Es
indudable que el tono, el tema, la forma y el asunto de aquello que
escribas, depende de tu estado anímico.
Si
está tranquilo, las aventuras y situaciones rocambolescas surgirán
entre tus emociones, tomarán la forma de las palabras y te
embarcarás en un viaje, normalmente sin fin, pero si, por los
grandes océanos de las acciones y circunstancias. El
encuadernista de la editorial, vuelve a su café a charlar y confesar
sus inquietudes. En tercera persona, como espectador
y narrando acontecimientos.
Pero
no siempre es así, y la diferencia se se encapsula en una o dos
partes.
Tienes
el corazón oprimido y perdido por algo que te hicieron y escribes
despacito, con pesadas palabras, sin emoción pero con
mucha necesidad. La desesperación te hace creativo y soñador pues
llena tu boca de cobardes metáforas que no se atreven a
decir la verdad.
Tu
esperanza ha subido, por lo que fuere, y encuentras la figura con la
que soñaste, que podrá tener acción, es decir, actividad,
historia, y a su vez, en ella, puedes poner y escoger tus
pensamientos. Escribes sin complejos ni dudas. Pero esto no es un
acto de inspiración es un trabajo literario.
Hay
momentos y lugares donde juega tu corazón y tu propia y
diferenciada idiosincrasia, te lleva lejos, digamos a la poesía.
Los
ensayos filosóficos que son mi amor, son lo mas difícil.
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