Veo
junto a su reloj unos números grabados
en su piel, y en el giro que estaba haciendo mi cabeza, me detengo, los
observo, y me zozobro en el mareo al descubrir que era el teléfono de blanca.
Arrastrado hacia la sorpresa, quiero que todo sea un sueño que muera en el
olvido. El juez me señala, el jurado me mira, el abogado me pregunta, el tiempo
se para, la estancia gira, y a la par resuenan
en mis oídos las palabras de Andrés, anoche, diciéndome que no la conoció.
Lagrimas de impotencia caen pesadamente sobre el engaño y la mentira.
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