Cada paso que daba hacia el bar
circunvalando el pobre barrio de las afueras de la ciudad me alejaba
más de la desesperación propia de la modernidad.
Lo repetitivo en el error, la
continuación del engaño, me mataban, me hacían cojear en el
camino a ningún sitio. Era en el sucio barrio donde encontraba la
diferencia y el Hachís que la vieja madre del traficante que mataron
en un ajuste de cuentas, me guardaba por la amistad que tuve yo con
él.
Venía recordando la cara de mi jefe,
por un lado, en la cual el dinero había tatuado gritos de muerte que
jamás los iba ya a perder y también la desconsolación de mi
compañero en el despacho que sin peligro económicos, estaba
desesperado pues buscaba siempre un sentido a su vida, navegando
entre mares de la trascendencia y acababa siempre de la mano de los
Dioses llegando a la playa.
La vieja me abrió la puerta. Los ojos
fríos y la sonrisa imperterita me recibieron. Sé que le gustaba
tenerme allí. Era diferente a los que habitaban el barrio, ella era
consciente de mi consciencia de la miseria en la que vivíamos. Nos
alegrábamos de vernos y nos sonreíamos. Era como dos mundos
diferentes, que se deshielan juntos bajo los rayos del sol. Estar con
ella me era como huir de la vulgaridad, de lo repetido, de lo que
encadena, de los que me dijo la amiga de mi amor, en aquel bar donde
las conocí a las dos, cuando me machaca la filosofía estándar. Hastiado estaba de flotar por la mentira de la
realidad huyendo hacia lugares que no existen.
No eran muchos, no, pero con los
gramos que me vendía hubiera tenido que ir, con seguridad, al menos
a dar explicaciones a la comisaria. Cuan poco me importaba y cuan a
gusto me gustaba nadar en la ilegalidad, pero no por beneficio, sino
por esconderme un rato, a veces, de mi propia mirada correctora del
¡qué haces!, que las costumbres, hábitos, ideologías, principios
habían marcado a fuego a lo largo de mis brazos.
No me preguntaba por mis hijos por que
sabía que era lo que más me hacia sufrir ante la miseria del mundo,
no me preguntó por mi mismo pues sabía que yo no sufría pues me
sentía lejos y sólo observaba, no me preguntaba por mi mujer por
que sabía que se fue con otro pues a mi no me interesaba el coche
que a todas sus amigas sí. Me habló de su hijo, pues ademas de
marginación que los dos le dábamos a la vida usual, era nuestro
único tema de conversación.
Sentados en el último rincón de la
vieja casa, allí donde las preguntas sobre la realidad no se
amontonaban en la puerta de mi alma, donde mi espíritu volaba en la
libertad de no sentirse diferente, mediamos y pesábamos los pocos y
humildes gramos que me llevaría. Ella fue, por necesidad, la que
introdujo a su hijo en el trafico. Gano mucho cash, mucho, hasta que
lo mataron.
Pasó tres años buscando a sus
asesinos entre los otros clanes de los barios marginales. Pero no era
una madre que iba a querer con desesperación a la sombra de una
alegría convertida en la realidad de una tristeza y pronto se dedico
a vivir desde la tranquilidad que su hijo le dejó en forma de dinero
y risas.
Tocaba su fuerza, disfrutaba con el
dulzor de su potencia. A sus setenta y dos años ya, hubiera pateado
y sacado por la puerta, si de virtud y valor psíquico habláramos a
muchos de los rompeculos y chupapollas que compartían sonrisas en mi
bufete, que me daba para comer, fumar y conducir y nada absolutamente
nada para mi persona-
Me fui. La melancolía se enrosco en
su mirada pues otra imagen de su “pollito”, de “ese hijo que
fue mi alama” se iba por la puerta, ahora duró sólo tres metros
hasta que yo me giré, le guiñe el ojo, me metí la manos en el
traje y me fui. Todos me conocían y me podía pasear por allí,
vestido con un traje de chaquetas de aquellos que se creen libres y
están atrapados más que ninguno.
Llegué a casa. Desenvolví el asunto.
Lo lié y lo comencé a fumar.
Conseguí volver a mi inmanencia.
Deje de huir hacia unas explicaciones
que me sacaban de lo que hay.
Las realidades virtuales me mareaban y
sólo me sentía bien observando la punta de mis pies descalzos sobre
el sillón, repitiéndome que eso es lo que había.
La reflexión sobre el mundo era muy
útil, constructiva, fructífera, pero me había prometido a mi mismo
que jamás volvería a huir hacia lo que no existía pues me costó
mucho salir de engaño y lo pagué con cosas muy caras.
Non-philosophie -me decía, mientras
llegaba a observar el mar desde el ático que empeñando mi vida
futura había comprado en el mejor sitio de valencia y mi Carmen, mi
ex mujer me permitió quedarme pues el gran, magnifico e
impresionante empresario como regalo de su boda le había doblado con
otro inmueble.
Añoraba más la falta de mentira del
pequeña casa de la verdad donde vivía la vieja que el lujoso
palacio de la mentira donde todos, pero todos, alguna vez tenemos
ganas de instalarnos y vivir.
La mentira, si tienes dinero, es
cómoda, la verdad, siempre, siempre es más difícil.
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