota iban a caer bajo la mísera llama de un mechero” que tremenda ironía – pensé, que tan poco se come a tanto.
                “La verdad muere en el valle de mis sueños”- me dije de nuevo.
Era una pila alta y la hoguera duró un rato. Las llamas daban calorcito e iluminaron con un color muy bonito sus al rededores. Pero fue corto. El papel escrito no da para más. Imagino que sería la alucinación momentánea del hecho y humo, cuando me pareció ver dibujar entre las pequeñas nubes de la hoguera un diablito con cara de satisfacción.
Bueno, para que mentir, me volví más ligero de equipaje.
Estaba llegando a casa. Paré en el primer semáforo. A mi lado llegó un “buga” precioso, abrió la puerta una mujer realmente sensual y se dirigió a una mesa en la cual había una, imagino, amiga suya bebiéndose una maravillosa Heineken. “chuletas, chorizos y longanizas”, me dije soltando una larga, profunda y sincera carcajada.
Metí la llave en la cerradura del portal.
Seguía sin saber  si la solución es “una buena torrá” o había cavado algo más el nicho de mi tumba.

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