miércoles, 13 de junio de 2012

PERROS


Todo empezó cuando a uno de mis hijos pequeños en un ataque de máxima diversión se lanzó del carrito y empezó a rodar por la acera, sumergido entre más y más sonrisas cada vez. Mi felicidad era grande hasta que fui consciente que para levantarse apoyó las manos cerca de una farola y sobre los restos y colorido del orín de algún bello perrito.
Es un puro ejercicio de inocente inconsciencia que la sola medida de la recogida de forma manual y con bolsitas de excrementos es una solución higiénica correcta.
Lo único que limpia es la conciencia de algunos sujetos en cuestión.
Hay miles de perros, con sus cientos de miles de excrementos y orinas que corrompen, ensucian y contaminan el material, como el metal de las farolas, que no están preparados para absorver y disolver los elementos en estado putrefacto que son.
Como premisa fundamental partamos de la base que amo, quiero y respeto a los animales mucho, sin duda mas allá de la media. Pero y en esto no tengo dudas, hay una inevitable jerarquía en la importancia de las cosas y el uso que hagamos de ellas. Tenemos un orden en el uso y colocación de los valores.
La higiene, es decir la salud, humana está bastante por arriba que el amor a los animales.
Desde la ventana de mi casa (barrio medio en la ciudad de Valencia) se ven todas las farolas y esquinas con una capa ennegrecida de los orines de los perros y a lo largo de la calle dos o tres caquitas.
La contaminación y el desuso anula nuestra capacidad olfativa. De vivir en la ciudad se nos empobrece de ahí que no podamos ser casi conscientes del olor a putrefacción y demás de los ya dichos en repetidas ocasiones, excrementos.
Solución y mas que me duela será o no perros en la ciudad o normas radicales y inflexible bajo grandes multas para que se orine y demás en lugares apropiados. Pero no recomendación, sino orden legal bajo una enorme sanción.
En otro momento y desde mi modestia me hubieran preguntado la solución, muy probablemente hubiese dicho la prohibición de los deliciosos, nobles y magníficos (esto no es ni ironía ni cinismo) perros en la ciudad.
¡Cual palabra mas fea!, ¡prohibición!, ¡mi libertad!, si, pero también pienso que hay que actuar ante la falta de civismo de algunos y algunas, aun que, y para no variar, siempre pagan unos por el mal de otros-

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