No sé el número -pero sí que se dan, aquellas ocasiones en las que pensamos- que reflexionamos y nos encontramos totalmente convencidos de una acción o hecho a realizar o suprimir, acción que consideramos beneficiosa en el orden que sea a nuestra persona y, entonces, al encontrarnos en susodicha ocasión de realizamos aquello que habíamos concluido como decisión correcta y necesaria, no la tomamos.
Cuando nos encontramos en el trance de una decisión aparentemente ya tomado, en bastantes ocasiones es un si lo que era un no y viceversa.
La conclusión y explicación del proceso consiste en la admisión de la formación bicéfala constitutiva, es decir, el espíritu y la mente.
Cuando el espíritu mantiene en silencio a la mente, se impone al torrente de pensamientos de todo tipo y posición respecto al asunto, siendo el propio espíritu el que los selecciona, entonces, con facilidad, estudia y opta por lo oportuno y conveniente.
Pero en los momentos cotidianos nos encontramos totalmente sumergidos en el pensamiento operativo, y la mente trabaja directamente desde los deseos, intenciones y objetivos puntuales, y mal calibra las consecuencias.
Tenemos elementos mentales que nos relacionan con el mundo circundante y nos llevan por donde quieren.
El espíritu, viene demostrada por su aparición cuando la ración pura operativa, permanece silenciada.
Tenemos un espíritu con la capacidad de decidir e imponer. El razonar automáticamente en las circunstancias que nos rodean nos quita libertad de decisión y se impone.
La lógica, es la fría dama que actúa sin sentir, y no olvidemos que las emociones y sentimientos son parte constitutiva de nuestra esencia.
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