Salió, haciendo predicción a la partida de hoy, un día nublado y oscuro.
Iban a empezar a realizar tramas, a trasmitirse toda la información, a trabajar cada uno con 17 cartas.
La temperatura d local era la misma que mantienen durante todo l año. Todo el último piso no era más que una máquina gigantesca para mantener a 23 grados los miles de metros cúbicos del hotel, habiendo fuera un temperatura de 40. Hoy apenas trabajaban y el silencio era máximo.
Andrés había, como siempre, dormido bien. Tumbado en su cama, antes de dormir, se había reconfortado en su intuición y con las ganas de ponerla en práctica.
Ana, tardó algo más en dormirse, pues le gustaba repasar, una vez escritos a posteriori, lo cálculos que había hecho, con los números bailando entre sus pensamientos y sin lugar donde escribirlos. Tardó más, pero durmió bien. Era una autentica profesional.
Pedro, sí que tenía cara de cansado. Era su dinero el que se movía y la mitad de los beneficios que hubieran. Confiaba en sus compañeros y más tras ver sus semblantes al sentarse a la mesa.
Señora, ehhhh, ¿cómo se llamaba?
Ana – le dijo seriamente mientras maldecía las “gilipolleces”, se decía de Andrés. Los Árabes, sonreía con condescendencia, ante el trato “delicado”, hacía la mujer. Ana lo miró, uno a uno, con los ojos y las pupilas hieráticas, ante los que estos fueron escondiend las sonrisas.
Las cartas comenzaron a deslizarse, con soltura y suavidad por la mesa, de marmol banco, suave y fino, como la piel de un bebe. Con un pequeño impulso a travesaban la mesa de un lado al otro contrario al que repartía.
Con la información comenzaron a ganar, repartidas las vitorias de mano entre los tres y combinádolas con victrias de los Árabes, cuyos rostros y caras comenzaron a cambiar, no por el dinero, sino porque no les gustaba perder.
En el último tercio de la partida llegó la jugada definitiva de ella.
20.000e ya estaban encima de la mesa y el primer Arabe, que había repartido subió la apuesta 50.000 más. Uno a uno de sus compratiotas la fueron igualando.
Tenía al descubierto, el primero, un Once y un As, el segundo Árabe, dos As y un dos, y el tercero dos ocho.
Ana, con la posición de los dedos en la carta les decía, vámosnos.
Andrés no tenía nada e igualó también la apuesta, Pedro, dudaba, no sabía que hacer, pues Andrés le decía que fuera, que apostase todo lo que le quedaba para que acabasen con victoria pues, como regla establecida, la cualquier partida se acaba, aquel día en que que alguno se quedara sin fondos. Ahora bien, para entrar al día siguiente, debía ser con la cantidad estipulada para entras.
Todos habían ya apostado y quedaba nomás que Ana la cual, miraba, tratando de poner la expresión de no conocerse de nada, a Andrés diciéndole, entre sus pensamientos y con la esperanza que le oyera, !cuan cabezón que eres!, las posibilidades eran mínimas. El primero que había subido la apuesta, debía de haberlo hecho pues aun con los dos ases al descubierto del otro, no tendría Pocker, pues el tendría los otros dos y además el nueve que acompañaba al as era el único que había sido jugado hasta entonces. Había unas grandes posibilidades de que tuviera un full de nueves, tres, Ases.
Jugaba con el engaño del full superior.
Ana tenía un full, tres ochos y dos doces. Era una buena jugada, pero habían 200.000euros sobre la mesa y las posibilidades eran mínimas - !porqué habrá apostado Andrés cuando le ha dicho que no!
Los segundos se hacían eternos y Ana y Andrés parecíase que tuvieran una discusión, entre, y con las miradas de, una pareja de enamorados más que en una partida con tanto cash. Frios y tranquilos estaban. Pedro estaba perdido entre los dos y a él se que le caía, oculto, pero el sudor por el pecho.
Andrés había visto como pusó la última apuesta de aquella mano y lo había hecho igual que el último farol. Nunca se le escapaba ningún pequeño detalle. Apretaba, con fuerza la esquina inferior izquierda diciendo, como seña, que igualara al menos la apuesta.
Si hubiera sido su dinero, no lo hubiese hecho y además, seguía convencida, que este hombre que tanto la mareaba y al que más quería estaba tocado por un Hada.
Andrés la miraba y le trataba de decirle que las matemáticas no valían para explicar el comportamiento de las personas.
Ana puso las manos en forma de cuenco y arrastró la apuesta hacia el centro de la mesa, jurándose, que sin el Hada, no entraría más en su cama.
Pero no, ésta seguía moviendo sus alitas sobre la cabeza de Andrés y el descubrir las cartas, unas, entonces y allí, miseras dobles parejas, no pudieron con el débil full de Ana.
A Pedro le costó mucho disimular su alegría y poner cara de decepción por la supuesta perdida.
Ana y Andrés, habían sacado a todo trapo su diferente concepción de la vida y se acabó la partida entre sus miradas de extrañeza.
Los, muy nobles y homrados Arabes, se fueron algo dolidos, pues sucumbir ante una mujer, en su cultura era muy mal llevado.
Se despidieron en la puerta después de cambiar las fichas por billetes e ingesarlos en su cuenta a través del banco situado en el primer piso.
Ana y Andrés maldicieron no poderse pedirse explicaciones, pero aquella noche y entre las sabanas, juntos, de la misma cama.
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