Juan
levantada pausadamente la taza del café mientras se miraba en el espejo. El
siempre fiel amigo detrás de la barra del bar, le devolvía su imagen con curiosidad.
Mirándose en éste, porque su imagen le ocupaba todo su pensamiento, le daba
tranquilidad. Casi apoyando los codos ya en la barra, Juan se dio cuenta que Andrés
se estaba sentando a su lado. Andrés siempre entraba igual, no tenía fin en sus
impresiones, el mundo comenzaba y acababa entre sus preguntas.
-
Que tal, amigo – le dijo Juan. Una o dos veces
diarias compartían el espacio comprendido entre los dos cafés que les separaban.
Para Juan, rara vez había un momento en el cual, de acuerdo o no, se había aburrido.
-
Pues todavía impresionado por el prologo del
libro que hemos acabado de imprimir y encuadernar esta mañana – Él y Juan
trabajaban en la editorial situada en la esquina fronteriza con el café. Ambos
dos siempre podían circunstanciar los temas y asuntos comentados, siempre.
-
¿Respecto a los hechos incalculables de la vida
y las consecuencias ontológicas que esto le proporciona?
-
Sí, Juan.
-
Sabes que no busco ningún sentido para huir de
las decepciones que ésta me pudiera causar – continuó Juan.
-
Yo no te comprendo, bueno, sí que lo hago, pero
me es imposible ponerme en tu lugar.
-
¿Cuándo te digo que la vida es esencialmente
incalculable y bajo esta directriz hemos de construir nuestra existencia? –
dijo Juan
-
¿Incalculable?, pues y entonces injusta y sin
sentido.
Ambos dos conocían historias de grandes injusticias
cometidas por la vida, al permitir que cualquier pequeñez en la vida de alguno
de aquellos, se la haya cambiado, a peor y, de forma, absolutamente injusta.
-
Andrés, cometes el gran error que ha llenado a
la historia de la humanidad en la gran pena nacida en la búsqueda de un sentido
que no existe. La vida es bella en su propia existencia. No necesita ir más
allá de ella misma para justificarla y encontrarle sentido, pues no lo necesita,
simplemente y puramente, es. La justicia es ella.
Se miraron detenidamente unos segundo. Andrés sabía del
estoicismo formal y la tranquilidad vital que experimentaba Juan. Aceptaba
plenamente a la vida en todas sus dimensiones y avatares. No esperaba más que
lo que le llegaba. Andrés contemplaba a los esclavos y sometidos a la incomprensión
de los quehaceres de la vida, con benevolencia, pero desde la lejanía. ¿Con
todos?, ¡No!, con Juan no y además era por que él, que Andrés lo consideraba
uno de ellos, le hacia dudar de sus convicciones. En estos momentos de impase
en el dialogo, Juan se atrasaba un
poquito y esbozaba una pequeña sonrisa de máxima complicidad en el error mutuo.
-
Pero Juan, es una evidencia histórica, atemporal,
de las inquietudes humanas por la búsqueda a un sentido formativo, a una entelequia
de nuestro mundo. Si no lo tuviere no nos sería posible conceptualizar y
estudiar, no tendríamos inquietudes trasmundanas, no las conoceríamos.
-
Andrés, estás planteando correctamente en
pensamiento racional, lógico, evidente, pero esto no significa, en ningún
momento, que la vida debe ser así. La validez no da la existencia. Las
posibilidades se reparten por igual entre lo ordenado y las entidades sinsentido.
La solución sólo es una. Estudiarla, describirla pero sólo en sentido practico.
-
Juan ¿me quieres decir que la corrección es un
imposible?
-
Sí. La corrección sólo tiene un sentido, y
falso, en la Filosofía. La Filosofía es el disfrute en la reflexión correcta,
conclusiones lógicas, construcciones personales, estudio propio y demás. Buscar
entelequias es un acto que te hace grande como persona, pero estas reflexiones
no tienen por qué tener jamás, por ser
tal y como son, una realidad necesaria. Y, esto ¿qué significa?, dudas, dudas y
más dudas.
Andrés sonrió y se acabó el café. Juan le devolvió la
sonrisa mientras corría la taza de café hacia el fondo de la barra.
-
Pero – todavía con la sonrisa en la boca dijo
Andrés- ¿Acaso yo no he madurado o tú no
debiste jamás hacerlo?
Siguieron sonriendo y aun no habiendo alcanzado la puerta de salida del bar camino de la editorial,
ya estaban comentando algún asunto o tema, vulgar, banal, o puramente laboral.
Ambos, sabían, que aun con el traje de bomberos para apagar el fuego, había que
seguir.
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