El problema no estriba en la aparente ignorancia del pueblo, sino que viene provocado por la maldad propia de las fuerzas actuantes a nivel social.
El mal no viene por ver como un dulce conejito a un gran dragón terrible, sino por aquellos que disfrazan al animal con sus mentiras.
Tenemos el error, en ocasiones, de atacar la inocencia, en alusión a la facilidad de engaño del pueblo, cuando este hecho, de nuestra capacidad para entender la realidad, tal y como la vemos, es un hecho natural, formador y absolutamente aséptico a nivel ético y cognoscitivo.
Nada puede hacer la persona ante el engaño de los dirigentes, pero no por nuestra ignorancia ni por nuestra incapacidad, sino porque son las malversadores los que aprovechan nuestra primera constitución esencial.
No vemos el engaño primero en un congénere, sino que lo tratamos desde la igualdad.
Esto no es ignorancia, sino un signo de grandeza espiritual y colectiva.
Los primeros principios que llevan a la unión entre las personas, estriban en nuestra capacidad de confianza.
Me revelo ante la clasificación de ignorante, como individuo y como colectivo, siendo no más que engañado por la maldad del contertulio.
Hacer el mal y engañar, son dos movimientos fáciles, pero no por nuestra ignorancia, sino por la maldad constitutiva de algunos.
No podemos querer formar una sociedad elitista y clasista ante los problemas de comprensión por las artimanias de aquellos que quieren engañarnos, sino que mantengamos la paz, concordancia y confianza encarcelando, apartando y discriminando a aquellos que traten de engañar a la sociedad.
Las personas no son tontas, lo que hay son cuervos que tratan de engañarnos.
Y esto ni es lo mismo, ni es igual.
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