martes, 26 de junio de 2012

EL ASUNTO CALABAZAS


I

No era la primera vez que me acercaba a aquella zona, y por diferentes motivos, pero siempre relacionados de una forma u otra con el trafico de drogas. Cuando no era hachís marroquí, era cocaína colombiana. Mucho tráfico entraba por Valencia.
Incluida esta sospechosa, que aquello era entonces, había seguido, vigilado y detenido a todo tipo de personas. Ellos y ellas, pordioseros o con mucha pasta. Esta, quizás tuviera algo especial.
Aunque nunca tuve, durante la investigación, ningún tipo de atracción hacia ella, era  hermosa.
Caminaba deambulando y meneando, con disimulo pero sin complejos, sus curvas por todo el mercado. Llevaba su puesto de manera muy agradable para los clientes  y, quiero suponer, para ella.
Nadie puede sospechas sus pensamientos e intenciones –me dije a mi mismo hablando en voz baja. Donde menos te lo esperas, está y donde más debía, no había aparecido nunca. Este era el mundo de la investigación policial.
El informe que nos pasaron, estudiamos y sobre el que preparamos la acción se dio bajo el nombre textual de: Julia Martínez, mercado de Russafa – 0456. Asunto Calabazas-

II

Llevaba ya, al menos, un año y medio siguiéndola e investigándola. Tras una detención de miembros de baja categoría del cartel de Rio bajo Colombiano y su informe enviado a la policía española, inmediatamente comenzamos a investigar, tras los datos dados por los agentes colombianos, el posible reparto de las mercancías en el mercado empaquetadas en, sabrosas todo hay que decirlo, calabazas. Siguiendo el rastro, acabamos en el puesto de Julia. Era un puesto de verduras, ordenado con arte y dedicación. Es más, llegué a pensar que la colocación de los colores era la causa de orden que guiaba su decoración.
Su vida, la de Julia, no tenía ningún elemento extraño o sospechoso. La normalidad en el comportamiento era el hecho habitual. La estuve siguiendo. Cuarenta y dos  años, trabajo y dueña en el mercado, casa, amigas y risas,  paseos y deporte, no bebía, fumaba marihuana en algunas terrazas, no vivía con nadie, parecía que no tenía ninguna relación y siempre caminaba y actuaba con tranquilidad. Se reunía con sus amigas, imaginamos por el ambiente relajado y de fiesta, todos los Jueves por la noche. Era bonita su sonrisa y realmente la exhibía con generosidad. Sólo le vi, algún altercado con el dependiente del puesto contiguo. Un hombre arisco y desagradable, tanto por sus movimientos, gestos y tono de voz, sin hablar de su higiene personal. Aun que nunca lo tuve cerca, intuyo que su boca expedía olores desagradables, vamos, que el aliento la debía de oler a rosas. Apenas tenía mercancía. Poca y mala. De mal aspecto y mas que arreglada, estaba amontonada por el puesto. Aquí y allá. Los hijos indominables de mi vecina tenían el cuarto más ordenado. Debía, pensaba, vivir en una caja en la calle, para, con ese movimiento en el puesto, pagar el alquiler de la paraeta.
Si los informes eran correctos,  hoy, vendría Andrés García, un “camellito” a por una gran caja y cantidad de Calabazas. El asunto estaba en que Andrés –alias “tumulto”- nos llevaría hasta Alfonso Ramírez. El sospechoso Andrés tenía un historial delictivo bastante amplio, pero debía ser un pobrecito pringado. Los robos eran pequeños hurtos, sin apenas violencia pero muy  barriobajeros y desagradables. Respecto al capo Alfonso Ramírez, el cual si que había estado investigado por asuntos grandes, con un montante importante económico,  actos de violencia y asesinatos. Teníamos todas las conexiones y pruebas para enchironar al “mendas”, un gran proveedor en la costa levantina, pero había que pillarlo con las manos en la masa, es decir, con el cuerpo delictivo, en sus manos y, probablemente,  en su nariz, ya que sabíamos que “cataba” todo lo que pasaba cerca de él. Lo detuviéramos o no su futuro era bastante malo pues, y lo sé por mi experiencia como policía, el camello que consume su propia mercancía acaba perdiéndolo toda y muy consumido.
Llevaba  varios meses ubicado en este mercado con la única y exclusiva misión de vigilar el puesto de Julia. Su estilo apenas cambiaba dentro del mercado que cuando hacía su vida normal. Ropa más vieja pero faldas por encima de las rodillas y ajustadas. Los zapatos siempre los llevaba muy limpios. No le suponía ninguna dificultad, la falda ajustada pues se movía con mucha soltura y se agachaba, doblando las rodillas juntas, sin ningún problema. Era una mujer muy estilizada.
Era, en realidad, “presunta” y no “delincuente”, aunque las pruebas nos conducían hasta su puesto. Trataba, la verdad que con éxito, de céntrame en mi trabajo y  olvidarme de las características de supuesta delincuente. Pero yo, no debía de olvidar las circunstancias que allí me llevaban y debía también actuar de una manera fría calibrando mis actos y acciones. Era indudable que Julia me caía bien, se la veía feliz y sentía, por qué no y sin estropear mi profesionalidad, pena por ella en el caso de su detención. Tenía gran curiosidad e interés casuístico el descubrir dónde y cómo almacenaba o gastaba el “cash” de los malos negocios. Los beneficios son altos, se mueve mucho dinero, aunque igual que Andrés, “el tumulto”, sería probablemente una pequeña, pero guapa, pringadilla que solo se llevaría los restos basura que les daba los jefes.

III

Como cualquier día, salió el sol al amanecer y en fila me fui al mercado. Aun soleado, corría un viento frio que me despertó y me preparo para mi jornada laboral, la cual, y como hacía tiempo que no me pasaba, levantaba cierto interés extra profesional en mi, en el agente Alberto.
Allí estaba. Quizás a treinta metros de su puesto, medio escondido. Pasaba mi atención por todas las esquinas del mercado pero siempre había una o dos miradas a la Srta. Martínez. Tuve que salir de mis pensamientos y alertar mi atención cuando la vi venir directamente hacia mi persona. Labios perfilados, ojos oscuros, melena negra y llena de bucles. Coincidimos en la mirada, me sonrió. Fue una decima de segundo, al ser una sonrisa de cortesía. Pienso que no sé fijo en mí. La discreción es un arte en mi trabajo y apenas le deje verme y tampoco vi casi su sonrisa, la cual, a bien seguro, la hubiera, su sonrisa, disfrutado hasta el final. A pesar del mucho tiempo siguiéndola jamás estuve tan cerca. La cara la tenía limpia y la piel sana. Volvió con unas bolsas de hielo. En el camino de vuelta conversó, como hacía casi siempre con Arturo Adeste, el dueño de la pescadería, al cual habíamos investigado y no tenía ningún elemento sospechoso. Aquel honrado hombre tenía una declaración de renta casi perfecta respecto a la mercancía que vendía. Inaudito pero cierto.                             Pasé totalmente desapercibido tras ocultarme. El trabajo es el trabajo, me dije, y aunque me pese limítate a cumplir con él.
En ese momento y a través de mi auricular comenzaron: “sospechoso Andrés García entrando por la puerta de las Vigas”. La tensión subió hasta mi frente. La tenía muy controlada gracias a la experiencia. Cada uno ocupamos nuestro puesto. La puerta tres y cuatro me correspondían, Javier la siete y ocho y Pedro la cinco y seis. Una pareja de la secreta, compañeros míos, deambulaban en el exterior preparados a acudir allá donde les llamaran. A Julia, la Veía de lateral su puesto. Le quedaban pocas calabazas y con resignación pensé que sería las cargadas con la basura, por su efecto pero no por su calidad, pues probablemente sería cocaína virgen.
Hoy llevaba un traje azul oscuro con un estampado de flores azulonas también. Ya se lo había visto alguna vez. Eran mucho tiempo siguiéndola, observándola y su fondo de armario era normalito. Sonreía como siempre. Alegre con los clientes y compañeros. Si, era bonita y agradable. Sentí pena, mucha pena y no paré de pensar qué le había llevado a traficar con cocaína. El dinero es realmente malo, seductor y vicioso. Despachaba justo encima del auto del delito, las calabazas. Verduras rellenas de estupefacientes.
Ya veía a Andrés. Allí se acercaba. Paseando despacito pero, quizás porque yo lo conocía, de forma sospechosa, atisbando a sus alrededores. Bajito y corpulento, cara ancha y nariz torcida. El gusto pertenece a cada uno, pero el estilo no y éste, no lo tenía. Él enfiló el pasillo principal que pasaba debajo de la pequeña nave central y le llevaría directo al puesto de mi más querida, con diferencia, sospechosa.  Giró. Un puesto, Antonia, verduras “susurro”, dos puestos, Antonio González, verduras y fruta, María, verduras y fruta también. Disimulando avanzó entre ellos ojeando la mercancía. Al fin llegó al puesto número tres. Julia, verduras y sonrisas –me dije. Paró justo enfrente de de su puesto, la miro, la sonrió. Ella le devolvió la sonrisa y le preguntó, pues así le leí en los labios –“bueno, ¿qué le pongo?, señor, desea algo, los tomatitos son de la huerta, de aquí, de Valencia y están deliciosos-. “Tumulto”, hizo caso omiso, giró la cabeza y continuó andando. Miré con atención. El resto del mercado desapareció a mí alrededor. Todo se difumino en aquel lugar y sin llegar a pensarlo pues no había tiempo para dedicarme a especulaciones pero me sentí realmente bien. Pensé que ya no tenía que meter en la nevera mi corazón para detenerla, ni tenía que aguantar una expresión de mentira que no había visto en todos estos meses. Así que dibuje una sonrisa con mis labios y seguí atento y observando. Paró en el quinto puesto, el del “perro pulgoso” – pues a fe que así lo parecía- y le miró fijamente. Era el peor delincuente que jamás había visto pues su cara de temor y culpabilidad cuando le daba aquella caja de calabazas. Sólo con su expresión debía de valer para enchironarlo.
Su persecución fue agradable. Con alegría y satisfacción volaba entre los clientes y transeúntes de este mercado, maravillo, bonito, principios del siglo XX pues así me lo parecía esa mañana este precioso mercado. El vientecito de la alegría soplaba en mi cara tras ver que no era Julia la conexión y que su positivismo y felicidad no eran fingidos, quizás impuestos por su carácter pero no actuaba. Seguimos, todo el equipo hasta casa de Alfonso Rodríguez y allí los detuvimos. Vino una patrulla uniformada, hicimos una pequeña entrada forzosa y levantamos un informe y atestado de lo que vimos, lo que había y quién estaba. El juicio fue rápido. Andrés, el pobre camello, cinco años de cárcel, que con sus antecedente iba a cumplir casi con integridad por “intento de venta de la mercancía” cuando el poco más que nada iba a sacar de esta operación, y al gran hijo de puta Alfonso Rodríguez, que, con un, todo hay que decirlo, magnífico abogado, salió, por falta de antecedentes y aludiendo ser simplemente el consumidor, con una gran multa y antecedentes para andarse con cuidado. Para todos los “tiranapias”, “limpialineas” y demás consumidores de la costa, fue una gran noticia. Seguirían teniendo “tema” y material, Rodriguez`s. Vaya basura de gente, como cambió mi idea de las personas cuando empecé a trabajar aquí. Sin embargo, hoy estaba contento por pensar que Julia no había caído y la ambición la dejó quietecita.
Ahora había llegado el momento más importante de toda la investigación. Me quite las esposas del trabajo y salí a cumplir con mis inquietudes, que con los pensamientos que habían estado jugando.
IV

El día, sábado mañana, había salido nublado. Con mi abrigo, es decir, calentito y feliz me dirigí hacia el mercado. Por fin dejaba de trabajar en aquel y podía pasear sin disimulos. Mi subconsciente hacía que en todos mis conversaciones e intentos de compra me asegurara de que estaban viendo claramente mi cara después de evitarlo durante meses. Julia llevaba una chaquetita blanca y un pequeño gorrito de tela del mismo color. Con lo cual su pelo  negro brillaba más.  Una vez estuve  frente de ella, pude apreciar que era más alta. Era delgada y hermosa.
-“¿Cuánto vale el kilo de calabazas?” –no recuerdo cuanto me dijo y yo rápidamente le pregunté
-“¿Usted va a la terraza del “Gallo peleón?”. Este era el sitio donde todos los jueves iba a pegarse unas risas con sus amigas. A la pregunta, me  contesto que si, y haciéndome el despistado, le insistí en algunas coincidencias que no teníamos y que yo hacía suponer. Me valió, todo sea bien dicho el espionaje directo a la que la había sometido y me ayudo totalmente a establecer alguna conexión valida y útil. Me armé de valor en los días sucesivos y aparecí a comprar verdura, sea cual fuere durante algunos días más.
Mi plan era claro, ir al bar, fingiría cualquier escusa para “tropezarme” con ella, comenzaría a hablarle y buscaría cualquier elemento posible para proponerle una cita.
Realmente me estaba enamorando. Desde la distancia la conocí y me gusto. Desde la distancia la comprendí. Estaba loco por sentarme en la misma mesa que ella y sonreírnos.
Allí estaba, apenas a treinta metros de mí. Decidí acercarme paseando muy despacio hacia ella.
Si, si, qué bonita.
Como un ladrillo caído del cielo, oí la voz de un hombre gritando su nombre detrás de mí. Iba vestido de Capitán de barco. Uniforme azul con botones dorados, zapatos negros y muy limpios también y una gorra, bonita eso sí, blanca. Llevaba colgado en el hombro una gran maleta.
Julia se levanto, se agarró las puntas de su chaqueta y comenzó a correr hacia él. Y pasó a mi lado diciendo
“Juan, cariño, tres meses sin verte”
Este Juan se limito a sonreír y a besarla. Había mucho amor, por una parte y por la otra. Se veía.

V

El mundo es, sin duda y de hecho, una tómbola.
No hay coincidencia alguna que no se pueda dar.
Salgamos de las falsas probabilidades. Estas sólo valen para un estudio de colectivos y no de lo individual. Hablando de los individuos y acciones particulares, todo es posible. Da lo mismo que halla una y mil si sólo actúas tú y no hay lectura posterior sobre la multitud. No hablamos de un millón de Julias y de cien mil policías. Éramos sólo ella y yo.
Sentí  tanta emoción cuando vi a “tumulto” pasar de largo de su puesto. Tenía un caminar doblado y cojeaba débilmente. Entonces si que me fije en este pobrecito y lo vi tal y como era. Un pobre desgraciado.  Los cinco años en la “chirona” nadie se los quitaba y además lo engañaron y dejaron tirado a su suerte sus supuestos, en el juicio, colaboradores y compradores y sus jodidos jefes en la realidad. Mientras el “capo” esté suelto como estaba, no hay justicia posible en el resto de pringados.
Siempre, en todos los ámbitos están los listos, que lo son, los listillos, que son desagradables y los tontos, que ambos dos engañan y se aprovechan.
Sin desamores, el amor no tendría valor. El que nunca pierde, no sabe lo que es ganar. Es el orden propio del desorden.
Ya por la noche llegué a casa tras haberme tomado con el agente Ramírez unas buenas cervezas tras, claro está, terminar nuestra jornada de trabajo. No tardé en volver a sonreír. Estaba un  tanto vacunado contra los desamores y contraventuras personales, además que las cervezas me sentaban realmente bien.
Mi cama permanecía vacía y quise verla, a Julia, esperándome en ella. De pie permanecí algún minuto, hasta que sumido ya en la normalidad que mañana iba a desarrollar, me acosté sin sentirme en deuda con el mundo y descansé y dormí muy bien.
             
                                   

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