Cuando, equivocadamente, veo la inutilidad de la filosofía
como ciencia en sí, cuanta explicación
encuentro en aquellos que empezaron a tratarla o, mejor a practicarla.
Haciendo alusiones etimológicas, que no voy a desarrollar
por mi aficionado conocimiento, la filosofía era entendida como el arte del razonamiento,
como la ciencia del pensamiento en sí y
por sí.
En mis primeros estudios, no quise entenderla como tal,
soñaba como viaje resolutivo, como medio de unión, como camino correcto y hoy,
hay días en los que rehuyó esta definición. Sin embargo, una vez acabados los
estudios y en días como hoy, aprecio totalmente la inutilidad de sus frutos
materiales, admiro y disfruto con su práctica y me hago consciente de su única
utilidad como ciencia resolutiva en los modos del pensamiento. Entiendo sus
razonamientos, comprendo sus pasos, llego a sus conclusiones desde sus puntos
de partida y tras el disfrute me digo la inutilidad que se tiene con el fruto
de su pensamiento.
Sólo le encuentro la validez ya dicha, en cuanto que te
ayuda a enfrentarte a situaciones en las cuales haya diversos elementos
relacionados y debas de obtener una estructura formativa en ellos. Te lleva a
estructurar tu pensamiento, y a jugar con términos abstractos de modo,
sustancia o relación.
Pero y sin embargo, y digamos, ¡qué poca utilidad
resolutiva en el ontológica del estudio del ser!
Me esfuerzo en salir del rechazo actual en el cual se instala al pensamiento en sí y
por sí. Sólo entendemos utilizarlo con una utilidad práctica. Es más, resulta
una afición ridícula, apartada y mal vista aquel que disfruta dándole cobijo conceptual
a aquellas cuestiones que no tienen una base material.
Intento imaginarme un grupo de ilustrados del siglo
XVIII, ya sea Racionalistas o Empiristas reunidos en una tertulia, entonces en
algún local y ahora en algún café. Inimaginable. Trato de evocar los paseos de
los maestros griegos con sus alumnos debatiendo sobre el lugar del conocimiento
y cuando trata de colocarlos en loa actualidad , se difuminan mis pensamientos
y llego a la locura del ridículo.
Según lo atrapado en los lugares actuales o empujado en
las circunstancias, el arte del pensamiento se desprecia.
Aquella
característica que nos define, nos cataloga y nos da el sentido de seres
humanos, es decir, el pensamiento sólo y en si, está totalmente desvirtualizado,
desprestigiado y abandonado.
Cuantas
contradicciones, fruto de mi corazón y mi razón hablando juntas. Recuerdo a
aquel que habló que la razón, en ocasiones, no comprendía a su corazón.
Maldigo y crítico mis amores o niego su utilidad a lo que
a algunos le dan la vida. Defiendo su validez pero el rechazo sufrido, ella, me
lleva a su inutilidad.
Es el escrito de los sinsabores. Es el escrito de la
contradicción.
Me digo y me hablo de la inutilidad en cuanto que la veo
como camino y elemento resolutivo de la construcción del mundo.
Y como final, os diré que estas letras están más cerca de
ser una carta de amor que de un razonamiento ligado de manera u otra con la
filosofía.
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