Makenaton
caminaba erguido, altivo y satisfecho.
Sus
ojos reflejaban el orgullo de su mayor posesión, la tumba de un
Dios, al que su pueblo aclama y alaba. Y éste era él, siempre por
el camino realizado caminando al lado de Ra, su Dios, en búsqueda de
la vida tras mundana que Osiris, juez ante la vida eterna, se la
otorgaría por las ofrendas constantes que le hacía todos los años
de su vida.
Su
vida había sido una larga historia de batallas triunfales contra
todos aquellos que se acercaban a las fronteras de su imperio.
De
la áfrica subsahariana nadie llegaba a sus tierras, siquiera a la
parte alta del Nilo.
En
el mediterráneo los Fenicios no osaron llevar sus naves hacia los
islotes de los canales que el gran río, bendición divina, formaba
en los meandros de su desembocadura.
Su
ejercito se encontraba en la frontera de la península del Sinai, a
la vera de las costas orientales del mar rojo. Los Persas y Asirios
no levantaban la cabeza más que para verlos, atemorizarse y
permanecer alejados.
Y
sería uno mas, y desde la plenitud de la vida allá, disfrutaría de
su existencia eterna encandilado ante la belleza y fecundidad de
quien nutria al pueblo egipcio con el Nilo que salia de sus manos, es
decir viviría contemplando a Isis.
Entre
estos pensamientos y paseando entre grandes antorchas de liza que
iluminaban aquella enorme sala de piedra triangular, alzó la vista y
sonrió. Allí sería el lugar desde donde realizaría el viaje a su
futuro hogar. Estaba caminando con su primer ministro por el interior
de una pirámide que había estado construyéndola 20 años y que era
visible desde tres días de marcha a camello. La sala interior, donde
iría su cofre de oro era inmensa.
-
Mi Dios – le preguntó Atertico, ¿cuantas mujeres quieres que te
acompañen en el viaje?
Giró
la cabeza y pensativo le dijo
-
Vendrán en mi viaje 30 vírgenes Itues, 20 sacerdotes, dos escribas,
dos cocineros, músicos, tres carros de oro, arte, vino, trigo y arte
para mis ya entonces, compañeros que serán, es decir los Dioses que
tanto les oramos y respetamos.
-
Si mi Dios.
Atertico
le miraba con calma y con pausa. Era alto, inteligente, mayor y
tenenía el don de actuar sólo cuando tocaba. Aquel era el día. Mi
Dios, ¿por qué cree que Osiris os lleva sólo a algunos a sus vera
y posesiones?
Makeatón
paró, subió su mano hasta el mentón y dijo con calma.
-
Cuando los hermanos Isis y Osiris se unieron en matrimonio, mi
llegada y mis triunfos ya estaban escritos y sabidos. Los hombres no
tenemos voluntad de decidir sobre lo que debe de ser, pues ya está
decidido.
Habían
siete pisos de altura a los cuales le correspondían un número de
Dioses correspondientes hasta llegar a Amun, padre de la creación,
en la parte alta del triangulo, inmenso, oscuro y frio que sería su
tumba, es decir, el camino hacia la eternidad.
Recorrieron
el camino de vuelta y el calor y la luz fueron retornando poco a
poco.
Al
llegar al exterior miro el desierto sin fin y el largo lecho, que
nunca empezaba y jamas terminaba del gran río. Desde la altura de la
pirámide hincho con fuerza sus pulmones. Todo era inmenso como su
poder, pensaba.
Su
corte iba con él, acompañándole, bailando, protegiéndolo del sol
y de sus enemigos, y cargada de alimentos y fruta.
Pero
allí a lo lejos había un hombre sentado arriba de una duna mirando
un pequeño palito que había clavado en el suelo. Media su sombra y
miraba constantemente a la pirámide. Tenía un rollo de piel de
cabra sobre el que tomaba sus datos.
Al
verlo hacer eses extrañas observaciones y permanecer tan absorto y
lejano a la presencia de su persona, el hombre semidivino, destinado
a serlo en su camino a la vida eterna. Con una señal, los suntuosos
y barrocos camellos pusieron camino hacia esta persona.
Llegaron
por la espalda de Tales y éste salto al oír los tambores.
Se
puso delante el orador del faraón, aquel que trasmitía las palabras
del Dios a todos los mundanos no iniciados y le pregunto
-
De donde eres, que haces, como te llamas – le dijo, casi sin ningún
tipo de entonación.
Con
señas le dijo el traductor que entendía el lenguaje hablado por los
Jónicos y le dijo.
-
Me llamo Tales, soy de Mileto y estoy midiendo la altura de su
pirámide.
El
faraón se alzó con furia. Era inteligente y había luchado muchos
años en las costas del mar mediterráneo en el Asia menor y conocía
el lenguaje de aquellos habitantes.
-
¿Te has atrevido a realizar cualquier acción sobre mi nave del
tiempo? - !Atraparlo¡
-
Nuestro Dios, hay un acuerdo con el pueblo griego al que pertenezco,
en observar vuestras construcciones a cambio de los avances que
podemos trasmitiros para vuestras obras.
Makenatón
volvió a sentarse.
Éste
mismo sabio les había calculado el tiempo necesario para el
trasporte de sus tropas hasta el mismísimo Tigris. No recordaba su
cara, pero, ahora si, su nombre y sus actos. Sin duda le había
ayudado y prestado sus servicios.
-Y,
mortal, contemplando la maravilla ¿has conseguido algún fruto para
tu persona?
-Si,
mi Dios inmortal, ya sé la altura de esta obra solo propia de
Dioses.
La
mirada de Makenatón se perdió en la incomprensión. ¿Desde allí?,
¿sin subir?, ¿sin bajar?
-¿Cómo?,pobre
mortal
-Hay
un momento en el cual la sombra del palo es igual a la altura de éste
y es en ese momento cuando mido la distancia de la sombra de su tumba
y calculo su altura.
Los
ojos del faraón estaban abiertos como platos y entonces le preguntó
-¿Cuanto
sube hacia mi futura tierra?
-Trescientos
viente codos.
Makenatón
permaneció sentado pensando algunos minutos. Cuando él no
preguntaba, todo el mundo debía de callarse y sólo al ruido de
alguna rama que elevaba el vuelo sobre las arenas del desierto en
aquel tórrido día, se atrevió a susurrar algún sonido.
-Tales,
mortal, el mundo no tiene mas forma que la voluntad de los dioses. No
tendrás jamás, ni tú, ni los demás griegos esa capacidad que
buscáis de conocer y dominar la divina realidad. Siento pena y
misericordia de veros arrastraros por el mundo físico.
-¿Crees
en comprendedlo?
-Mi
Dios, aplicando nuestra capacidad de pensar podemos al menos
intervenir en pequeñas ocasiones en nuestro destino.
-
No, no. Pero le hablaré a Amon de tu respeto hacia mi persona y le
pediré misericordia para tu persona.
Apunto
estuvo Tales de decírselo, pero mirando el suelo del desierto intuyó
como el faraón y su corte fueron poco a poco desapareciendo. Las
había medido y sabía lo que ellos no sabían. La pirámide de Keops
era más alta y no la suya que así lo creía. Esto, para aquel que
tanto le hablaba del destino y los Dioses hubiera sido terrible.
Los
griegos querían comprender este mundo y los egipcios que los
mecieran en el otro.