Sin duda alguna y para nuestro mal, estamos grandemente enfermos pues padecemos una inmunodeficiencia
social adquirida por el mal uso de la política y otro tipo de poder públicos.
Algún tipo de vacuna o preservativo, en caso de contacto
directo, habría que ponerse antes de iniciar cualquier tipo de relación con
cualquier tipo, también, de entidad social desde el más alto orden jerárquico
principalmente donde el riesgo del contagio del modus operan ti de esas personas,
enferme al susodicho.
Este síndrome de inmunodeficiencia adquirida por el uso y
repetición de la corrupción y abuso, a nivel social, lleva y desemboca produciendo
el desarrollo de la enfermedad como una pasmosa e insultante frialdad ante las
barbaridades y vergüenzas a nivel social, dadas en algunos países, al nivel más
peligroso, es decir, personas, dirigentes y entidades públicas.
La enfermedad es grave. La fiebre sube. La repetición, de
manera impulsiva, sectaria, intencionada de los síntomas son diagnosticados y
atacados sin la más mínima intención constructiva, y no produce, entonces,
sensación de mejora.
Lo que supondría el alcohol sobre la herida con su
desinfección a través del periodismo, se convierte, sino, en un embalsamiento más y un
retraso en la operación a corazón abierto.
Que hablen y
operen los médicos y científicos, letras o ciencias y que no se escondan los
intelectuales, técnicos y sabios detrás de discretas opiniones y dentro de sus
cuartos.
De nada valdría que yo lo intentase, pero aquellos que
tienen el cambio en sus manos y que no pertenecen a ningún partido político, es
decir, que no están o contagiados o son
no enfermeros de estos malitos, que se
dejen de florituras y que salgan de los burladeros.
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