Todo empezó cuando a uno
de mis hijos pequeños en un ataque de máxima diversión se lanzó
del carrito y empezó a rodar por la acera, sumergido entre más y más
sonrisas cada vez. Mi felicidad era grande hasta que fui consciente que para levantarse apoyó las manos cerca de una farola y sobre los
restos y colorido del orín de algún bello perrito.
Es un puro ejercicio de
inocente inconsciencia que la sola medida de la recogida de forma
manual y con bolsitas de excrementos es una solución higiénica
correcta.
Lo único que limpia es
la conciencia de algunos sujetos en cuestión.
Hay miles de perros, con
sus cientos de miles de excrementos y orinas que corrompen,
ensucian y contaminan el material, como el metal de las farolas, que
no están preparados para absorver y disolver los elementos en estado
putrefacto que son.
Como premisa fundamental
partamos de la base que amo, quiero y respeto a los animales mucho,
sin duda mas allá de la media. Pero y en esto no tengo dudas, hay
una inevitable jerarquía en la importancia de las cosas y el uso que
hagamos de ellas. Tenemos un orden en el uso y colocación de los
valores.
La higiene, es decir la salud, humana está
bastante por arriba que el amor a los animales.
Desde la ventana de mi
casa (barrio medio en la ciudad de Valencia) se ven todas las
farolas y esquinas con una capa ennegrecida de los orines de los
perros y a lo largo de la calle dos o tres caquitas.
La contaminación y el
desuso anula nuestra capacidad olfativa. De vivir en la ciudad se nos
empobrece de ahí que no podamos ser casi conscientes del olor a
putrefacción y demás de los ya dichos en repetidas ocasiones,
excrementos.
Solución y mas que me
duela será o no perros en la ciudad o normas radicales y inflexible bajo
grandes multas para que se orine y demás en lugares apropiados. Pero
no recomendación, sino orden legal bajo una enorme sanción.
En otro momento y desde mi modestia me hubieran preguntado la solución, muy probablemente hubiese dicho la prohibición de los deliciosos, nobles y magníficos (esto no es ni ironía ni cinismo) perros en la ciudad.
En otro momento y desde mi modestia me hubieran preguntado la solución, muy probablemente hubiese dicho la prohibición de los deliciosos, nobles y magníficos (esto no es ni ironía ni cinismo) perros en la ciudad.
¡Cual palabra mas fea!, ¡prohibición!, ¡mi libertad!, si, pero también pienso que hay que actuar ante la falta de civismo de algunos y algunas, aun que, y para no variar, siempre pagan unos por el mal de otros-
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