miércoles, 9 de noviembre de 2016

Andrés, Paz y la dulce diferencia.



Se levantó y mirando por la ventana al mar le dijo
-         ¿Y quien me va a juzgar?, ¿y quien va a tener una segunda vida y va a decirme lo correcto o incorrecto de ésta?, ¿Cómo voy a saber cual es la verdadera felicidad?
Mientras hacia estos comentarios abría los brazos mirando por la ventana al mar. Se había levantado en aquel momento  desnudo y recorría el camino hacia los primeros rayos de sol. A contra luz se quedó mirando por la ventana con los brazos en horizontal con sus hombros. Tenia una espalda bonita. Estaba delgado pero muy fibroso,  una musculatura discreta, pero que le dibujaba bellos caminos a lo largo de su espalda . Su cuerpo era rebelde y escapadizo como su alma.
-         ¿Vas a venir tú a decirme que mi felicidad no es correcta?
Paz se acerco hacia Andrés. Desnuda, como él salió de la cama. Sus senos eran discretos e inocentes que andaban acompañados de unos seductores y pecadores muslos siempre andaban apretaditos bajo los vaqueros.
-         Andrés, estarás de acuerdo conmigo en unos mínimos y caminos necesarios y comunes para seguir hacia adelante en un mundo mejor. Debemos de encontrar caminos iguales o al menos  paralelos.
Se apoyó en el cristal de la ventana y comenzó, al menos a sonreír. El sol le recorría todo el cuerpo. Abrió la ventana y salió desnudo al balcón.
-         Me vuelves a hablar de una entelequia, un fin, un propósito desde el punto de ser juzgado a posteriori.
Se giró, se acercó, la cogió de los mofletes y besándola le dijo.
-         La carretera se pierde en el horizonte, el camino desaparece entre los bosques, la senda te lleva demasiado lejos y alto. Me niego a que nadie compare mi vida con nada y peor, me diga donde está la felicidad cuando nadie, cerca de mi, volvió y me habló de lo correcto.
Paz sabía de aquel estado anímico con el que Andrés se levantaba algunos días. Cuando ella quería, era el momento para tener un acto de amor matutino, bajo el sol y con la pasión de la inocencia del amor verdadero. Ella, como mujer, no desplegaba las velas del barco de la vida, cuando el viento de las ideas definitivas cuando zumbaban en la lejanía.
-         Andrés ¿y qué hacemos?, tu elección quieres que no te la ensucien con su vista pero, y los demás ¿acaso eres el único con ganas, conciencia y posibilidad de ser diferente?, ¿acaso quien te ha dicho a ti que eres el diferente? – mientras le hablaba, se acercó hacia Andrés, le abrazó por la espalda y despacito y dulcemente, le besaba.¿ Qué te crees?, ¿Qué nadie se siente como tú?, ¿Qué todos nos consideramos perfectamente inserto en los modos y maneras sociales y nos encontramos agusto cabalgando entre sus lomos?. Quizás el problema estriba en que  pienses tu única visión individual correcta. Quizás todos somos conscientes de nuestra individualidad. Unos la aceptan, otros no y otros la cuentan y la promulgan, como será tu caso.
-         Paz, mi vida – juntaron los dos cuerpos desnudos, mientras el aire fresco y el sol del Otoño en el mediterráneo les acariciaba y les daba dulzura y tranquilidad-, obvío y poco me importa el pensamiento y la concepción de los demás, pues ahí empieza la trampa de dejar de ser lo que eres y convertirte en un frágil juguete en sus manos.
-         Andrés, la vida, te ha llevado a poder ver esta verdad. Con tus pinturas y cuadros, apenas necesitas la autorización de los demás y tu individualidad así se desarrolla. Yo vivo a tu lado y vuelo contigo. Vivimos solos, sólo acompañados por nuestro amor. ¿Y quien nos va a juzgar en la verdad de nuestra vida?, nadie, nadie tiene la posibilidad de hacerlo, pero y te pregunto, ¿si reducimos el grupo y hablamos de tú y yo?, ¿tú puedes juzgar la validez y valor de mis  actos y yo los  tuyos buscando la razón de ser y utilidad de ellos?
Andrés se alejó a la par que Paz lo hacía también. Se quedaron mirándose. Andrés iba y andaba a corazón abierto y esto le hacía diferente. Paz lo sabía y era por lo que más le quería. El mundo nacía en él, y paseaba por el de los demás, volviendo a la cama, junto a Paz, pero solo.
Andrés vivía por Paz. El sabía que sin ella no podría haberse movido y situado en el mundo.
Era sábado y Paz no trabajaba y, entonces, apenas se taparon cómodamente para salir hacia la playa.
Una vez allí, Andrés abrió el caballete, esbozo en el aire los primeros movimientos del pincel, mientras Paz se tumbaba en la arena. Para seducir, Andrés le dijo que se tumbara de lateral sobre la arena y se tapara mínimamente con delgadas trasversales del fino y largo pañuelo que llevada sus partes que más molestaban al publico en general, al surgir el rencor de no poder poseerlas, compartirlas o imitarlas.
Se sonrieron con la máxima complicidad y comenzó a pintar a su alegría y corazón.

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