sábado, 9 de julio de 2016

LONDRES, EL CAFE Y FREUD




Bajaban renqueantes por una populosa, pero entonces vacía, calle del centro de Londres. La noche estaba tranquila y fría.
Era, 20 años más joven que él, y tuvo la inmensa suerte, decía, que le pudiese acompañar todas las tardes hacia su casa desde la biblioteca privada del club. Como todos los centroEuropeos, iba bien vestido y sin ningún signo extravagante. Serio, quizás un tanto sobrio, caminaba con el joven a su lado. Marchaba con la cabeza alta y sus ojos mirando al frente. No cabía ninguna duda en su mirada, a pesar de las espinas que tenían sus teorías.
­ - Pero, maestro, - le preguntaba mientras caminaban, ¿cómo voy a ser consciente de algo que actúa sin que mi persona la capte?, ¿no es una pequeña imposibilidad?
Freud sonrió y le miro con compasión diciéndome
­ -Me gusta mucho ver que piensas, Andrés, y déjame que te diga que es ciertamente difícil, por no decirte, imposible, autodiagnosticarte, autoobservarte, de ahí, que  propongo a mis pacientes unos pequeños momentos de reflexión conjunta. Esto lo llamo  psicoanálisis y nos permite ver qué escondidos motivos te mueven. Ser espectador de uno mismo no es posible, pero de otros sí.
­ - Pero, es decir, ¿vivimos presos de unas experiencias pasadas?
­ - Sí, básicamente sí. Tenemos una libertad limitada pues está influida por nuestro subconsciente.
Y así continuaron andando.
Se encontraba muy lejos de su tierra Austriacas pues la tuvo que dejar, y el subconsciente, que tanto manejaba le hacía constantemente malas jugadas y se notaba, en demasía hacia donde iban sus pensamientos y por donde andaban sus creencias.
Y siguieron hablando
-         Es decir – dijo Andrés- ¿nos construimos sin darnos cuenta en todo aquello que nos rodea y, después, nuestra consciencia actúa sobre esta subconsciencia que hemos creado?
-         Sí, joven.
- Entonces, ¿dónde queda nuestra libertad?, continuó, Si quiero que sea mi consciencia quien se imponga a este mar de sensaciones que actúan por la retaguardia y mal forman los caminos, ¿me podrá ser posible?, ¿podemos vencerlo e imponer nuestra consciencia a nuestro subconsciente e impulsos del inconsciente?
- Sí, pero es un duro trabajo de autocontrol – concluyó girando la cabeza y mostrando una mirada que describía la dificultad e importancia del hecho.
Continuaron la conversación tranquilamente, pero sin pausa hasta llegar al café que se encontraba justo debajo de su casa.
Era una pequeña calle peatonal, con unos ladrillos rojizos y pequeñitos en los muros de las casas contiguas, que le daban belleza y singularidad al lugar, situado, además en la zona centro de Londres cerca del Támesis.
Entraron en el café continuando la charla en la misma barra del bar. Siguieron hablando de la psique, del pensamiento, de los impulsos escondidos, de las pasiones sexuales que actúan y otras cuestiones, del misterio y la locura formadora de cada uno, de nuestra base animal e inconsciente, nuestra forma social y adquirida, el subconsciente y la persona, perdida entre sus emociones, que observa todo esto.
Acabó, y tras despedirse, discretamente del barman, Freud cogió su sombrero y se encaminó, despacito a su muy cercana casa.
Los dos, sabían del mundo del pensamiento y su amplia repercusión, que él había abierto con sus libros y estudios hablando y desarrollando esta construcción partida y esta existencia separada de nuestra propia persona.
Camino de vuelta a la casa de Andrés, la niebla subió por las veras del río e invadió todo su paseo de regreso.





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