Bajaban
renqueantes por una populosa, pero entonces vacía, calle del centro de Londres.
La noche estaba tranquila y fría.
Era, 20 años
más joven que él, y tuvo la inmensa suerte, decía, que le pudiese acompañar
todas las tardes hacia su casa desde la biblioteca privada del club. Como todos
los centroEuropeos, iba bien vestido y sin ningún signo extravagante. Serio,
quizás un tanto sobrio, caminaba con el joven a su lado. Marchaba con la cabeza
alta y sus ojos mirando al frente. No cabía ninguna duda en su mirada, a pesar
de las espinas que tenían sus teorías.
- Pero, maestro, - le preguntaba mientras caminaban, ¿cómo voy a ser consciente
de algo que actúa sin que mi persona la capte?, ¿no es una pequeña
imposibilidad?
Freud sonrió y
le miro con compasión diciéndome
-Me gusta mucho ver que piensas, Andrés, y déjame que te diga que es
ciertamente difícil, por no decirte, imposible, autodiagnosticarte,
autoobservarte, de ahí, que propongo a mis pacientes unos pequeños momentos
de reflexión conjunta. Esto lo llamo psicoanálisis y nos permite ver qué
escondidos motivos te mueven. Ser espectador de uno mismo no es posible, pero
de otros sí.
- Pero, es decir, ¿vivimos presos de unas experiencias pasadas?
- Sí, básicamente sí. Tenemos una libertad limitada pues está influida por
nuestro subconsciente.
Y así
continuaron andando.
Se encontraba
muy lejos de su tierra Austriacas pues la tuvo que dejar, y el subconsciente,
que tanto manejaba le hacía constantemente malas jugadas y se notaba, en demasía
hacia donde iban sus pensamientos y por donde andaban sus creencias.
Y siguieron
hablando
-
Es decir – dijo Andrés- ¿nos construimos sin darnos
cuenta en todo aquello que nos rodea y, después, nuestra consciencia actúa
sobre esta subconsciencia que hemos creado?
-
Sí, joven.
-
Entonces, ¿dónde queda nuestra libertad?, continuó, Si quiero que sea mi
consciencia quien se imponga a este mar de sensaciones que actúan por la
retaguardia y mal forman los caminos, ¿me podrá ser posible?, ¿podemos vencerlo
e imponer nuestra consciencia a nuestro subconsciente e impulsos del
inconsciente?
-
Sí, pero es un duro trabajo de autocontrol – concluyó girando la cabeza y
mostrando una mirada que describía la dificultad e importancia del hecho.
Continuaron la
conversación tranquilamente, pero sin pausa hasta llegar al café que se
encontraba justo debajo de su casa.
Era una
pequeña calle peatonal, con unos ladrillos rojizos y pequeñitos en los muros de las casas contiguas, que le daban belleza y
singularidad al lugar, situado, además en la zona
centro de Londres cerca del Támesis.
Entraron en el
café continuando la charla en la misma barra del bar. Siguieron hablando de la
psique, del pensamiento, de los impulsos escondidos, de las pasiones sexuales
que actúan y otras cuestiones, del misterio y la locura formadora de cada uno,
de nuestra base animal e inconsciente, nuestra forma social y adquirida, el
subconsciente y la persona, perdida entre sus emociones, que observa todo esto.
Acabó, y tras
despedirse, discretamente del barman, Freud cogió su sombrero y se encaminó,
despacito a su muy cercana casa.
Los dos,
sabían del mundo del pensamiento y su amplia repercusión, que él había abierto
con sus libros y estudios hablando y desarrollando esta construcción partida y
esta existencia separada de nuestra propia persona.
Camino de
vuelta a la casa de Andrés, la niebla subió por las veras del río e invadió
todo su paseo de regreso.
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