martes, 22 de noviembre de 2016

...de la música y la razón...



              La entidad ontológica no tiene porqué ser unidad.
              Cuando hay diferentes elementos, que configuran unas circunstancias, realizan, entre todos ellos, la unidad.
              Las personas somos siempre y por definición empírica, material o espiritual, sujetos en formación y proceso. La quietud cae en la propia trampa de ser un paso más en algún momento del camino, en la suma de elementos formadores.
              Un ejemplo ilustrativo y claro, es la música, entendida ésta como sonido, ritmo y mensaje.
-         Pero ¡no te engañes! – decía aquel amigo del otro amigo en la puerta pequeño restaurante donde íbamos a cenar- esas modificaciones sonoras no actúan ni modifican para nada tus estructuras y funcionamientos mentales. Son affeaires sentimentales. No es un elemento más formativo de tu estructura racional – mientras éste me hablaba, sonaba en el coche, del cual había salido, una buena, muy buena música de los 80, y entre sus ritmos asentí sonriendo pensando en la exagerada largura del pensamiento que había hecho. Ahora bien, tras la cena, fuera de los 80 y con una suave música clásica pendulando por el ambiente, y mirándole, volví a perder la conciencia del lugar por algunos instantes, vi como ante la tranquilidad del lugar, el razonamiento variaba.
El ser humano, entendido como ser social y político, tendrá su entidad en la suma de las circunstancias formadores y nunca en absoluto, puro y definido. La música no hace temblar tú corazón. Ésta te desvía o endereza directamente los pensamientos. Confundimos los aparentes estados enajenados producidos por la música, con momentos puntuales, constitutivos y absolutamente fiables de nuestra esencia total.
Tenemos música de todo  tipo y para todos los momentos, todos. No encontraran ninguna actividad a la cual no entrases algún tipo de música para acompañarla. La mente del ser humana no es un elemento propio y funcional, sino un centro de operatividad que actúa directamente sobre la acción y decisión de este.
Hablo de la música, tratando de ilustrar con cercanía la dependencia total del razonamiento con las circunstancias que le rodeen. Los adoctrinamientos son el caso más evidentes del producto, pero que menos incide en el alcance del mismo.
Prueben Ustedes realizar algún tipo de texto escrito aludiendo a temas personales, sentimentales, existenciales, vitales, tratando de razonar con toda corrección sobre ellos, pero, y aquí viene la prueba empírica que tanto necesitamos, escriban sin música unos y sobre otros pónganse música y cambien el tipo, radical, entre un  escrito y otro. En la comparación está la prueba. El cambio no es accidental y contingente, sino esencial y constitutivo.

Quiero pensar que el razonamientos, maneras, pensamientos con los que trabajo cuando siento el ánimo de la música, tengan la misma validez, si la tiene, de mi forma de pensar en la total normalidad. Que no sea un escrito viciado y así sería corrompido, por un elemento externo. La música, será un elemento formativo, propio y constitutivo de la entidad pensante  y, entonces, igual de válidas las conclusiones en la niebla de la música, en el marco operativo, y con la misma posibilidad de certeza que el resto.

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